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A la mitad del foro

Circo de tres pistas

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Integrantes de la CNTE en el campamento del Monumento a la RevoluciónFoto Pablo Ramos
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o es novedad que un presidente busque el refugio en la política exterior cuando desciende o alcanza niveles negativos en el ámbito interno, esa entelequia llamada popularidad. Pero ante elecciones intermedias en las que el sistema plural de partidos fue la implosión de un centro inane, reflejo del cínico pragmatismo que los identifica; ante el reto tardío del poder constituido a la insurgencia de los maestros de la Coordinadora y los adherentes a la nostalgia guerrillera y anárquica, deslumbra y desconcierta el contraste del lustre fuera de casa y el prematuro eclipse del sexenio de la segunda alternancia.

El desconcierto es reflejo de la desconfianza y del aislamiento del grupo del poder, encerrado en sí mismo y alejado de las voces de la calle, del fuego en el llano, avivado por la ostentación de riqueza y los cargos de corrupción sin respuesta. O de explicaciones en las que los voceros subrayan la distancia entre los grupos del poder y las mayorías huérfanas de representación. El poder constituido no pudo responder a tiempo a la violencia criminal desatada en Iguala. Peña Nieto diría que cada quien debía asumir su propia responsabilidad. De inmediato, verdugos y victimados le volvieron la oración por pasiva: Crimen de Estado, se dijo y se dice. Donde fuera el Presidente de México aparecían activistas a la voz de: ¡Peña asesino!

Los medios prestigiados del mundo financiero y político olvidaron su creación e ignoraron el momento mexicano. Revivieron el fantasma del autoritarismo“ del PRI y descubrieron vicios en el personaje en quien habían descubierto y elogiado virtudes de estadista. Lejos de las negociaciones del capitalismo financiero sin regulación alguna, los mexicanos del común padecíamos los vaivenes de una economía que no crece, que prolongaba las tres décadas de parálisis. El empleo formal se mantenía estático y los más de 50 millones de mexicanos que sobreviven en la pobreza, en el hambre, eran reducidos a peones en el ajedrez primitivo de la disputa por el poder político.

Algo sucedía lejos de la mirada de los de abajo. Sin salir a la calle, sin más encuentros con sus gobernados que los de las manifestaciones cuidadosamente controladas, en las que Peña Nieto podía lucir su capacidad carismática en el contacto carnal con las multitudes, se consolidaban las relaciones con los jefes de gobierno de la América nuestra, se trasladaba el escenario del liderazgo presidencial, cuestionado en la pista local, al gran teatro de la globalidad. En la pista nacional, la violencia, el vano aislamiento del grupo en el poder, el hartazgo con la prepotencia y la impunidad de los poderosos, parecía anticipar apoyo popular a los agitadores profesionales y radicales auténticos, unidos por el descuido político que siguió al crimen de Ayotzinapa.

Pero se multiplicarían los encuentros con los gobiernos latinoamericanos, con el de la Cuba de Raúl Castro, y se extendería el accionar sujeto por el compromiso del Pacto del Pacífico, para incluir al presidente Correa, de Ecuador; a la presidenta Bachelet, de Chile. Desconozco los pormenores, pero la visita a México de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, sucesora de Luiz Inacio Lula da Silva, representa algo más que un ajuste comercial en la hora del desplome de las materias primas. Para Brasil y su diplomacia, el Cono Sur era espacio cerrado a México; por la vecindad inmediata con Estados Unidos y por la vista de nuestros gobernantes fija en el TLC y sus secuelas. Lástima que la izquierda mexicana no pudo o no supo reconocer la importancia del encuentro con Dilma Rousseff y la anticipada alianza de las dos economías más grandes de América Latina.

Aquí, la agitación previa y la amenaza de impedir a toda costa las elecciones del 7 de junio; pronunciamiento rebelde de los maestros oaxaqueños de la Coordinadora, los de Michoacán y los guerrerenses comprometidos a la insurgencia social mientras no aparecieran vivos los 43 normalistas desaparecidos por esbirros de la complicidad innegable del narco y el gobierno de Iguala, del cinismo del gobernador con licencia, Ángel Aguirre, y la estulticia de los dirigentes del PRD que salieron en defensa del indiciado Abarca. Pista del circo romano para reponer la toma de casillas a punta de pistola, el robo de urnas, la quema de boletas electorales y votos.

Hubo muertos. Menos que en elecciones intermedias previas ya en la transición de la democracia sin adjetivos. Y con tan difusos objetivos que nadie puede distinguir entre los partidos de la pluralidad; simplemente porque no tienen ideología, hacen política para hacer dinero, para servir de mozos de estribo a los poderosos dueños del dinero. Los ciudadanos de esta pobre república saben que la alternativa única al voto es la revolución armada. Y no comen lumbre: más de un millón de muertos hubo en la Revolución Mexicana: uno de cada 10 mexicanos de la era en que Dios era omnipotente/ y el señor don Porfirio, presidente.

Ahí quedó en plena pista la profusión de las más sesudas y de las más irracionales teorías de nuestras nueva clase charlista. Ganó el PRI en el año de la caída de Enrique Peña Nieto en las encuestas. Logró la mayoría en la Cámara de Diputados con la suma agregada del PVEM y del Panal. Los del Verde crecen como mala yerba, dicen los santurrones de sacristía, los mismos que aceptaron alegremente los votos que aportó el PVEM a la victoria de Vicente Fox. Ni modo: ganó el PRI en la elección de diputados federales y, para colmo, de nueve entidades que eligieron gobernador, ganó cinco. El PAN, dos y el PRD uno.

La novena gubernatura fue para Jaime Ramírez, El Bronco, cuya victoria abre las puertas para que cualquier ciudadano contienda como candidato independiente en condiciones de igualdad, con los de partidos con registro. Ojalá, aunque debieran decir candidato sin partido, porque Jaime Ramírez, norteño de pura cepa, con 30 años de militancia política, diputado federal del PRI en tiempos de Carlos Salinas y alcalde de Garza García, el municipio más rico de Nuevo León. Ya sin partido, contó con el respaldo y la estructura de los más ricos de Monterrey y del influyentísimo diario El Norte: impusieron humillante derrota al PRI y al PAN.

En Cuernavaca, Morelos, Cuauhtémoc Blanco obtuvo una aplastante victoria en la contienda por la presidencia municipal. Duro golpe para los tres partidos dominantes y una humillación pública incuestionable para el gobernador Graco Ramírez, político profesional iniciado en el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, el llamado Ferrocarril, bajo el mando pragmático y habilidoso de Rafael Aguilar Talamantes. Bastaba la popularidad del Temo para sumar simpatías y votos. Lo postuló el PSD y contó con la estructura política formada en torno a Manuel Martínez Garrigós, expulsado del PRI, muerto que goza de cabal salud y venció al PRI y al PRD de Graco, a distancia, sin hacer ruido.

Ni modo: el único independiente es Pedro Kamumoto, de Zapopan, Jalisco, quien logró juntar 250 mil pesos y con eso hizo su campaña para ser elegido diputado.

En México, donde pareció olvidado el oficio político, el secretario de Gobernación cumplió la advertencia hecha al decir a los de la Coordinadora: no habrá diálogo hasta que vuelvan los niños de Oaxaca a las aulas. La Coordinadora anuncia movilizaciones masivas y acciones en diversos frentes. La lucha sigue... pero por lo pronto regresaron a la tierra de Juárez y volverán a la rebelión cuando comiencen las vacaciones.