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20 años de apoyo a los migrantes

Ver a los centroamericanos sonreír nos cambia la vida

Antes sólo pasaban por alimento; ahora requieren atención médica
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Reconocimiento a las patronas, quienes brindan alimentos a migrantes que pasan por su comunidadFoto Sergio Hernández
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 15 de febrero de 2015, p. 3

Amatlán de los Reyes, Ver.

Las patronas, una docena de mujeres originarias de Amatlán de los Reyes, cumplieron este 14 de febrero 20 años de alimentar a centroamericanos que pasan por el sureste de México rumbo a Estados Unidos.

Norma Romero, una de las activistas, comentó que esta celebración se da en un contexto de nuevos desafíos, ya que el Plan Frontera Sur, estrategia puesta en marcha desde julio de 2014 por el gobierno de Enrique Peña Nieto para evitar que los migrantes viajen en el tren de carga La Bestia, ha generado otros problemas.

Si antes los migrantes que viajaban en el tren sólo pasaban por alimento y continuaban su viaje, ahora requieren atención médica, reposar y, en la mayoría de los casos, cambiar de zapatos.

Esto implica desafíos para los albergues y comedores de migrantes. Antes debían preocuparse sólo por dar alimento; ahora deben buscar donaciones de medicinas y zapatos, y tener un lugar para alojar y alimentarlos durante una semana.

Como no los dejan subir al tren, caminan. Llegan con los zapatos destrozados, llagas en los pies y con la cara baja. Cansados y tristes. No es agradable viajar caminando de Tierra Blanca para acá (Amatlán de los Reyes): son tres días de camino, señala.

Para Norma Romero, la migración no tiene otra solución más que un acuerdo entre los presidentes de los países involucrados en la migración. “Que se junten a dialogar sobre el bien común para centroamericanos, para México –que es de tránsito– y para Estados Unidos –nación receptora. Yo creo que si pensaran en una manera de solucionar esto, quizás podrían imitar un modelo como el de Canadá, que promueve el empleo temporal”.

Esta mujer, que ayuda a los migrantes desde 1995 –cuando eso se consideraba un delito– advierte que “ahora que hay leyes –como la aprobada en mayo de 2011, que favorece a migrantes y defensores– es triste que sólo la respetemos nosotros, quienes no la hicimos”.

En el ámbito de los derechos humanos y de atención a migrantes, lamenta que en los gobierno federal, estatal y municipal a veces los puestos se los dan a personas que no tienen sensibilidad, eso humano que se necesita y que buscamos. A ellos les da lo mismo si se cae uno u otro.

Uno de esos funcionarios, señala, es Ana Gabriela Guevara, presidenta de Asuntos Migratorios en el Senado. A menos que venga a entrenar a los migrantes para que brinquen las bardas, no le vemos mayor interés. Hemos tenido reuniones donde debe estar presente, pero no la hemos visto, no tiene tiempo.

Cada día, experiencias nuevas

Lorena Aguilar Hernández tiene cinco años de ser uan de las patronas. “Un domingo vine aquí al comedor a visitarlas y me tocó que pasara un tren. Pregunté si podía ayudarlas a entregar la comida y me dijeron que sí, que agarrara las bolsas.

Lorena recuerda que “el tren venía cargado de gente, quizás 300 o 400, y yo estaba ahí, estirando mi mano mientras los que venían arriba jalaban la bolsa. Se me quedó la imagen de un muchacho, de 17 o 18 años, a quien le estiré la mano con mi bolsas y antes que las tomara me dijo: ‘gracias’, con esa cara de cansancio pero de alegría”.

Ese día pensó que en lugar de estar en mi casa viendo tele puedo venir aquí y ayudar. Le platiqué a Norma mis intenciones, ella me explicó cómo trabajan y me aceptó.

La experiencia más difícil que le tocó presenciar fue la de Jesús, un joven de 23 años que se cayó del tren en Cuichapa. “En el hospital, no sabía qué decirle cuando despertara y avisarle que no tenía piernas. La sorpresa fue cuando el joven recobró la conciencia y le dijo: ‘por algo Diosito me dejó aquí. Y voy a salir adelante’.

Desde entonces me dije que si ese muchacho no se rinde, yo no me voy a rendir.

Empecé de metiche

Guadalupe González Herrera, de 57 años, empezó de metiche con las patronas. Yo sólo venía al comedor de visita, a platicar con ellas. Y en algunas ocasiones las ayudaba a entregar la comida a la orilla del tren. A veces escuchaba a los migrantes: A mí, agua, agua, y ellas decían que se les había acabado. No hay suficientes botellas de agua.

Un día, a las cinco de la mañana, después de que su esposo se fue a trabajar, en lugar de regresar a dormir, Guadalupe se puso a lavar y llenar botellas de agua.

Aquel día, sin que nadie le avisara, escuchó el silbido del tren. Pero lo mejor fue cuando entregó las botellas y le dijeron gracias, madre. Eso me cambio todo. Desde aquella ocasión se integró a las patronas.

Julia Ramírez Rojas tiene 16 años de formar parte del grupo. Recuerda cómo se integró: “Un domingo el tren se paró y traía migrantes. Entre ellos había un chavito de 16 años, que entró a mi casa y me dijo: ‘madre, regálame un taco’. Tenía tres días sin comer. Yo le freí unos huevos, calenté frijoles y le hice unos tacos.

“Me lo agradeció y se fue (pero) vi que en el patio de mi casa avanzaba y regresaba. Cuando al fin se animó, me dijo: ‘madre, ¿le puedo pedir un favor? Quiero que me dé la bendición, porque vengo de lejos y nadie viaja conmigo’

Me acordé de mi propio hijo y lo persigné, le di la bendición y un abrazo. Aquel día se integró a las patronas.

Mientras esté buena y sana, estaré aquí, apoyándolos, afirma.