Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 21 de junio de 2015 Num: 1059

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Pedro Páramo
y sus astros

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Víctor Jiménez

La venganza del idioma
Ricardo Bada

Ramas de luz Ocho
poetas argentinos

Las etéreas fronteras
de la identidad

Fabrizio Andreella

Jorge Herralde
cumple ochenta años

José María Espinasa

Una palabra
Aristóteles Nikolaídis

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
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Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Javier Sicilia

El lugar de lo poético

La correspondencia poética del sueño-vigilia es la latencia del ser
Ernst Bloch

José Ángel Valente, ese poeta gallego interesado en la experiencia extrema del alma humana: la mística, en un espléndido ensayo de La piedra y el centro, “Sobre la operación de las palabras sustanciales”, dice algo fundamental: “La palabra poética desinstrumentaliza el lenguaje para hacerlo lugar de la manifestación.” La poesía, es decir, el lugar donde el decir poético se vuelve revelación, es el lugar que algunas tradiciones religiosas –particularmente la judeocristiana– llaman el Verbo creador; la palabra que está en el principio.

Esa palabra total e inicial, esa palabra matriz –“con la que todo fue hecho”, dice San Juan recordando los primeros versículos del Génesis–, y que se hace carne, es decir, manifestación y revelación; esa palabra que carece de significados, pero que, escribe Sholem, “está preñada de todas las significaciones”, es el lugar de lo poético, el sitio privilegiado y único donde puede manifestarse algo de su inasible profundidad.

Tal vez por eso la palabra poética parece oscura y carente de sentido en un mundo en el que el lenguaje, como los artefactos de la técnica moderna, se ha instrumentalizado tanto que se ha apartado de la palabra.

La mejor analogía para comprender ese sitio de lo poético es el alba: el umbral “que –vuelvo a Valente– pertenece tanto a la luz que comienza como a la sombra que retrocede y cuyo retroceso –hueco, vaina, vacío– es la matriz de lo que en la luz se constituye”. En ese filo llamado alba, en esos “levantes de la aurora”, poetiza Juan de la Cruz, en ese sitio de lo que preaparece, y que la tradición del budismo zen llama Vacío;  Jaques Maritain, el luminoso universo oscuro de la intuición, y Ernst Bloch, “el sueño-vigilia” está “lo que es pura y absoluta intensidad de la manifestación  antes de entrar en el orden de las significaciones” (Valente). Allí el decir poético se articula y, por lo mismo, se presenta como ininteligibilidad instrumental, como un decir que al mismo tiempo que dice y nos lanza en su decir a una comprensión que está más allá de las significaciones, queda siempre como un balbuceo, como la luz del relámpago: un parpadeo de visión en las sombras. Allí, escribe Lezma Lima, que igual que Valente sabía de estas cosas, las palabras quedan suspendidas por “una aprehensión repentina que las va a destruir eléctricamente para sumergirlas en un amanecer en el que ellas mismas no se reconozcan”.

Nada más lejano, por lo mismo, a la instrumentalidad del lenguaje, es decir, a su reducción a una pura moneda de cambio sin significaciones profundas que caracteriza a nuestra época. El lugar de lo poético se encuentra así en un territorio, el de la contemplación y el silencio, amenazado, como los territorios zapatistas, por el utilitarismo y el ruido que antecede a la muerte. Es el lugar de un saber, semejante al de los místicos, del no saber, del más allá de la ciencia, del entender incomprensiblemente, el lugar que la arquitectura románica llama “mandorla” –una figura geométrica, semejante a la vulva femenina, cuyo centro está vacío y que simboliza la creación, el sitio donde lo visible y lo invisible se acoplan–, el lugar donde la palabra que los estoicos llamaban logos spermatico y, los padres griegos, “Esperma de Dios”, abre lo oculto y le da carne, presencia, manifestación . El lugar que Juan de la Cruz describe en sus “Coplas sobre un éxtasis de alta contemplación”: “Entreme donde no supe/ y quedeme no sabiendo […] el espíritu dotado/ de un entender no entendiendo/ toda ciencia trascendiendo”; el mismo sitio que el propio José Ángel Valente evoca en su poema “Ritual de las aguas”:

“Venías del subsueño./ No había imágenes de ti y nada/ podía ser representado./     Estabas/ en el calor o la humedad/ que sumergidos guarda en sí la tierra./ Antelatido cóncavo/ de lo que puede ser raíz o vuelo.// Umbilical tu negación oculta/ nos hacía vivir./     Por eso ahora/ los largos ríos del otoño arrastran/ hacia tu centro oscuro/ las amarillas sombras/ de todo lo visible.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, y devolverle su programa a Carmen Aristegui.