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El cine y los primeros crímenes
U

na genealogía del film noir. La idea novedosa y atractiva de un amplio recorrido por las primeras manifestaciones literarias y cinematográficas de la ficción dedicada al crimen se vuelve una realidad en la exposición que actualmente presenta la Galería de Bibliotecas de la ciudad de París.

A la muestra Cinéma, premiers crimes (El cine y los primeros crímenes) la integran 200 documentos gráficos, expuestos muchos por primera vez, entre carteles, fotografías, objetos diversos y fragmentos de películas raras restauradas en alta definición. En cuatro grandes secciones (Historias de crímenes, inicios del cine; La bella época de las películas policiacas; Maestros de espanto, y El cine en tiempos del folletín), una revisión exhaustiva de esa expresión popular que, alrededor de 1914 (pero en rigor, desde los inicios del cine), fue el registro puntual de los miedos colectivos y la necesidad de exorcizarlos a través de un espectáculo fílmico marcado por la acción y el suspenso. Mucho tiempo después, esa animada prolongación de la literatura folletinesca del XIX, daría origen primero al cine de gánsters hollywoodense y luego, en tonalidades más inquitantes, a lo que hoy se conoce como cine negro.

Algo que la muestra explora de modo notable es la continua fusión de espectáculos diversos (teatro, circo y canciones populares; music-halls y variedades de feria, todo profusamente ilustrado en carteles), algo que aunado a una prensa de nota roja y a esa extensión suya que es la literatura por entregas, atiza la imaginación de las clases populares haciéndose eco de sus reclamos sociales, sus ansias de distracción y también sus temores.

El cine, por largo tiempo presentado como una formidable invención tecnológica, es también la prolongación natural de una cultura mediática que desde mediados del siglo XIX expresaba una obsesión por la inseguridad en las zonas urbanas. El París de los barrios bajos (la urbe tenebrosa de las novelas de Eugenio Sue o de Gaston Leroux, maestros de la novela popular) había generado ya sus grandes figuras de ficción, desde el criminal elegante que sume en el estupor y en angustioso compás de espera a una población atemorizada y fascinada por sus fechorías, hasta la vampiresa que somete voluntades masculinas imponiendo sus humores y caprichos, o las bandas de delincuentes salvajes –los apaches– que desvalijan a los transeúntes y siembran el terror en las calles, o los cabarets de mala muerte con sus gigolettes y sus proxenetas; o la figura del inspector de policía obsesionado con la captura del bandido burlador de altos vuelos.

Foto
Cartel de la película Fantômas de Louis Feuillade (1913)

El cine retoma las figuras populares y amplifica su mitología en infinidad de cortometrajes, entre cómicos y perturbadores, y sobre todo en esos dos seriales emblemáticos que son Fantômas (1913-1914) y Los vampiros (1915-1916), ambos de Louis Feuillade, y a través de esa musa de la malignidad triunfante que es Irma Vep (Musidora), primera mujer fatal del cine, icono de poetas románticos y escritores surrealistas.

Alain Carou y Matthieu Letourneux, curadores de la expo-sición, resumen: A partir de mediados del siglo XIX, el imaginario criminal juega un papel clave en las representaciones de la modernidad. Ligadas al desarrollo de una prensa de bajos costos, la nota roja y su retranscripción en novela folletinesca representan formas nuevas de capturar la realidad. Esa operación genera los estereotipos que serán emblemáticos en un cine de misterio cuya versión definitiva impondrá Hollywood con la llegada del cine sonoro. Antes de eso, París habrá popularizado mediáticamente la nostalgia del lodo y la de aquellos arrabales que sobreviven al diseño urbanístico racional y tranquilizador del baron Haussmann. Un espléndido rescate de la muestra es la versión alternativa del cartel de la película Fantômas, donde el criminal domina majestuoso sobre la ciudad de París, ya sin una daga en la mano enguantada, por exigencias de la censura.

La exposición Cinéma, premiers crimes evoca esas atmósferas sulfurosas de fin de siglo que, de manera reveladora, acompañan los primeros pasos del cinematógrafo, y que otras imágenes sonrientes han desde entonces desplazado en el imaginario colectivo. A lado del cine de los Lumière, un tanto a sus márgenes, asistimos a un repertorio de ficciones criminales que dan vida al pueblo de las barriadas parisinas, a la sensualidad pendenciera de la danza apache, a las fechorías de la banda de Bonnot o a las transfiguraciones de Fantômas e Irma Vep (anagrama de vampiro), y en especial a esa estupenda apuesta escenográfica que coloca a la Ciudad en un primerísimo plano para las futuras ficciones del melodrama negro y el cine policiaco. En definitiva, se trata de otra gran exposición de cine, cuya originalidad y riqueza convendría valorar en vistas de hacerla llegar a México o para emularla de la mejor manera posible.

Twitter: @Carlos.Bonfil1