Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XXXVII

R

ecordemos.

Al capítulo anterior le pusimos punto final cuando Carlos le dijo a su apoderado que necesitaba un mes para volver a estar en forma y que deseaba que su reaparición fuera en la plaza de Barcelona en la que tantos triunfos había alcanzado, sólo que el hombre propone y Dios dispone y la factura por tanto entrenarse tendría que pagarla.

Tal y como fue.

Ese arranque de 1951 en la Ciudad Condal no pudo estar más flojo y podemos decir que quiso pero no pudo.

Es la verdad.

En fin, habló con don Andrés y le dijo que no iba a irse de Barcelona con tan amargo sabor de boca, estando el apoderado de acuerdo, habló éste con el empresario catalán, don Pedro Balañá, acordando una corrida para tres días después.

El éxito fue cuantioso: cuatro orejas no es poco saldo.

Fue entonces que matador y apoderado acordaron que firmarían a corrida por feria y nada más y, como principio, a Bilbao fueron por un solo festejo, estando Carlos verdaderamente mal, por lo que –caso insólito en los anales de la fiesta– fue llamado al palco de la autoridad donde el presidente (juez para nosotros) lo amonestó severamente y más pronto que más tarde –patas pa´pronto son– y salieron pitando.

Aquel 1951, le fueron las cosas de maravilla: para comenzar nació su primera hija y hubo corridas en las que El Ciclón barrió con todo y con todos y, según afirmó, lo mismo fue en Bayona, La Línea, Murcia, Barcelona y una en Cádiz en la que él solo mató cuatro toros, alternando con los rejoneadores Joao Bronco Nuncio y Álvaro Domecq

Nuevo desiderátum.

Todo iba viento en popa, que dicen los marinos, y para septiembre torearía en Madrid y Sevilla las dos últimas corridas de su sensacional campaña, sólo que en Jerez, –un 16 de septiembre por cierto– sufrió un severo cate en la pierna izquierda, así que a resignarse tocaron y adiós planes.

Y, lo que suele suceder, no faltó quien le hiciera llegar algunos artículos de un descastado (que no destacado) periodista, por cierto con apellido de felino, que tenía a bien meterse con Carlos de muy fea manera, y en esos recortes venía uno en el que el malandrín afirmaba que Carlos no había nacido en México, sino en Cádiz y fue el gran periodista, honra de las letras nacionales, licenciado Carlos Septién García, quien dio con la partera que había atendido a doña Cristina con lo que se puso punto final al dizque aristócrata aquel y al que, andando el tiempo, Carlos mismo lo pondría en su sitio.

El matrimonio Carlos-Mari Carmen decidió que fuera en Cádiz donde transcurriera la convalecencia, pero, lo que siguió jamás lo imaginó el gran torero.

Ni en sueños.

Resultó que el gobernador de Córdoba lo llamó para pedirle organizara una corrida para recabar fondos para la estatua de Manolete, así que la dupla perfecta Arruza-Gago se dio a la tarea de organizar una corrida como nunca antes vista con la colaboración de lo más granado de la torería, de los ganaderos, de los publicistas y sumemos la prensa toda.

Todos a una.

La organización requirió de mucho tacto y, por fin, el cartel quedó conformado por 10 matadores y un rejoneador; éste, el Duque de Pinohermoso y a pie Gitanillo de Triana, Carlos Arruza, Agustín Parra Parrita, Manuel Capetillo, José María Martorell, Jorge Medina, Calerito, Julio Aparicio, Anselmo Liceaga y Lagartijo, sobrino éste de Manolete.

Los toros fueron de: Duque de Pinohermoso, Felipe Bartolomé, Galache, Cobaleda, Alipio Pérez Tabernero, Clairac, Conde la Corte, Marcelino Rodríguez, Juan Belmonte, Pepe Cova y el propio Carlos Arruza.

Tal ocurrió el 21 de octubre de 1951 y dotados todos los participantes de una genuina, profunda inspiración, aquello fue un redondo éxito, con faenas que enloquecieron a los aficionados, que de todas partes de España llegaron.

Fue de antología.

De ahí Carlos se fue a Lima, plaza donde no se le daban bien las cosas –su esposa estaba en Portugal con la niña– y, para variar, estuvo El Ciclón en ligero vientecillo y de ahí a Tijuana, donde la formó en grande.

Pero esa misma tarde, a poco de terminado el festejo, recibió El Ciclón una llamada de Mari Carmen para avisarle que su pequeña hija estaba gravemente enferma, lo que fue el principio de un espantoso e interminable calvario.

+ + +

Y El Tirano en lo suyo.

Friega que friega.

¡Qué odioso es!

(AAB)