Opinión
Ver día anteriorLunes 4 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Hasta cuándo?
L

a pregunta es pertinente cuando un sector de la ciudad de Baltimore literalmente ardió en respuesta a la violencia policiaca.

Freddy Gray, un joven afroestadunidense de 25 años, fue sometido en forma violenta por la policía, que lo condujo esposado en una camioneta a una delegación, sin tomar las precauciones para evitar que se golpeara en el trance. El resultado fue que sufrió una lesión en la espina vertebral que le causó la muerte. Horas antes de que la fiscalía declarara presuntos culpables a varios agentes, cientos de personas, la mayoría jóvenes –algunos de ellos menores de edad– exacerbados por lo que consideraron un hecho más de violencia policiaca contra afroestadunidenses, quemaron vehículos y establecimientos comerciales. Destruyeron lo que encontraron a su paso y se enfrentaron a la policía con piedras y palos.

Se repitió la historia de lo sucedido recientemente en una docena de ciudades de Estados Unidos. La periodista Rachel Maddow hizo un tenebroso recuento en su programa de televisión, de por lo menos ocho casos en los que el excesivo celo de la policía causó la muerte de otros tantos afroestadunidenses y un hispano. Lo más grave de estos hechos es que en su mayoría los policías responsables fueron absueltos o ni siquiera se les sometió a juicio. El resultado es que las manifestaciones y disturbios no se hicieron esperar.

Por supuesto, la destrucción y la violencia que han seguido a estos sucesos no son remedio ni excusa. En cierta forma fue lo que el presidente Obama declaró un día después de los disturbios en Baltimore, pero también es evidente que el problema de fondo no está en los disturbios o en la violencia policiaca per se. Está claro que hay un profundo malestar entre la comunidad afroestadunidense, y en alguna medida también en la hispana, por algo más que la violencia y la frecuente actuación criminal de la policía. Las destructivas protestas y la furia con que cientos de personas han respondido dan cuenta de que algo está descompuesto en el seno de la sociedad. En las protestas callejeras hay coraje, revanchismo y frustración ante algo que ni las autoridades, ni los partidos políticos ni los especialistas han sido capaces de encontrarle solución. Lo evidente es que la injusticia, la desigualdad, la corrupción y la arrogancia de unos cuantos se ha cebado con los que menos tienen. El malestar de la comunidad afroestadunidense y la violencia en su contra viene de lejos; de ello hay muestras en la historia de Estados Unidos. Invariablemente, las autoridades han respondido de la misma manera: es necesario actuar dentro de los márgenes de la ley, la violencia es contraproducente, los responsables serán castigados, etcétera.

La pregunta es: ¿hasta cuándo la respuesta de esa comunidad podrá ser contenida en los contornos de sus guetos, en los que 50 por ciento son desempleados, 60 por ciento no ha cursado la secundaria y la pobreza es moneda de curso común? Hasta ahora han roto cristales, quemado autos y lapidados comercios dentro de su propio vecindario. Pero, de no haber un cambio, ¿por cuánto tiempo más esa violencia podrá contenerse en ese espacio?