Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2015 Num: 1054

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Del Libro de las horas
Rainer Maria Rilke

La llamada del abismo
Carlos Martín Briceño

El plan B
Javier Bustillos Zamorano

Edward Bunker
la judicatura

Ricardo Guzmán Wolffer

Borges e Islandia
Ánxela Romero-Astvaldsson

La desaparición
de lo invisible

Fabrizio Andreella

Poetas y escritores en
torno a López Velarde

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Germaine Gómez Haro
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Joy Laville: entre la alegría y la melancolía

Las pinturas de Joy Laville poseen un extraño poder de seducción. Frente a ellas, el espectador siente un efecto reconfortante, una sensación de paz y armonía que difícilmente se percibe en el arte actual. Sus cuadros alegran la vista e invitan a la contemplación. Son pinturas ensimismadas que reflejan el alma serena de la autora que, a los noventa y dos, sigue pintando todos los días con el mismo rigor y puntualidad de hace cincuenta y nueve años que comenzó su carrera. La Galería de Arte Mexicano (GAM) presenta actualmente una treintena de obras, entre óleos, pasteles y gráfica de diferentes etapas, en especial su trabajo de los últimos dos años. Es asombroso notar que su pintura no ha perdido un ápice de frescura y espontaneidad, características intrínsecas desde sus inicios. Joy Laville se ha mantenido fiel a su estilo personal, ajena a las modas y a los caprichos del mercado, y siempre dispuesta a plasmar la alegría de vivir, contra viento y marea.

Joy Laville nació en 1923 en la Isla de Wight, en Inglaterra, donde vivió hasta 1947 cuando se casó con un oficial canadiense y juntos emigraron a Vancouver. “Ansiaba huir de aquel mundo de postguerra, pequeño y gris”, le dice a Silvia Cherem en una espléndida entrevista recogida en su libro Trazos y revelaciones. Al cabo de nueve años se divorció y decidió trasladarse a México con su pequeño hijo Trevor. El cónsul de México en Vancouver le sugirió el pintoresco pueblito de San Miguel Allende y, sin más, se lanzó a la aventura e inició ahí su carrera artística en el Instituto Allende, donde de inmediato se integró al grupo de estudiantes extranjeros. Un par de años más tarde conoció al artista de origen suizo Roger Von Gunten, con quien sostuvo una relación personal y artística. Mucho se ha hablado de la influencia de Von Gunten en su trabajo, pero en realidad desde sus inicios Laville perfiló su estilo que, con el tiempo, se volvería inconfundible. La relación duró pocos años y en 1964 conoció al escritor Jorge Ibargüengoitia, quien fue el gran amor de su vida. En 1973 decidieron irse a vivir a Europa. Tras pasar temporadas en Londres, Grecia y España, en 1980 se instalaron en París. Joy ya era una artista consolidada y formaba parte de la gam desde 1966, cuando Inés Amor conoció su trabajo en la famosa muestra Confrontación 66, donde obtuvo el premio del jurado.


Desnudo púrpura con pelo rojo

Como es bien sabido, Ibargüengoitia murió en 1983 en un trágico accidente aéreo, lo cual significó para la artista un parteaguas en su vida y en su trabajo. Joy decidió regresar a México y esta vez se instaló en Jiutepec, Morelos, donde vive actualmente inmersa en una naturaleza exuberante que aparece silenciosa en sus lienzos en forma de flores y palmeras. México ha sido su patria adoptiva por casi sesenta años y ella se considera plenamente mexicana: “Poco a poco, el pálido y luminoso colorido mexicano y la exótica vegetación comenzaron a impactarme hasta convertirme en una pintora mexicana.” Sin duda, Laville ha sabido captar la luz de nuestra tierra y plasmarla con una sutileza sublime. Su colorido es tenue, acaso melancólico, nada que ver con la brillantez y estridencia de las artes populares con las que comúnmente se relaciona el color mexicano. La artista aprehende la esencia de nuestro paisaje natural y lo reproduce con una economía de formas y una paleta restringida a los tonos apastelados que se puede considerar minimalista.


Peñas y flores

Sus temas se reducen a la figura humana, el paisaje y las flores: variaciones sobre un mismo tema en las que sobresale su extraordinaria capacidad de síntesis. Sus superficies son planas, no hay detalles ni sombreados. Su discurso es lacónico y su lenguaje directo. Si bien sus figuras y paisajes provienen de la realidad –en muchas de sus pinturas aparecen ella, su mamá y su tía– sus personajes resultan seres casi etéreos, inasibles. Sus cuerpos lilas, verdes, azules, rosas, grises se antojan fantasmales, como salidos de un sueño gozoso y apacible. Sus paisajes están fragmentados por planos de colores sin límites bien definidos. El océano es una de sus constantes: la inmensidad del mar ante la cual los humanos somos insignificantes. Es una pintura de sensaciones que emociona por su elegancia y delicadeza. Así describió su amado Jorge Ibargüengoitia sus cuadros: “Son como una ventana a un mundo misteriosamente familiar, son enigmas que no es necesario resolver, pero que es interesante percibir. El mundo que representan no es angustiado, ni angustioso, sino alegre, sensual, ligeramente melancólico, un poco cómico. Es el mundo interior de una artista que está en buenas relaciones con la naturaleza.”