Hugo Gutiérrez Vega
El diplomático y escritor Francisco José Cruz nos entrega una excelente novela de acción, ¡A la mar, Galvao! Fue larga y fructífera la carrera diplomática del embajador Cruz. Sirvió en organismos internacionales, en varios países africanos, en Ucrania y Polonia. Su conocimiento de Derecho Internacional y de los temas relacionados con la integración europea, le permitió conocer a fondo muchos países y muchas culturas.
Quedan pocos exponentes de la vieja tradición de los diplomáticos escritores. Leandro Arellano, Jorge Valdés Díaz Vélez, Andrés Ordóñez, Alejandro Estivil y Alejandro Pescador son los que en la actualidad sontienen esa tradición que, en una época, representaron escritores como Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Amado Nervo, Gilberto Owen, José Juan Tablada, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Rafael Bernal, Fernando del Paso y Sergio Pitol, entre otros.
El personaje de esta novela de aventuras, que va mucho más allá de la acción para profundizar en la conciencia de los muchos personajes que intervienen y que aparecen y desaparecen en un juego constante entre la escritura y la tensión espiritual, pertenece a la estirpe de lord Jim y del Outcast of the islands, de Conrad, y a ciertas atmósferas de novelas de Graham Greene y de Somerset Maugham. Los países africanos, particularmente Senegal, son el escenario de las múltiples aventuras de Galvao, marino, viajante, aventurero y, sobre todas las cosas, viajero incansable. Se puede afirmar que el personaje central de esta novela es el viaje, concebido como necesidad de recorrer el mundo y de no tener domicilio fijo. Ligero de equipaje se puede viajar mejor y llegar, como Antonio Machado, sin grandes trabas al último viaje. Las bellas mujeres, especialmente la Venus africana que resplandece, como la Gabriela de Jorge Amado, con su piel de clavo y canela, aparecen en las páginas mejores de este libro viajero que pasa por alguna pequeña isla del Caribe y recala en el mundo eslavo, en los fríos de ese país cálido que es Polonia.
Jorge Valdés Díaz Vélez, autor del prólogo, recuerda a Pompeyo y a Fernando Pessoa, y a sus frases sobre la vida y las navegaciones. Ansia del viaje, necesidad de ampliar los horizontes, huída de la casa paterna a la cual, tarde o temprano, se regresa. Ulises de isla en isla, de zozobra en zozobra, hasta llegar a la Ítaca de sus sueños. Galvao camina por esos mares sin mapas y sin cartas de viaje y, volvamos a Machado, hace camino al andar. Jorge recuerda también a Kavafis y su poema en el que se pide que el viaje sea largo y lleno de peripecias y experiencias. Por esta razón, la novela tiene cambios bruscos, golpes de timón, rachas de viento huracanado y momentos de total calma en la cual se prepara el próximo viaje. Senegal y el pequeño puerto de Saint Louis son el lugar para la partida y llegada.
Galvao no es héroe ni villano, es un ser humano con todas sus debilidades, contradicciones, errores, aciertos y búsquedas. Su entusiasmo crece ante la belleza femenina. Es en esos momentos cuando deja que su vida quede pendiente y se concentre apasionadamente en el misterio de lo femenino.
Francisco Cruz ha publicado dos libros que están muy ligados a su carrera profesional y a sus viajes y admiraciones: Cuentos de amor reincidente y Polonia, la del corazón mediterráneo. Ahora incursiona en los terrenos de la novela y lo hace con talento y con una amenidad que se le agradece. Su Galvao tiene ya un lugar entre los personajes de la novela de acción que parten y llegan al fondo de la conciencia humana.
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