Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 12 de abril de 2015 Num: 1049

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Mempo, el resistente
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Mempo Giardinelli

Patrick Modiano y el
encanto de la melancolía

Marco Antonio Campos

En espera de las luces
Víctor Vásquez Quintas

Ética y Política: crónica
de una tensa convivencia

Xabier F. Coronado

Luna Negra al son del
son en el sur de Veracruz

Alessandra Galimberti

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Mempo Giardinelli nació en el Chaco argentino, en una ciudad llamada Resistencia, donde reside, aunque también en Buenos Aires y otros destinos. Es periodista y escritor. Publica en el Buenos Aires Herald (que se edita en inglés); en Página/12, y también es muy activo en su blog (htpp://corsario-de-mempo.blogspot.mx). Hizo doce libros de cuentos, dos de poesía, ocho para niños, diez ensayos, una antología y once novelas. La última, ¿Por qué prohibieron el circo? (Edhasa, 2014), fue en realidad la primera.

Periodista y escritor del Buenos Aires Herald
Está por publicarse su primera novela que fuera destruida por la dictadura argentina

–¿Por qué no había salido en Argentina?

–La empecé a los veintiún años. En 1973 la presenté al Concurso Latinoamericano de Novela del diario La Opinión, cuyo jurado era intimidatorio: Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh. No gané pero mis expectativas se cumplieron con holgura: Roa Bastos y Walsh destacaron explícitamente mi novela. Fue un estímulo inmejorable pero, como siempre, fue difícil encontrar editor para un primer original. Jorge Lafforgue decidió incluirla en la Editorial Losada, aunque por naturales demoras se fue postergando la publicación, que finalmente se produjo después del golpe de Estado del 24 (24/III/1976, inicio de la dictadura militar) y la edición completa de tres mil ejemplares fue retenida en las bodegas, hasta que una noche del invierno de ese espantoso año argentino fue incinerada junto a miles de otros libros que los dictadores ordenaron quemar.

Fue la causa principal de mi exilio en México, hacia donde partí en cuanto pude. En el oscuro trayecto perdí el único ejemplar que tenía pero, por fortuna, conservé unas viejas galeradas de linotipo, sucias y entintadas, que me habían enviado de la editorial un par de años antes.

–Aquí se hizo una sola edición, ¿y luego?

–Pasaron tres décadas hasta que la encontré en la biblioteca de Alderman, en la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Mi editor y amigo Fernando Fagnani se entusiasmó. Me propuso rescatarla y contratarla a ciegas, sin haberla leído. No me sobraba el tiempo ni andaba yo sin otros proyectos, pero comprendí que en esa tarea (de auto-arqueología) estaba reconociendo mi irrenunciable pasado literario. Y eso es, finalmente, casi todo lo que un escritor posee.

Los críticos lo ubican entre los mayores representantes del “neo policial latinoamericano”, junto a autores como Paco Ignacio Taibo II. Al leer sus crónicas tejidas con descripciones minuciosas, el lector siente que está en medio de la balacera, en un bar de mala muerte u oliendo a contrabandistas en su madriguera.

–En muchas de tus publicaciones aparecen el terrorismo de Estado y la violencia. ¿Por qué?

–Simplemente porque son fundantes de la historia de nuestras vidas, de mi generación. Fue inevitable que mis primeros libros, escritos y publicados todos en el exilio, estuviesen fuertemente determinados por la tragedia argentina. Y fue un proceso natural porque un autor no decide previamente el marco ni el tono de un texto, eso va saliendo a medida que se escribe. En mi caso, como en el de muchos colegas, en aquel tiempo y aquellas emergencias todo eso condicionaba la escritura.

–Ahora hay una segunda generación que escribe incluyendo esos temas. ¿Qué opinas?

–Es que la temática de la dictadura atraviesa el pasado, el presente y posiblemente buena parte del futuro de los argentinos. Lo quieran o no, lo admitan o no, lo nieguen o no, diría que es consustancial a nosotros. Y en la literatura argentina de hoy esto es evidente: se narra, se desdeña, se discute, se cuestiona, se idealiza, se repudia, pero siempre giramos en torno a la tragedia. Estamos todos y todas atravesados por ella. Me parece que esto va a signar todavía a por lo menos una generación más.

–¿Qué piensas sobre los personajes, tramas y enfoques elegidos?

–Cada autor o autora escribe sobre lo que se le da la gana, cree y siente. Pero hay algo que me parece notable y feliz de la creación en democracia: nadie que yo sepa le ha dado vida literaria a los genocidas. No hay en literatura argentina contemporánea un [Jorge Rafael] Videla como persona ni un [Emilio] Massera ni un [Luciano Benjamín] Menéndez.

Eso me parece interesantísimo, sobre todo porque nadie lo propuso como actitud colectiva sino que es así por una natural repugnancia literaria. Hay, sí, muchísimo ensayo histórico y político sobre el período, desde ya, pero literatura no. Ningún poeta, ningún narrador los ha elevado a categoría literaria y eso me parece perfecto.

–¿Cómo ves la literatura argentina por estos tiempos?

–Con mucho optimismo. Desde hace años sostengo que nuestra literatura goza de muy buena salud. En tres décadas de democracia se puede observar una evolución notable no sólo por la profusión de autores y el resurgimiento actual de editoriales nacionales pequeñas y medianas, sino porque hay un mayor equilibrio de género con la destacable irrupción de mujeres que escriben, con la recuperación de la historia como asunto literario en completa libertad, y con el hecho de que hoy no hay trabas de ninguna índole. Eso ha ampliado como nunca antes las posibilidades de la imaginación.

Mempo siempre ha actuado como intelectual en sentido gramsciano, atento a la responsabilidad social y política de los creadores. Ha sido militante en sus letras pero también en sus acciones, poniendo el cuerpo en cuanta protesta o debate postdictadura se le ha invitado. Se dice “simpatizante crítico” del gobierno de la presidenta de Argentina, y por eso publicó el libro Cartas a Cristina [Fernández]), sobre logros y asuntos pendientes (Ediciones B, 2011). Durante la última dictadura militar (1976-1983) huyó de su país para salvar la vida. Eligió venir aquí, donde pasó ocho años de exilio y amistades.

–Ahora, ¿Cómo ves a México?

–Mantengo profundos vínculos, puesto que tengo una familia mexicana que ha crecido notablemente y es parte de mí como yo de ella. Nunca me fui o en todo caso sucede que siempre estoy volviendo. Por lo tanto, comparto plenamente la realidad y los dolores del México profundo, como ahora mismo con la brutal tragedia de los normalistas de Ayotzinapa. En cuanto a la literatura, también goza de buena salud y en todo caso lo único lamentable es que se lee poca literatura mexicana contemporánea en Argentina, como acá se lee muy poco de la producción argentina. Es algo que urge corregir.