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Mujeres
L

a vida del barrio provinciano en el que crecí estaba ritmada por tres mujeres. Doña Patricia, doña Concepción y doña Francisca señalaban los tiempos en los que se contaban las historias, se realizaban los juegos o se iniciaba la vida laboral. La primera era mi abuela, era conocida como doña Ticha y a ella se acercaba todo aquel que deseaba un consejo para arreglar un bautizo, remediar un matrimonio, iniciar un pequeño negocio o encabezar las gestiones para pavimentar las calles de tierra roja que en tiempo de lluvias pasaban de ser campos de béisbol a puertos de mar embravecido para todo tipo de embarcaciones infantiles. Cuando pardeaba la tarde, al fresco de la portada de su casa, era la encargada de concordar el momento de empezar a contar las historias de los tiempos idos.

La segunda era nombrada por todos doña Concha y era famosa porque arreglaba todo tipo de desajuste espiritual, porque permitía resolver cualquier entuerto con los muertos y porque construía y arrendaba cuarterías que, como en panal, se levantaban alrededor de sus terrenos. Los juegos de pelota que se realizaban a la sombra de los dos inmensos árboles de mango de su patio se dispersaban volando, cuando desde su cocina avisaban a gritos que había comenzado la sesión en la que hablaba con su marido y su hijo mayor que perecieron en sendos accidentes de avioneta. Tanto poder emocional tenía que decidió tomar como marido a uno de sus trabajadores, quince años menor. Ella marcaba la sensibilidad vital.

A doña Francisca le llamaban, claro, doña Pancha y se dedicaba a organizar que miles de trabajadores de todo tipo y condición obtuvieran placer fácil. Regenteaba el cabaret más grande y famoso del sureste mexicano. Después de las dos de la tarde en que despertaba, decenas de mujeres y hombres desfilaban por su casa para solicitar trabajo. Ella prefería emplear a sus vecinos, quienes, por su decisión, obtuvieron así su primer empleo como encargados de bodega, de compras, de cuentas, de empleados. Los de mi barrio realizaban los trabajos diurnos de la vida nocturna.

Corrían los años 60 y la capital de Tabasco iniciaba difícilmente su relación con el país por la vía terrestre. Doña Ticha apenas podía escribir su firma pues no sabía leer ni escribir, doña Concha sólo conocía las cuatro operaciones de la aritmética y con ellas administraba mes a mes sus propiedades, y doña Pancha era famosa por su infalible memoria para gobernar su reino de la noche. Su pasión por la vida les otorgaba a estas tres mujeres su enorme liderazgo.

Medio siglo después ya podemos hablar de coberturas más amplias e incluso de participaciones prácticamente igualitarias en el sistema educativo de nuestro país. Pero todavía hay grandes distancias para las mujeres en la toma de decisiones cotidianas, desde el espacio de la familia hasta el espacio de la vida comunitaria. Como señala Amartya Sen, el desarrollo de las capacidades de las mujeres contribuye sustancialmente a reducir las enfermedades y la mortalidad infantil y tiene un efecto importante en la superación de la pobreza. En el mundo de hoy la educación es una de las tareas más importante en el ejercicio de la libertad y de la toma de decisiones de las mujeres.

En nuestro país no podemos sentirnos satisfechos de haber logrado que en el 50 por ciento de la matrícula escolar estén las mujeres de hoy. En primer lugar porque la educación tiene importantes efectos sobre los ingresos: en estos tiempos con primaria completa una mujer gana en promedio hacia 2 mil 532 pesos mensuales; con secundaria completa gana aproximadamente 3 mil 500 pesos y con bachillerato completo y más gana 6 mil 100 pesos al mes. En segundo lugar porque la formación educativa también se asocia al mejor cuidado de la salud de los hijos y de ellas mismas: cuando no se ha concluido la primaria, 30 por ciento de los hijos menores de cinco años muestran desnutrición y con bachillerato completo y más, sólo 7 por ciento de los niños presentan esta condición. Cuando las mujeres no tiene primaria solamente 21 por ciento se realizan una revisión de senos y, en comparación, más de 42 por ciento de las mujeres con al menos un grado de bachillerato tienen esta práctica preventiva.

La fuerza de las mujeres para la vida de México es esencial. Si ellas no existieran los hombres tendrían que hacerse cargo por completo de cuidar, alimentar, velar por la educación y la salud de 33 millones de niños. Tendrían que dedicar en promedio 32 horas más a la semana al cuidado de los niños y tendrían que dedicar menos tiempo al trabajo remunerado y al esparcimiento. Los hombres tendrían que dedicar casi 49 horas semanales más al trabajo doméstico. Tendrían que invertir alrededor de 20 horas semanales al cuidado de los ancianos y otras 20 más al cuidado de los enfermos. 30 por ciento de los hogares con adultos mayores no tendrían una jefa de familia que velara por los cuidados y la salud de los ancianos. 21 por ciento de los hogares carecería de jefe de familia. Cincuenta y ocho por ciento de los hogares dejaría de recibir el ingreso que generan las mujeres. La industria no contaría con el 27 por ciento de la fuerza laboral. México carecería del aporte de 526 mil profesionistas y no existirían casi 45 por ciento de las microempresas, pues ellas están encabezadas por mujeres.

Ya lo expresó Gabriel García Márquez con sabiduría, lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar a la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo. Hace medio siglo doña Ticha, doña Concha y doña Pancha se adelantaron a su tiempo. Nos recordaron día tras día lo que en el Génesis se dice: la mujer es otro yo en la humanidad común. De vivir hoy, no sólo estarían en la memoria de los niños que crecimos en su barrio sino que ellas tres, juntas, estarían escribiendo la historia de nuestro tiempo.

twitter: @cesar_moheno

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