Opinión
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Las claves de la memoria
E

l periodista Juan Diego Quesada dio con estas palabras la noticia de la muerte, hace un año, de Federico Campbell: Ha muerto este sábado en la ciudad de México a los 72 años. El también ensayista y articulista, al que ya no se cruzarán sus vecinos del barrio de La Condesa enfundado en sus zapatos italianos, llevaba medio siglo viviendo en otros sitios, pero su obra y su vida están marcadas a fuego por el esquizofrénico lugar en el que nació: Tijuana.

Y me llama la atención que en esta nota necrológica aparezca como un dato importante el tipo de zapatos que Federico usaba; al releer o leer por vez primera varios de sus libros para preparar esta intervención mía en su homenaje, advierto un dato autobiográfico reiterado en su vasta obra, a mi modo de ver eminentemente autobiográfica, aunque de reportajes o de entrevistas se tratase.

En el capítulo VI de Todo sobre las focas, novela incluida en Tijuanenses, su obsesiva recreación de la ciudad donde nació y vivió su infancia con su familia, su madre y sus hermanas, donde murió su padre, y donde sufrió una complicada aunque fantasiosa historia de amor, el protagonista narra: Antes de llegar a mi casa vi un choque de autos. La vecina que una vez me regaló unos zapatos discutía acongojada con un policía... y en otro párrafo continúa diciendo: Mucho más tarde la casa de junto se quedaba sin luz, excepto en la parte trasera. Pude ver desde la mesa que alguien se movía dentro de la recámara tras las persianas. Me la quedé viendo a ella, a la vecina que una vez me regaló unos zapatos. La mujer se desvestía nerviosa. Era delgada. No alcanzaba a verle el rostro... La intrusión de la vecina hacia la parte lateral de la persiana entreabierta me apuró a apagar la luz. Y la vi. Se reflejaba desnuda en el espejo. De pronto una mano surgió de abajo. Desde el marco inferior de la ventana, y ella la tomó con la suya reclinándose y desapareciendo bajo las líneas horizontales de la persiana.

El capítulo termina con una nota roja, cuando el protagonista abandona su ciudad y, rumbo al aeropuerto, cuenta: “...me subí otra vez al taxi. Un cortejo fúnebre de autos encabezados por una carroza nos cerró el paso.

¿La conocía usted? –dijo el chofer.

Sí –contesté–. Era la vecina (la de los zapatos, añado yo). Murió anoche. Tomó barbitúricos”.

El personaje es un joven, un joven a punto de abandonar la ciudad natal para tratar de empezar su vida en otra parte, un joven que como todos los jóvenes se inicia en la sexualidad. Curiosamente, en un texto del mismo Tijuanenses intitulado Anticipo de incorporación, claramente un texto de iniciación, el narrador empieza con estas palabras su relato:

Mi madre y yo nunca nos llevamos muy bien. Hijo único entre dos hermanas, pronto me di cuenta de que nada tenía que hacer en territorio enemigo. Se trataba de una batalla perdida de antemano, escapé en cuanto pude de aquella casa tomada desde los cimientos por el gusto, el tono, las mujeres que rodeaban a mi madre.

Vuelve a aparecer en el mismo relato e intempestivamente la madre, ya sola, las hermanas lejos, cuando el protagonista inicia su vida independiente en otra ciudad, en este caso Hermosillo. Llega a visitarlo y a pedirle que se vaya a vivir con ella, él se niega (¿cómo habría de aceptarlo si para él vivir con ella, era como habitar un territorio minado?) y la madre, antes de partir, le entrega un regalo.

Salí de la terminal, concluye el narrador, con las manos en los bolsillos y la caja de zapatos bajo el brazo...

¿Un fetiche? ¿Cuenta?

He releído para conmemorar un año de su muerte la obra completa de Federico Campbell, centrarme en esta anécdota parecería banalizar a un escritor que, como él mismo decía, nunca tuvo el reconocimiento que se merecía y se merece, como uno de los más significativos y más generosos escritores que hayamos tenido. Creo por lo contrario, que incluirla, es revisar una de las claves esenciales de su narrativa, la que da cuenta de su autobiografía.

Twitter: @margo_glantz