Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2015 Num: 1054

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Libro de las horas
Rainer Maria Rilke

La llamada del abismo
Carlos Martín Briceño

El plan B
Javier Bustillos Zamorano

Edward Bunker
la judicatura

Ricardo Guzmán Wolffer

Borges e Islandia
Ánxela Romero-Astvaldsson

La desaparición
de lo invisible

Fabrizio Andreella

Poetas y escritores en
torno a López Velarde

Marco Antonio Campos

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Columnas:
Tomar la Palabra
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Naief Yehya
Artes Visuales
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Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Las desventuras del policía caníbal neoyorquino

Conspiración

El plan parecía simple. Usarían cloroformo hecho en casa para dormir a Kimberly, la meterían en la cajuela de un auto a propósito para el secuestro y la llevarían al sitio previsto, equipado con un horno enorme. La mutilarían, le cortarían tiras de tocino del abdomen y la cocinarían a fuego lentísimo, manteniéndola viva el mayor tiempo posible. Su cabeza, con una expresión de dolor y espanto, sería la decoración principal de la mesa. El plan nunca se llevó a cabo porque era sólo una fantasía sexual macabra compartida en el sitio web Darkfetishnet.com entre individuos que compartían esos fetiches. Lo que no era una fantasía era la identidad de la presunta víctima: Kimberly.

Crímenes del pensamiento

En marzo de 2013 Gilberto Valle, un expolicía neoyorquino, fue declarado culpable de conspiración en el secuestro, asesinato y canibalismo de su esposa, de Kimberly y de varias mujeres más. Fue condenado a prisión por el resto de su vida. Pero, a pesar de su triunfo, la fiscalía tenía un problema serio en su caso: Valle nunca lastimó a nadie ni conoció en persona a sus tres cómplices conspiradores. Veintiún meses después, un juez decidió liberar a Valle de la condena a cadena perpetua que había recibido por tener fetiches sexuales perversos. La cinta documental Thought Crimes (2015), el debut en largometraje de Erin Lee Carr, estrenado mundialmente en el Festival de Cine de Tribeca, ofrece una visión íntima de Gilberto y sus padres, quienes concedieron a la cineasta acceso casi total a la información, así como numerosas perspectivas de expertos en torno a las implicaciones de su caso, el cual resulta particularmente inquietante por el riesgo que representa para la libertad de expresión, así como por sus complejas ambigüedades.

La red de los fetiches oscuros

Valle descubrió los foros de chat de Darkfetishnet y durante meses, en 2012, pasó largas horas, a veces noches completas, frente al monitor, imaginando torturas espectaculares y sangrientas, mientras su esposa Kathleen y su bebé dormían. Tras meses de tolerarlo, Kathleen decidió instalar software de espionaje en la computadora para saber qué hacía su esposo en línea. Así descubrió que Gil pasaba horas discutiendo sacrificios sexuales atroces, tanto de mujeres imaginarias como de personas reales, incluyéndola a ella, a quien describió desangrándose y en el horno. La esposa corrió a denunciarlo a la policía. Resulta difícil culparla de ser enemiga de la libertad de expresión o de ser una puritana. A partir de entonces, Valle pasó a ser conocido en los medios como el “policía caníbal”, aunque jamás hubiera probado carne humana.

Realidad o fantasía

De veinticuatro conversaciones en línea registradas, la fiscalía de Nueva York identificó tres que potencialmente podían ser consideradas como conspiraciones para cometer un crimen. En los diálogos, Valle señala continuamente que todo es una fantasía o un juego de roles. Las locaciones, las armas y la parafernalia que proponía para los crímenes eran inexistentes. Sin embargo, Valle proporcionó a sus contactos fotos de más de un centenar de conocidas y, lo más delicado, consultó la base de datos de la policía para obtener información respecto de ciertas mujeres con las que fantaseaba. Además, también les contó a sus correligionarios de fetichismo acerca de Kimberly, una compañera de la universidad con la que seguramente había tenido fantasías eróticas por décadas. Les dijo que iría a visitarla para planear su secuestro. Y en efecto fue a visitarla a Boston, con su esposa y su bebé, y tuvieron brunch juntos. Esa inocua visita, junto con ciertas búsquedas en Google (por ejemplo, cómo preparar cloroformo, cuáles cuerdas son mejores para atar personas, tamaños de hornos) fueron los argumentos más poderosos para justificar su condena aunque no hubiera víctimas.

Ironías

Valle aparece como un personaje amable, inofensivo, casi infantil. Sin embargo, la cineasta lo muestra cocinando, en un guiño obviamente irónico. Hacia el final del filme, cuando sabemos que su caso volverá a los juzgados, Valle opta por tratar de conocer mujeres (su esposa se divorció de él). “En qué momento sería correcto contarle a una mujer acerca de mi pasado”, se pregunta. Es imposible imaginar si este hombre es en realidad capaz de cometer un crimen, por tanto, el filme deja bien claro que no hay certezas en cuanto a la manera en que los deseos aterradores pueden volverse realidad. Resulta irónico que este filme acerca de la persecución de los pensamientos perversos de un policía se estrene en un momento en que las noticias en Estados Unidos están saturadas de asesinatos impunes de hombres afroamericanos, desarmados, cometidos por policías en Ferguson, Staten Island, Carolina del Sur, Cleveland y Baltimore. Un crimen estridente, aunque sea imaginario, es más atractivo que docenas de crímenes reales y tristemente comunes.