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Entre más obras, más sobra
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l 28 de agosto de 2002, el entonces gobernador del estado de México, Arturo Montiel, encabezó un homenaje a Carlos Hank González en el 75 aniversario de su natalicio. Fallecido un año antes, Hank recibía frente a su estatua, en Santiago Tianguistenco, el tributo de sus deudos y clientes políticos, quienes además de refrendar públicamente sus mutuas lealtades y pactos como miembros del grupo Atlacomulco, iniciaban su estrategia para imponer en el santoral cívico mexiquense la consagración histórica de su nuevo benemérito. En presencia de la familia Hank, encabezada por la viuda Guadalupe Rhon, y de personajes como Emilio Chuayffet y César Camacho (actual presidente nacional del PRI), los oradores designados, entre quienes estaba Humberto Benítez Treviño (padre de la lady Profeco), lanzaron a los cuatro vientos gruesos elogios que culminaron con una verdadera floritura pronunciada por un empleado del gobierno estatal, que fue rescatada por La Jornada en su cobertura de aquel inefable acto: En un día como hoy, hace 75 años, los clarines se convirtieron en divinos heraldos y le anunciaron al mundo el nacimiento de un nuevo prócer de México y de la tierra mexiquense.

El episodio se repitió con el mismo formato durante los siguientes tres años del gobierno de Montiel, hasta que fue relevado en la gubernatura por Enrique Peña Nieto, el benjamín de Atlacomulco, quien aprovechó su poder para escalar a su nivel máximo la estrategia de culto al prócer de Tianguistenco: instituyó el 28 de agosto como día oficial de acto solemne en todo el estado de México para conmemorar el natalicio de Carlos Hank González, encabezando así el 79 aniversario de este personaje, de nuevo ante su viuda, su familia, sus pupilos y su estatua, y con la obligada andanada de elogios. Dos años después, en el 81 aniversario del natalicio de Hank, Peña llegó al extremo de patrocinar con recursos públicos la lujosa impresión de un libro escrito por Benítez Treviño, cuyo título es representativo de ese sentimiento de logia política que distingue al grupo Atlacomulco: Carlos Hank González. Prototipo del culto a la amistad. Con prólogo de Peña Nieto, el libro formó parte de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, en un intento de integrar a Hank en la lista de los héroes mexiquenses que nos dieron patria. Al hacer la entrega del libro, Peña afirmó que Hank había sido una combinación de lealtad al país, integridad, prudencia y humildad.

¿Cómo interpretar los esfuerzos de Peña Nieto y su grupo por imponer en la memoria histórica nacional el culto a un personaje como Hank? Pero sobre todo, ¿cómo recuperar las capacidades críticas de la memoria colectiva para evitar los desvaríos del poder en sus intentos por enaltecer a sus grandes benefactores? La importancia que tiene para una sociedad establecer con transparencia las bases de su memoria histórica no es un asunto menor, sobre todo ante la evidencia de ser esa memoria uno de los espacios más complejos en la disputa por la legitimidad del buen recuerdo. Sin embargo, se requieren condiciones mínimas de normalidad democrática y de justicia social para lograr una actitud más militante y equitativa de la sociedad frente a lo que se desea valorar como verdaderamente recordable, y por supuesto que México, en su actual condición regresiva, está muy lejos de dichas condiciones.

El caso Hank es un ejemplo de tantos, pero un ejemplo mayúsculo que nos despliega el tipo ideal de político que venera la actual clase gobernante. Es posible encontrar la clave de esa idolatría en los descarnados testimonios que sobre Hank nos legó Julio Scherer en La terca memoria. Este magistral testimonio permite, por un lado, comprender la manera en que el mismo Hank pretendió dejar a la posteridad una versión heroica de sí mismo como político y empresario exitoso, y por el otro, conocer documentadamente su forma de tejer clientelas bajo el disfraz de la amistad generosa. Por ejemplo: con base en los documentos que le proporcionó Manuel Bartlett, Scherer consigna toda la información que muestra con detalle la adjudicación a la familia Hank de 203 mil 500 metros cuadrados de territorio fronterizo propiedad de la nación en Tijuana, incluyendo el hipódromo de Agua Caliente, operación que de acuerdo con Bartlett es nula de pleno derecho, y sobre la cual ha montado su imperio empresarial y político Jorge Hank Rhon. Dicha operación, nos dice Scherer, fue planeada por Hank González con la connivencia de los presidentes que van desde Luis Echeverría hasta Vicente Fox.

También es posible concluir que la principal herencia de Hank a su dinastía y a sus pupilos en el poder fue su lección sobre cómo combinar los altos cargos públicos con los negocios. Dicha lección se sintetiza en una de las frases favoritas de Hank y que Scherer documentó y calificó, textualmente, como digna de un gran ladrón: Mientras más obras, más sobra. Esto, precisamente, es lo que permite comprender la insólita veneración que Carlos Hank González ha recibido desde el gobierno de Arturo Montiel hasta el actual de Eruviel Ávila en el estado de México, teniendo como alumno estrella a Enrique Peña Nieto y su equipo. Ellos son la evidencia de que Hank hizo escuela, no sólo en aquello de que un político pobre es un pobre político, sino también en el arte de confundir la complicidad con el culto a la amistad, lo que incluye, por supuesto, desde contratistas hasta periodistas sumisos. Quizá lo más grave es el intento del actual grupo en el poder para imponernos como sociedad un recuerdo basado en manipulaciones y mentiras sobre lo que fue Hank González. Debemos comenzar entonces por retomar seriamente el no se olvida y con ello recuperar la esperanza de no perder la dignidad de nuestra memoria histórica.

*Investigador del Colegio de San Luis. Su más reciente libro es La salud de un obispado en época de los Habsburgo: salud, enfermedad y curación en el gran Michoacán novohispano, 1580-1705