Opinión
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Mis pecados me arrastran
E

l papa Francisco en el centro del debate internacional: política, ecología, sexualidad, desigualdad social y económica, religión, moral, ética, literatura. Un resumen en El hijo pródigo (Editorial Gallimard, 1912), de André Gide, me servirá en el intento de ubicar la esencia de tan difícil problemática humana. Escrito junto a cinco textos: El tratado de Narciso o teoría del símbolo (1891), El intento amoroso o el tratado del vano deseo (1893), Hadj o el tratado del falso profeta (1897), Philoctète o el tratado de las tres morales (teatro) (1898) y Bethsabé (teatro) (1909).

Gide nació y creció en el seno de una familia protestante. Las acerbas críticas del escritor al catolicismo cristalizan en el libro Los sótanos del Vaticano. A lo largo de la vida vemos sus vivencias, escritas en un Diario que rayan en el misticismo. No deja de conmovernos la ingenuidad, desesperación y ternura con que trata de llenar el vacío existencial con la creencia en Dios. Se aferra desesperadamente a la fe, al mismo tiempo se flagela por sus desvíos, culpándose hasta la contrición. Advertimos en las confesiones íntimas de André el dolor casi agónico que le produce homosexualidad. Imagina una novela El peso de mis pecados me arrastra. Todo cuanto puedo recordar me horroriza, ¿no ven que hablan con un muerto?... en ocasiones me siento como un ser descuartizado (Diario).

En camino hacia el ateísmo, convencido de lo asfixiante y represivo de la religión. El sostén es la posibilidad de continuar escribiendo. La sublimación vía la elaboración del dolor que lo acompaña al drama existencial. Más adelante escribiría: El único drama que de veras me interesa y que siempre quisiera relatar de nuevo, es el debate del ser con aquello que le impide la autenticidad, opuesta a la integridad e integración. El obstáculo esta en mí. Todo lo demás es sólo un accidente.

La historia y el sufrimiento de André Gide aparecen condensados de manera magistral en el párrafo del Diario: La melancolía de la Antigüedad no la buscaba en el sombrío dolor de Níobe, ni la locura de Áyax. La encontraría engañado en Narciso por vana imagen amorosa. Reflejo que rehúye: labios ávidos que rompen brazos tendidos por el deseo. Postura encorvada como flor en aguas. Mirada pérdida y fija. Cabellos que lloran sobre la frente cual hojas de sauce.

Los testimonios de Gide cautivan por la exquisita prosa. Valiosísima atestación que permite reflexionar sobre los avatares del amor, el deseo, la pulsión, la escrituración inconsciente del deseo, las identificaciones, los deletéreos efectos de la represión y la violencia ejercidas por la religión y la sociedad.

Saber liberarse no es nada, lo arduo es saber ser libre (El inmoralista”).