Opinión
Ver día anteriorMartes 31 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

El pequeño Quinquin

E

l diablo, probablemente. Un misterioso asesino serial recorre una brumosa región del norte de Francia. Sus crímenes desconciertan a una pequeña población sumida en el letargo y la rutina.

Al horror del descuartizamiento de las víctimas se suman la extravagancia y el humor negro: los restos de un primer cadáver se encuentran en el interior de una vaca. El cuadrúpedo es descubierto en un bunker abandonado (¿cómo llegó hasta ahí, quién depositó en el animal los restos humanos?), y los atónitos encargados de las pesquisas judiciales –un teniente y un comandante estrafalarios– se devanan los sesos para resolver el enigma.

Mientras tanto, una pandilla de niños en periodo vacacional se divierte con la tragedia y sus formas alucinantes, al ritmo que crece la sensación perturbadora de que por esas frías planicies del Atlántico norte el diablo anda siempre suelto.

Ese es el asunto de El pequeño Quinquin (P’tit Quinquin), la cinta más reciente del francés Bruno Dumont, y de modo alguno es un asunto nuevo en su filmografía. Las constantes: la región nórdica natal, los actores no profesionales, la presencia ubicua del mal, un crimen enigmático, un ángel exterminador en los parajes: elementos todos de La humanidad o de Fuera de Satán, otras dos cintas suyas.

Lo novedoso aquí es el tránsito del drama hermético, teñido de un misticismo bressoniano (Al azar Baltazar; El diablo, probablemente), a un esperpéntico tono de comedia.

Para elaborar esta tragicomedia heterodoxa, Dumont propone una serie de cuatro episodios para la cadena Arte, que vuelve luego largometraje para su distribución cinematográfica. El realizador ofrece así, en pleno auge de las series televisivas anglosajonas, y como contrapunto inesperado, un híbrido de cine de autor y comedia negra popular en clave de miniserie. También la maliciosa crónica de una población donde el racismo ordinario, de adultos y de niños, provoca la desesperación y la muerte, confundiéndose con una racha de crímenes de odio en estos tiempos turbios de las victorias locales de la extrema derecha.

Este magnífico esperpento costumbrista sucede bajo la irónica mirada del pequeño Quinquin (Alane Dalhaye), quien opone al misterioso Mal que se apodera de la región la frescura de su primer amorío y de sus travesuras infantiles. El acierto de Dumont es enorme, tanto en el manejo de una galería de personajes fuera de serie como en la fotografía y una pista musical que consiguen redondear esta extraña amalgama de drama social y de comedia. Una televisión francesa revitalizada por el golpe maestro de un verdadero autor de cine.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 11 y 17 horas.

Twitter: @Carlos.Bonfil1