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En la comercialización se pierde la búsqueda y la experimentación, expresa el artista

Alejandro Barrón, un pintor libre del mercado y el patrocinio oficial

Fuera de los museos y las escuelas hay gente que cree en la pintura, y el camino se torna muy difícil

Después de una crisis tras la peor exposición de su vida en el Centro Cultural Ollin Yoliztli, logró colocar su obra en colecciones privadas en el país y en EU: Hago lo que me llena

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En los lienzos de Alejandro Barrón fluye el erotismo y una belleza que inquieta. En las fotos, el pintor y su pieza La maga (2013). Óleo sobre tela y madera, de 85 x 55 cm Foto Francisco Olvera
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A la izquierda, Ahuyentando arañas (2014) y enseguida La lógica del deseo (2013)
 
Periódico La Jornada
Martes 30 de diciembre de 2014, p. 2

Fuera de las escuelas de arte, la pintura nunca ha muerto. Al contrario, entre una cada vez más nutrida cofradía de artistas, la pintura, con todo y sus técnicas tradicionales, sus saltos al vacío y su infinita búsqueda de la condición humana, germina con fuerza y dignidad.

Así explica Alejandro Barrón (DF, 1980), quien pertenece a esa generación de jóvenes cuyo pincel no se deja amedrentar por un mercado que, por ejemplo, a los hiperrealistas los condena a fabricar pinturas decorativas, ni por un sistema oficial de becas que desgasta el ánimo más que estimularlo.

Con 12 años de trabajo frente al caballete, Alejandro Barrón considera que hace apenas siete aparecieron buenos resultados en sus lienzos: pinturas de una belleza que inquieta, cuerpos desnudos cuyos detalles fluyen del erotismo hacia las tinieblas. Juguetes, restos óseos, animales, pero sobre todo rostros, miradas, piel en celo.

Egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ahora Facultad de Artes y Diseño) de la Universidad Nacional Autónoma de México, el artista se define como autodidacta de la pintura, pues lo que aprendió básicamente en las aulas fueron las técnicas de grabado, en particular la litografía, la cual tuvo que abandonar, porque no tenía ni el espacio ni las posibilidades económicas; me negaron los talleres.

En entrevista con La Jornada Barrón reitera que en las escuelas e incluso en algunos museos “te dicen que se acabó la pintura, que ese no es el parámetro. Afuera de esos espacios es donde uno va encontrando colegas que creen en ella, y el camino del aprendizaje se torna muy difícil: no hay quien enseñe el proceso de la pintura, pues en los cursos públicos se termina siendo pintor, es cierto, pero hasta cierto punto, como si se tratara de un pasatiempo.

La comercialización orilla a los pintores a hacer cuadros decorativos de manera muy rápida. Se pierde la búsqueda y la experimentación. A mí me ayudó caminar solo, y hasta la fecha no me gusta que me digan qué hacer. Hago lo que me llena y tiene posibilidad de moverse, de transformarse, de hacerme avanzar.

Barrón empezó en 2004 a trabajar pintura del natural, con retratos y desnudos, pero, como él explica, tiene poco tiempo exhibiendo y vendiendo su obra de manera digna. Entró al mercado de las grandes ligas gracias a un galerista de Monterrey, quien vio en su trabajo la potencia necesaria para conquistar a coleccionistas extranjeros.

“Desde que era estudiante vendía mis grabados, pero me topé con lo que sucede a todos los artistas que empiezan: el abuso. También hay pinturas que llegué a vender muy baratas, eso sucede cuando no se tiene apoyo económico. Vendía mis piezas, pero no para mantenerme, apenas para cubrir gastos básicos.

“Por eso hablo de dignidad, pues me ocurrió que en una exposición que tuve en el Centro Cultural Ollin Yoliztli, donde pensé que me iba a ir muy bien, al final fue la peor exposición de mi vida. No me querían dar el espacio, decían que el consejo no lo autorizaba, muchas trabas, y así en varios lugares. Esas situaciones no dan oportunidad de crecer, por eso dejé de exponer en el Distrito Federal.

Apenas este año me he presentado en dos colectivas en la ciudad, pues no tengo obra para una individual, o está vendida o en Estados Unidos, con la galería que me maneja desde hace un año en Nuevo México. Es estar ya en el plano internacional.

En el caso de las becas y las bienales que se organizan en México, en las que Alejandro no participa, porque su obra se mueve mejor fuera del país, considera que deberían enfocarse a buscar y apoyar a los nuevos talentos y no a los mismos de siempre, ni a algunos consagrados. Respecto de las becas que da el Fonca, me han platicado que es muy raro que se la den a alguien que la solicita por primera vez, es más seguro que sea a la segunda o tercera.

Tropezón y empezar de nuevo

Su gusto por el grabado hizo posible que Barrón fortaleciera sus técnicas de dibujo, columna vertebral de su obra: “La escuela quita el dibujo, sólo dan cursos en los primeros años, después les parece obsoleto, pero me metí a todos los talleres de dibujo una y otra vez, incluso dejé de ir a las clases teóricas que no me interesaban. Me enfoqué en el retrato, porque me parece un tema muy vasto.

Así llegué a la oscuridad, que proporciona ambientes intimistas, al desnudo, que ya no es el ideal, sino el que devela detalles, lunares, arrugas, la carne; a objetos que tienen un ánima, que formaron parte de algo o de alguien, con vibra. Son personajes que emergen de la penumbra y todos tienen su historia.

Después del fracaso que fue para Barrón esa fallida exposición en el Centro Cultural Ollin Yoliztli lo invadió una depresión tal que consideró dejar de pintar. Estuvo varios meses sin hacerlo.

“Fue terrible, no hacía nada más que estar tirado. Pero me hizo levantarme el instinto de supervivencia, porque yo soy esto, mi pintura. Me ayudó el galerista de Monterrey, que cuando vino a mi estudio a ver una obra me dijo: ‘¡Está increíble!’ Me motivó.

“Pero el regreso fue frustrante, porque no podía pintar. No es cierto eso de que se tiene el talento o el don. Si dejas de pintar se acaba la magia. Tuve que empezar de nuevo. Pero a pesar del tapón seguí, me costó un año retomar el ritmo.

“Ahora me siento pleno. No me puedo imaginar sin pintar, es lo que me llena. Sobre todo, técnicamente mi obra cambió, pienso que es mejor que antes. Me perdí, pero era necesario, pues descubrí que las obras hay que hacerlas con calma, sin correr. Antes pensaba que había que estar dibujando todo el día, sin comer, sin dormir, sin vivir. Y no es así. No es bueno.

En mi caso, la pintura es caminar, buscar con todo el tiempo del mundo, dar su espacio a las cosas, porque el cuadro va diciendo qué necesita, y hay que saber escucharlo.