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No sólo de pan...

Me doy por vencida

C

uando estoy invitada a una mesa de amistades queridas y estupendas, y veo cómo los hijos de casi cualquier edad se sirven (o se les sirve) un plato lleno que dejan despreciativamente a la mitad, sea porque fue demasiado o se les sirvió aunque protestaran que no les gusta, o porque la adolescente es anoréxica y los padres no han querido asimilar y tratar este mal, no me parece asunto menos grave que cuando veo una mesa llena de comestibles insanos sobre la que se abalanza una familia de gorditos.

Y cuando me toca, sin pedirlo, abrir un refrigerador ajeno y comprobar la multitud y surtido de sobras que están ahí esperando, no ser ingeridas sino descomponerse lo suficiente como para poder tirarlas sin remordimientos, me irrita esta mexicana costumbre que se continúa hoy día, aunque ha perdido su noble origen de cuando nuestras madres y abuelas preparaban comida sobrada para poder hacerse un taco en la cena o bien para tener algo qué dar a esas personas que llamábamos el señor o la señora de la comida, quienes tocaban diario a una puerta y entregan sus latas con asa de alambre o cacerolas de aluminio superpuestas, con tapadera en la superior, y fijadas entre ellas por medio de dos barras laterales, que las amas de casa les regresaban llenas con limpieza y respeto.

Pero, ¿para qué producir hoy sobras de comida si hace tiempo que ya nadie llama a una puerta para pedirlas, dada la ruptura de lazos solidarios sufrida en nuestra sociedad por la discriminación, el temor y la desconfianza de todos hacia todos?

A menos que se produzca de más conmiserativamente, a fin de paliar el hambre que lleva a millones de humanos a buscar qué llevarse a la boca en los basureros públicos o, si los dejan o a escondidas, en los botes de los supermercados y en las bolsas echadas a la calle por las familias pudientes.

Cuando viví, en tres etapas en los 70 y 80 del siglo pasado, alrededor de un año en la Sierra Norte de Juárez, realizando trabajos de campo antropológico, descubrí –y lo consigné en mi tesis– que el concepto de basura no existía por aquellos lares, ni siquiera el de heces humanas como algo vergonzoso y contaminante. En efecto, todo lo orgánico se reciclaba siguiendo las leyes de una naturaleza que, si se la deja actuar sin maltratarla, siempre ha sido pródiga, pues aún en sequías o exceso de lluvias y heladas las comunidades encuentran alternativas y, o la solidaridad de otros pueblos para recuperarse de las pérdidas naturales; mientras que los productos industriales eran aprovechados creativamente. ¿Acaso no todos hemos visto las latas de aluminio con flores colgando de tejados frente a fachadas de adobe? Hasta que el exceso de plásticos, para los años 2000, convirtió la tierra arable en un basurero donde se encuentran tantos envases de este material como piedras y en las aguas dulces y saladas atascan el aparato digestivo de peces comestibles.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y a Agricultura (FAO) los alimentos perdidos durante su producción, es decir entre la recolección, el procesamiento y la distribución, representa un tercio de la producción mundial total, a lo que se suma el desperdicio hecho por los consumidores, la industria turística y el pequeño comercio, arrojando entre todos una pérdida de mil 300 millones de toneladas cada año que alcanzarían para alimentar a los cerca de 870 millones que hoy por hoy sufren de hambre en el planeta. Pero, al mismo tiempo, la FAO afirma que la mayoría de las personas que padecen hambre vive en zonas rurales donde prevalece la agricultura familiar a pequeña escala (La Jornada, 28 de mayo de 2015) acusando implícitamente del hambre a este modelo. ¿Para qué la FAO (fiel a sí misma) recomienda la inversión tanto nacional como internacional en el campo, si no es para desplazar y sustituir campesinos por una monoagricultura extensiva mecanizada, que es justamente el tipo de producción donde se genera la mayor proporción de pérdidas?

El presidente Enrique Peña Nieto está en perfecta sintonía con una FAO que le reconoce su logro de haber reducido a la mitad el porcentaje de personas con hambre, gracias a la Cruzada contra el Hambre y Hambre Cero (¡!) (La Jornada, 13 y 14 de junio de 2015) Programas que, lo sabemos, proporcionan a las familias campesinas comestibles industriales y de mala calidad en su mayoría, desalentando con estas despensas el trabajo de la tierra (agrícola, pastoral, forestal, acuacultura) en vez de apoyarlas para la producción excedentaria con estrategias para la conservación y distribución sin pérdidas ¿o qué son las oportunidades económicas que recomienda vagamente la propia FAO, cuando además se impone el IVA a tacos y tamales? Parole, parole, (como dice la canción) Yo, me doy por vencida.

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