Editorial
Ver día anteriorMartes 24 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Grecia: el peso de la realidad
E

n su primer encuentro con la canciller alemana, Angela Merkel, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, hubo de comprometerse a emprender amplias reformas estructurales, en lo que podría interpretarse como una claudicación al programa de la coalición que lo llevó al poder, Syriza, en el cual se estipula un deslinde radical respecto de las brutales medidas de ajuste aplicadas por los anteriores gobiernos de Atenas y diseñadas por los organismos políticos y financieros europeos bajo la inocultable batuta de Berlín. Después de semanas de hostilidades verbales entre ambas partes, el mandatario mediterráneo externó un discurso conciliador y moderado, en tanto que su interlocutora no cedió un ápice en las exigencias alemanas y europeas de que Grecia continúe por el camino de los planes de choque de corte neoliberal que han devastado la economía del país y sumido a la población en una circunstancia económica angustiosa y aun desesperada.

Ciertamente, la súbita mansedumbre de Tsipras ante Merkel puede ser parte de una táctica para ganar el tiempo que su gobierno requiere para avanzar en las medidas de rescate social que propuso como oposición y dar así un respiro a los griegos, atenazados por el desempleo, la pérdida de los programas de bienestar social y de patrimonios, así como otros efectos de la política económica impuesta por la Unión Europea. De cualquier forma, el margen financiero otorgado por ese conglomerado continental a Atenas el sábado pasado –la liberación de 2 mil millones de euros en el curso del presente año– está condicionada al cumplimiento de las condiciones draconianas referidas y si no recibe parte de esos fondos, Grecia no podrá hacer frente a las obligaciones de deuda que vencen el mes próximo. Para hacer la situación más acuciante, el vaciamiento de los bancos griegos sigue su curso inexorable –20 mil millones de euros desde diciembre de 2014– y la semana pasada se registró, en el curso de un solo día, un volumen récord de retiros por 300 millones de euros.

Es claro, por lo demás, que una suspensión de los pagos sería catastrófica para el país deudor, pero conllevaría también un serio descalabro financiero para los acreedores, por lo que ambas partes especulan y juegan al estira y afloja en el filo de la navaja.

Bajo los discursos diplomáticos y de las negociaciones efectistas, sin embargo, subyace una trágica realidad: la pérdida de independencia económica de una nación teóricamente soberana y su obligada supeditación a los designios de entidades financieras trasnacionales, acreedores privados y gobiernos de países poderosos.

Es decir, por radicales que resulten los planteamientos de formaciones políticas como Syriza, en Grecia, o Podemos, en España, resultan angustiosamente reducidos los márgenes de acción de los gobiernos para alterar el sentido del modelo económico imperante en la mayor parte del orbe. Los intentos por cambiar las prioridades de las políticas públicas y por desarrollar administraciones que privilegien las necesidades de la población por encima de los intereses de los capitales se topan con la amenaza de ahogar financieramente al país que pretenda seguir ese camino.

En el caso de Tsipras y de la coalición Syriza, han sido puestos entre la espada de las instancias públicas, privadas y multilaterales extranjeras y la pared del electorado que depositó en el nuevo gobierno las expectativas de una mejoría significativa. El primer ministro griego y su equipo deberán empeñar todas sus capacidades diplomáticas, sus habilidades de persuasión y su imaginación para salir bien librados del trance. Cabe hacer votos por que lo logren porque, dentro y fuera de Grecia, siguen representando, a pesar de todo, una esperanza.