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El funcionamiento ejemplar del BAM
A

yer concluyó la sexta edición del llamado BAM, las siglas del Bogotá Audiovisual Market, un esfuerzo para promover y difundir el cine colombiano, organizado por la Cámara de Comercio de Bogotá y Proimágenes Colombia, con el apoyo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. En una mezcla afortunada de congreso, mercado y festival de cine, el BAM se divide en varias actividades cuyo objetivo central es dar a conocer la producción reciente del cine colombiano y procurar la inversión tanto de productores como de distribuidores extranjeros.

Debo decir que en las décadas en que he asistido a eventos de este tipo, el BAM se distingue por una organización ejemplar. De entrada, al invitado se le proporciona un cargado backpack cuyo contenido es toda la información necesaria para los cinco días de frenética actividad. En diversas publicaciones queda claro cuáles son las películas a exhibirse, las conferencias y charlas a realizarse con sus respectivas invitaciones, el personal que asistirá a la presente edición del BAM (con sus principales datos de contacto), entre otra información pertinente.

Por si fuera poco, cada invitado cuenta con un asistente, llamado ángel, que está pendiente de que uno desempeñe sus actividades programadas con la disposición de un transporte. En mi caso, una amable chica llamada Camila se hacía cargo de asegurar mi puntual asistencia.

Las actividades de encuentro estaban bautizadas con una ya frecuente nomenclatura en inglés. Así, había los Think Tanks, el Happy Hour, los Brunches, los Talks, los Bammers y una curiosidad llamada Dine and Shine, una cena como de boda donde los participantes, bajo un código de color, cambiaban de mesa a lo largo de la velada para conocer a diferentes personas, de diferentes ramos de la industria.

Dado que México era el invitado de honor, había una delegación representativa de funcionarios del Imcine, productores nacionales y distribuidores. Si bien la presencia simbólica del cine mexicano se redujo a la proyección en la noche inaugural de la película La delgada línea amarilla, de Celso García.

Según se hizo evidente en el Think Tank en que me tocó participar, el interés del cine colombiano es el de coproducir con nuestro país. En una sesión de un par de horas fue Jorge Sánchez, el director general del Imcine, quien llevó la voz cantante al describir el estado actual del cine nacional y las posibilidades reales de colaborar con Colombia. El tapón está en la distribución, señaló Sánchez en alusión a una de las paradojas del cine iberoamericano: a pesar de compartir un idioma, el mercado de cada país ha permanecido tan insular como lo ha sido después de que el cine mexicano, en su llamada época de oro, era conocido en todo Centro y Sudamérica.

Esta edición del BAM coincidió con lo que, hasta ahora, ha sido un año prodigioso para el cine colombiano. En el pasado festival de Cannes, dos muestras del cine de autor, El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, y La sombra y la tierra, de César Augusto Acevedo, fueron premiadas en sus respectivas secciones (la segunda se llevó la Cámara de Oro, nada menos). Y en cuanto al cine comercial, la comedia Uno al año no hace daño, de Juan Camilo Pinzón, fue un gran éxito de taquilla.

Lo que fue notorio en el BAM fue la voluntad oficial de hacer bien las cosas. Es evidente que se quiere producir y difundir cine de calidad de manera constante y se ofrecen las facilidades necesarias para los interesados. Es un modelo de acción que ya quisieran varias cinematografías en desarrollo.

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Twitter: @walyder