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Francisco y las enfermedades de la curia romana
E

l diagnóstico fue certero. El papa Francisco sabe bien cuáles son los problemas que aquejan a la cúpula clerical católica romana; la cuestión, entonces, va por las medidas realmente efectivas que debe tomar para por lo menos aminorar la problemática por él señalada.

El 22 de diciembre, el Papa se refirió a las 15 enfermedades graves que padece la curia romana. Lo hizo como parte de su mensaje navideño, en el Palacio Apostólico del Vaticano y ante los acartonados purpurados y altos funcionarios de la Santa Sede, cardenales, obispos y curas ( La Jornada, 23/12/2014). Francisco enfatizó su intención de acercar la jerarquía de la institución que preside a los mil 200 millones de católicos dispersos por el mundo.

Las 15 enfermedades clericales señaladas por el Papa son: 1) sentirse inmortal e insustituible, sin defectos, carencia de autocrítica, rivalidad y vanagloria; 2) activismo desenfrenado, que no da lugar al descanso y a desarrollar relaciones familiares y amistosas con otras personas; 3) petrificación mental y espiritual, a la que llamó Alzheimer espiritual, en el que se olvida el fervor inicial del ministerio de los sacerdotes; 4) querer tener todo bajo control, exceso de planificación; 5) mala coordinación, protagonismo que anula el trabajo en equipo; 6) vivir en el mundo de las apariencias, en las simulaciones; 7) la esquizofrenia existencial, en la que se lleva una doble vida; 8) sembrar cizaña mediante chismes y rumores; 9) divinizar a los superiores; 10) oportunismo en busca de subir en el escalafón clerical; 11) indiferencia hacia las necesidades de los demás; 12) semblante fúnebre, ajeno a la amabilidad, serenidad, entusiasmo, alegría y buen humor; 13) acumulación de bienes materiales; 14) buscar el trato solamente con las élites de la sociedad; 15) mundanidad y exhibicionismo.

Todas las enfermedades señaladas por Francisco sin duda son ciertas. Hubo ausencias, como el encubrimiento que permitió los miles de casos de abusos sexuales perpetrados por clérigos; delitos que fueron negados por cardenales, arzobispos, obispos y nuncios, quienes además consideraron a los denunciantes de las atrocidades como personas que buscaban desprestigiar a la Iglesia católica. Tampoco figura en el recuento la corrupción que ha enriquecido a conspicuos integrantes de cúpulas clericales en distintas partes del orbe. En México tenemos varios casos de éstos y son bien conocidos.

Las debilidades enlistadas por el Papa no surgieron por generación espontánea. Han sido resultado de una forma de ser, de un estilo de vida que privilegia la función de los clérigos y relega el lugar de los llamados laicos. Es decir, el clericalismo prohíja un cierto perfil dominante en el conjunto de los sacerdotes, y mientras más encumbrados sean éstos, son más agudos los males descritos por Francisco. La propia estructura verticalista de la Iglesia católica estimula todas las deficiencias expuestas frente a quienes exhortó a la reflexión, penitencia y confesión antes de Navidad.

Han pasado dos semanas desde el discurso del papa Francisco. Nadie perteneciente a la alta burocracia del Vaticano ha presentado confesión pública de haber practicado y diseminado los males señalados por la cabeza de la Iglesia católica. Tampoco ha realizado lo sugerido por Francisco (autocrtítica, confesión y penitencia) alguno de los dirigentes eclesiásticos mexicanos. Eso sí, continúan pidiéndoles cuentas de sus conductas a los demás, pero se consideran intocables y para nada transparentan su forma de ejercer el sacerdocio y las relaciones de poder que mantienen dentro y fuera de la institución.

Semanas antes del diagnóstico de Francisco, el Pew Research Center dio a conocer los resultados de una documentada investigación, titulada Religion in Latin America: Widespread Change in a Historically Catholic Region (disponible en http://www.pewforum.org/files/2014/11/Religion-in-Latin-America-11-12-PM-full-PDF.pdf). Allí queda consignado que si bien es cierto que América Latina continúa como la reserva mundial del catolicismo, por otra parte la dinámica del cambio religioso en las décadas recientes ha sido intensa, crece la diversificación de otras formas de creer y el catolicismo se aminora en todos los países del continente.

Menciona el reporte del Pew Research Center que Latinoamérica es el hogar de 425 millones de católicos, cerca de 40 por ciento de la población católica mundial. También aporta que “históricamente las cifras muestran que durante la mayor parte del siglo XX, desde 1900 hasta 1960, por lo menos 90 por ciento de la población latinoamericana era católica (…) Hoy 69 por ciento de los adultos de la región se identifican como católicos”. La disminución de creyentes católicos ha sido más intensa en unos países que en otros, pero por toda América Latina el decrecimiento es innegable.

La conversión a diversos credos religiosos distintos al catolicismo romano es multifactorial, pero al cambio de creencias ha contribuido de alguna manera lo señalado por el Papa respecto de las enfermedades que aquejan a la curia romana y, agrego, a muchas de las cúpulas clericales nacionales.

No se avizoran transformaciones drásticas para cortar de tajo lo criticado por Francisco, y él tiene los medios para iniciar la sanación. Pero mientras demuestra claridad al hacer el diagnóstico, no parece tener la suficiente decisión para atajar los males que carcomen a la institución que preside.