Opinión
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Melón

Ninón Sevilla

M

e produce hondo pesar el fallecimiento de Ninón Sevilla, pues fue la iniciadora que nos llevó al favor del público, al integrarnos a su show en La Fuente, cabaret situado en la avenida Insurgentes. Allí, en compañía de Orlando Guerra, Cascarita, y Silvestre Méndez, hicimos una temporada de campanillas, con el principal atractivo de la señora que merece mi admiración, respeto y cariño, no sólo en la parte artística, también por su don de gente, calidad humana y bonhomía.

Comenzó así una cercanía que tuvo su inicio en esa ocasión inolvidable, que más tarde nos hizo a Lobo y Melón, con su grupo, seguir siendo parte de su cuadro artístico en el Teatro Lírico y una gira a Centroamérica. Le hice coro a Ninón para un disco en RCA Víctor.

No voy a referirme a lo que es ampliamente conocido: sus películas, sino voy a señalar la parte que fue notoria: su presencia en el escenario y sobre todo que fue una gran compañera. Por fortuna en un libro que apareció recientemente se menciona a Ninón y así se puede notar que no me cuelgo de su fallecimiento.

Le comento, monina, que los sueldos de los soneros siempre han sido muy bajos, pero ella nos hizo ganar cantidades impensables. En Vivir la noche, nombre del libro, narro un detalle de tan linda señora, una dama en toda la extensión de la palabra, detalle que se repitió cada vez que actuamos con ella; en pocas palabras, nos enseñó a cobrar.

Por cierto, en la gira a Centroamérica pasamos el Año Nuevo en San Salvador y el empresario, del cual no recuerdo su nombre, al llegar a esa ciudad nos hospedó en un hotel con muchas carencias que no aceptamos. Me comuniqué con Ninón para decirle de nuestra situación, y más rápido que ya le dijo al empresario que si no nos cambiaba de hotel nos regresaríamos a México de inmediato, a la voz de fuego se va Covadonga. Lo dicho, una gran compañera de la que tuvimos deferencias a granel. Sólo me resta desear que descanse en paz.

Pasando a otro tema, le diré, mi querido asere, que he tenido, antes del fallecimiento de Ninón, dos encuentros que fueron muy gratos y a la vez sorpresivos. El primero, con el señor Fernando Solares Meza, que fue al lugar donde acostumbro llegarle a mis sagrados alimentos, como diría don Beto Cortés, para que le firmara un disco que le consiguió nuestro mutuo amigo Miguel.

Posteriormente, Fernando y yo nos encontramos en el Metro Allende, donde estuvimos cambiando impresiones, aparte de mostrarme verdaderas joyas: cuatro libros relacionados con la música cubana. Este nuevo amigo me sorprendió por su amor a ella y sus conocimientos.

El otro encuentro fue en el feudo de Miguel, en Motolinia, casi esquina con Cinco de Mayo, con Francisco Dorantes y José Luis Briseño, vecino de Neza, de buen gusto, y productor de salsa y montuno. En fecha reciente, a través de su programa tuvo a Tony Camargo en entrevista telefónica relatándole de varios de sus éxitos, entre ellos, por supuesto, El año viejo.

Era ineludible que nuestra conversación tratara el tema de la música cubana, sobre todo al contar con el repertorio de Miguel. Por supuesto, hablamos de Tito Allen, a quien deseamos pronto restablecimiento, motivo por el cual se canceló su actuación en el Teatro Ferrocarrilero y, por ende, una disculpa de mi parte, pues di la noticia, pero los imponderables me hicieron quedar mal.

En dicho encuentro hubo otros tópicos, como lo que Miguel nos presentó como gran hallazgo: un disco de Tito Rodríguez, cuyo título es 25 Anniversary Performance. Entre otros números, incluye un mosaico de su compatriota Rafael Hernández, integrado por Qué te importa, Ahora seremos felices, Tú no me comprendes, Dos letras, Congoja, Cuatro personas, Cachita, El cumbanchero, Preciosa, Desmayo, Lamento borincano, Capullito de alhelí, Desvelo de amor, Campanitas de cristal y Ausencia. Sinceramente, está de aquellita. ¡Vale!