Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 4 de enero de 2015 Num: 1035

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrativa venezolana:
más de un siglo

Venezuela, el libro y
la dimensión humana

Luis Tovar

Venezuela, ocho
décadas de poesía

El nombre de Venezuela
Leandro Arellano

Atenas, llama cuyo
color es azul

Nikos Karouzos

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

Aprenda a callarse, licenciado

Dicen: “la juventud no tiene para
gobernar experiencia suficiente.
Menos mal, que nunca la tenga,
la experiencia de robar…

León Gieco, Los Salieris de Charly

Ay, licenciado, sigue usted dando muestras de ser su propio, formidable enemigo. Lo condenan su lengua larga, su estupidez y sus inconmensurables ambición y petulancia. Entienda, licenciado –le regalo el título aunque ambos sepamos que muchas veces usted ni siquiera terminó dignamente la secun, pero decirle licenciado es uso y costumbre que le nutre esa autoestima secretamente magullada– que el tener un puesto público o peor aún, el haberlo obtenido porque era usted en el momento adecuado el alecuije ideal para el trabajo sucio o el primo del amigo de la estilista de la mujer del licenciado, el otro, su patrón (que es casi siempre como usted pero con más poder, más dinero, la misma falta de escrúpulos pero mejores contactos), el tener un puesto público, decía, no lo hace miembro de una casta divina e impune, aunque eso signifique precisamente en la cotidiana y puerca realidad mexicana pertenecer a un estamento gubernamental. Es usted en realidad mi empleado. El empleado de la mayoría de la gente que usted tanto desprecia y no se muestra recatado para exhibir esa irreverencia muchas veces humillante; en la manera altanera en que contesta a un reportero, en la arrogancia insufrible con que sube la ventanilla eléctrica ante el reclamo o la súplica, en la displicencia con que nos mira o finge no hacerlo.

Porque mire, licenciado, aunque haga usted del servicio público una carrera indebidamente larga, de saltimbanqui político, de saltamontes burocrático, un día se le va a acabar el puesto y con el puesto la canonjía y con la canonjía los privilegios y con los privilegios perdidos usted va a pasar a ser, como este aporreateclas y millones de mexicanos, un ciudadano más, otro del montón, perrada. Pero rodeado de rencores. Ahí el que fue diputado y se presentaba amedrentando vecinos como “diputado federal” acompañado, claro, de un guardaespaldas malencarado de chalequito y cuarentaicinco al cinto y hoy, perdida la diputación, caído en desgracia por una traición política ni a su casa regresa. Allí el que comía en un restaurant muy quitado de la pena hasta que se le atragantó el bocado cuando fue interpelado, ante la mirada complaciente y burlona de meseros, comensales y garroteros, por una señora que lo reconoció y le gritó en su cara de asombro que era un cerdo corrupto. Allí los que creían que en grupo eran intocables cuando abordaron un avión y los pasajeros los pusieron, para decirlo con elegancia, como palo de gallinero.

Mejor, licenciado, no haga declaraciones. No elabore discursos llenecitos de adornos y mentiras. Robe mientras lo sigamos dejando, porque es su vocación, el abuso, el desfalco, la simulación, pero hágalo en silencio y no chille como puerco cuando sea aprehendido. Váyase a la cárcel o al quinto infierno en silencio. Ya ve luego ésos que tanto declaraban, tanta bravata ladraban cómo terminan patéticamente callados detrás de la rejilla de actuaciones ante un Ministerio Público posiblemente igual de corrupto pero afortunadamente del otro lado de la valla: reservándose su derecho a declarar.

Mejor resérvese su derecho a declarar de una vez, por adelantado, y ahórrenos sus discursos falaces –que seamos honestos, no escribe usted, se los escribe un amanuense muerto de hambre o un licenciado inferior, servil y lamesuelas. No importa que sea usted gobernador en Jalisco o Puebla, o que sea el director del Colegio de Veracruz, o un procurador estatal o federal o secretario de Gobernación o el mismísimo presidente: cállese. Aprenda una lección de humildad, atienda un consejo gratuito y aprenda a callarse. En realidad a nadie le interesa lo que tenga que decir porque ya sabemos que miente, que protege intereses que no son los de la gente, que sólo le interesa el dinero, la embriaguez del whisky fino o del momento en que se compra un reloj de medio millón o una camioneta del millón completo. Casi siempre está usted en un área de la que no tiene ni remota, real idea de qué se trata realmente el trabajo ni las verdaderas obligaciones del puesto pero chupa dinero como aspiradora. Eso ya lo sabemos. Lo vemos en sus casotas, en sus flotillas de autos, en sus ejércitos de sirvientes. Para qué exhibirse.

Mejor quédese callado. Gánese a usted mismo esa nimia batalla de narcisismos. Al menos para que seamos menos crueles al burlarnos de su caída, de sus lamentaciones y su llanto cuando pierda todo lo material.

Porque entienda licenciado, la física no se equivoca, y todo lo que sube tiene que bajar. Y acá lo vamos a estar esperando.