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Kon Ichikawa: dos elegías antibélicas
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Fotograma de El arpa de Birmania
U

n retorno a los clásicos. Ante el triste panorama de una cartelera comercial dominada en México por una hegemonía hollywoodense incuestionada, se perfilan hoy nuevas estrategias de distribución paralela de un cine de calidad. La Cineteca Nacional ha optado por combinar la exhibición de cine independiente, tanto local como internacional, y el rescate de películas clásicas que muchos espectadores desconocían por completo o a las que sólo tenían acceso por medio de la piratería debido al alto costo de los videos importados. A esta labor de promoción del cine clásico la completa una consistente extensión académica con cursos y charlas.

Por otro lado, el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) lanzó esta semana una plataforma de cine independiente en línea (www.filminlatino.mx) que ofrece una salida para películas nacionales sin distribución comercial, arrinconadas algunas en la Cineteca, y a un cine extranjero de autor con paso fugaz por la cartelera y circuitos culturales. Sería deseable que dicha oferta se extendiera al rescate sistemático de películas clásicas para una formación más sólida de nuevos cinéfilos. Iniciativas como filminlatino podrían beneficiarse, mediante convenios y liberación de licencias, de los acervos de cinematecas extranjeras o colecciones tan notables como la estadunidense Criterion, especializada en la difusión de cine de calidad.

Con estrategias y herramientas de este tipo no podrían esos cinéfilos pasar por alto el esplendor artístico de algunas obras como las que hoy incluye la retrospectiva del japonés Kon Ichikawa en la Cineteca Nacional, mismas que podrían también verse en línea, bajo demanda, como opciones más interesantes a las limitadas propuestas de Netflix o Clarovideo, plataformas abiertamente comerciales. Sería absurdo menospreciar la rentabilidad, a mediano plazo, de iniciativas culturales semejantes. La demanda existe, por supuesto, aunque desafortunadamente en grado menor al de la miope desidia de quienes hoy prefieren ignorarla.

Tomemos el caso de Ichikawa, cineasta japonés poco difundido en México, de quien acaban de exhibirse dos obras maestras del cine pacifista: El arpa de Birmania (1956) y Fuego en la llanura (Nobi, 1959). La carrera muy desigual de ese director tuvo momentos de gran brillantez en su adaptación de clásicos literarios japoneses (Tanizaki, Mishima, Mikami), pero sobre todo en su intensa valoración de los saldos desastrosos del expansionismo nipón en la Segunda Guerra Mundial. Como poéticos registros visuales del enorme colapso moral que significó la derrota de Japón para sus contemporáneos, estas dos películas son hoy imprescindibles. Basadas en novelas populares (la primera en el relato homónimo de Michio Takeyama; la segunda, en el de Shohei Ooka, adaptados ambos por la guionista Natto Wada, esposa del cineasta), su complementariedad es sorprendente. Parecen dos facetas, apenas opuestas, de un viejo dilema moral de la posguerra: ¿cómo enfrentar la humillación de una gran derrota?

El arpa de Birmania elige un discurso pacifista teñido de generosidad y espiritualismo. Su protagonista, el soldado Mizushima, permanece en la nación liberada, se vuelve monje budista, y se aboca a la faena de velar por las almas de los caídos japoneses, cicatrizando las heridas de la guerra y procurando expiar las culpas de la trágica aventura expansionista. La crítica pacifista detalla empero los despropósitos militares: el horror de la carnicería humana, la renuencia irracional a capitular oportunamente y a multiplicar el número de víctimas, y el tributo desesperado a una gloria inútil.

Fuego en la llanura traslada su acción a Filipinas en 1945, con un ejército japonés vencido y los restos de una patrulla desesperada y hambrienta, un puñado de guiñapos humanos que para sobrevivir se ven orillados al canibalismo. A diferencia de la primera cinta, la visión acusa ahora un pesimismo atroz. No hay redención posible, sólo el examen alucinado de los desastres de una guerra absurda. Ichikawa incluye, con genialidad, notas de humorismo en el relato de atrocidades, como un resto de humanidad en medio de la barbarie.

Maestro de la composición visual (huella de su primera formación como artista gráfico), el director propone encuadres novedosos, largos planos que acentúan el tono de elegía de esos paisajes yermos después de una batalla, con cadáveres insepultos que lejos de horrorizar conmueven. También se muestra Ichikawa renuente a soluciones dramáticas fáciles y a maniqueísmos complacientes. Su lucidez crítica sigue tan vigente que medio siglo después, otra cinta, Nobi: disparos al amanecer, de Shin’ya Tsukamoto, presentada en el pasado Foro de la Cineteca, retoma el mismo relato con dosis mayores de crudeza y de cinismo, más acordes a un tiempo actual insuficientemente escarmentado.

Twitter: @CarlosBonfil1