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El descontento y la promesa
N

uestra relación actual con la democracia está bien descrita con esta fórmula que tomo prestada de Pedro Henríquez Ureña. Él la utilizó para hablar de la búsqueda de una identidad cultural latinoamericana en un breve ensayo de 1927. Creo, sin embargo, que también recoge lo que es hoy para nosotros la búsqueda de la democracia: un descontento y una promesa. Me parece asimismo una traducción apropiada de lo que la politóloga Pippa Norris, de la Universidad Harvard, ha llamado el déficit democrático, que define como la brecha que separa las aspiraciones públicas de los ciudadanos del desempeño de las instituciones de la democracia.

Bien sabido es que mal de muchos es mal consuelo; aun así, no deja de ser un alivio relativo saber que el malestar que nos aqueja en política está presente en la mayoría de los países democráticos. Las causas par­ticulares son distintas, pero compartimos la desilusión con el funcionamiento de las instituciones políticas sin por lo tanto renunciar a los valores y a los ideales de la democracia. Después de la euforia de la tercera ola de democratización, se ha instalado en casi todo el mundo un escepticismo producto del enojo de los ciudadanos con el desempeño institucional, y con quienes los gobiernan. No hay más que hacer un rápido recorrido a la bibliografía de los últimos 10 años sobre el tema de la democracia. Los títulos ofrecen responder a preguntas tales como ¿por qué los estadunidenses odian la política? ¿Para qué sirven los partidos? ¿Qué es lo que tanto disgusta a los ciudadanos de su gobierno? Otros títulos contienen frases que revelan desesperanza: democracias desafectas, la erosión del apoyo político en las democracias industriales avanzadas, partidos sin partidarios. Y cito apenas unos cuantos. En nuestro caso no hay que ir muy lejos para encontrar entre los editorialistas mexicanos más leídos títulos similares: La democracia desfigurada (Jesús Siva-Herzog Márquez), Al declive sin pasar por el auge (Lorenzo Meyer), Lodazal (Federico Reyes Heroles), Desilusiones (Octavio Rodríguez Araujo), La corrupción corroe la democracia (Roger Bartra), Impostores (María Amparo Casar), La lenta tragedia mexicana (Rolando Cordera). ¿Cuántas veces no hemos escuchado en relación con México la frase que se utilizó para describir la delicada situación de la República de Weimar: Una democracia sin demócratas? Porque no culpamos sólo a los gobernantes, sino que también nos vamos en contra de los ciudadanos.

No obstante estas visiones pesimistas, muchas de ellas catastróficas, hasta ahora no hemos renunciado a la promesa democrática. Al menos es lo que indican, por ejemplo, las tasas de participación electoral, que se mantienen en los alrededores del 60 por ciento. Los comicios del próximo 7 de junio nos dirán con qué apoyo cuentan las instituciones políticas, porque arrojarán datos duros de las actitudes y los comportamientos de los ciudadanos. Es cierto que encuestas de Latinobarómetro han registrado la caída del apoyo a la democracia en México; sin embargo, tenemos que estar conscientes de que ese fenómeno desaparece en coyunturas electorales, pues en ese caso vivimos directamente la experiencia democrática, cuando vemos a los candidatos en campaña, la competencia electoral en marcha, o nosotros mismos vamos a votar. En ese caso aumenta el apoyo a la democracia.

Estamos a unas semanas de las elecciones federales, en las que estarán en juego 10 gubernaturas, la Cámara de Diputados, ayuntamientos, congresos locales y jefaturas delegacionales. Serán una prueba de las actitudes frente a las instituciones que nos gobiernan. Hay indicadores claros del desencanto ciudadano. Por ejemplo, las dificultades que tienen los partidos para reclutar personal político de recambio, que nos urge, se explican por el descrédito que sufre nuestra democracia representativa. Este desprestigio ahuyenta a muchos jóvenes que, en otras condiciones, querrían seguir una carrera política. El desinterés, si no es que rechazo, es una de las manifestaciones de la brecha que cada día nos aleja más de la promesa, al mismo tiempo que profundiza el descontento. La buena noticia es que hasta ahora no ha habido una deriva antidemocrática en la opinión; tampoco han surgido organizaciones de extrema derecha, como ha ocurrido en Estados Unidos, Italia, Francia, Austria y Suecia. En México existe una masa de ciudadanos críticos que están cansados de malas noticias sobre la corrupción y la inseguridad, y que están insatisfechos con el funcionamiento de las instituciones, pero que perseveran en la determinación de construir una democracia. Esto es, que no crean el Presidente, los gobernadores, diputados y senadores, que porque nos quejamos queremos volver a la no participación que tan cómoda le fue al autoritarismo del PRI. Tienen que saber que no queremos menos, sino más y mejor democracia.