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A la mitad del foro

Oficio de tinieblas

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El presidente de la CNDH, Raúl González, durante la entrega del premio de derechos humanos 2014, el viernes pasadoFoto Francisco Olvera
L

a muerte, los desaparecidos, la barbarie desatada en Iguala, no se gestaron por generación espontánea, dijo Raúl González Pérez, titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos”; el estallido de ira popular y las manifestaciones masivas en toda la República son expresión de hartazgo ante la impunidad, de indignación por la complicidad de algunas autoridades y delincuentes, y de inconformidad ante los abusos de poder y la falta de respuesta de las autoridades a las demandas por un país más justo e incluyente.

El poder constituido se percibe distante y ajeno desde el llano en que los marginados saben que impera la impunidad y es imposible restaurar el estado de derecho entre las ruinas de instituciones demolidas y las murallas erigidas para proteger y promover la concentración del capital en unas cuantas manos: afuera, en la pobreza y ante la amenaza de la hambruna, la mayoría de los mexicanos de a pie, los del común, los que no necesitan definiciones y descripciones académicas de la desigualdad porque en ella sobreviven. Y de ella surgen los que expresan el hartazgo ante la impunidad, la indignación por la complicidad de algunas autoridades y delincuentes.

Con sobrio raciocinio, distante de la retórica complaciente, Luis Raúl González Pérez precisaría que se trata de algunas autoridades, que en algunas regiones del país los derechos humanos están en crisis. Gritar que todos somos culpables reduce el crimen de lesa humanidad al absurdo. Al sentenciar que la corrupción somos todos, José López Portillo fundió en el mismo perol a pobres y ricos, a ladrones y trabajadores honrados, a los dueños del dinero y a los millones hundidos en la pobreza, a los que ya nos saquearon y, a pesar del compromiso contraído desde la más alta tribuna de la patria, nos volverían a saquear una y otra y otra vez. Bienvenida la prudente sentencia del titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Alguien ha de ejercer las facultades que la ley señala. O la justa indignación de los marginados será yesca en manos incendiarias, caos anarquizante, marcha de la locura rumbo al abismo.

Más de 7 millones de peregrinos llegaron hasta la Basílica de Guadalupe a orar ante la imagen de la Morenita del Tepeyac. El milagro de la fe, del portento de razones que la razón no entiende. En mala hora, en tiempos de ira y de angustia por el desplome de las instituciones públicas y el entronizamiento del capital privado, del desprecio por la cosa pública y el servilismo de quienes hacen política para hacer dinero, para cobrar el salario de peones de estribo de los dueños del gran capital, de las corporaciones que quitan y ponen candidatos y gobernantes; se adelanta el invierno y hay quien canta villancicos, como para acallar los escándalos de corruptelas, las operaciones de bienes raíces denunciadas en el combate imaginario por la impoluta pureza.

Se acaba el año del horror, el del declive súbito, adelantado, de la popularidad, o digamos, la aceptación del presidente Enrique Peña Nieto. La barbarie y los lujos que agigantan la distancia a la que ven los de abajo a quienes los gobiernan. Las dudas y errores propios, las denuncias de impecable factura en ejercicio de la libertad de expresión, pero también empañadas por rastros de la disputa entre los oligarcas, los resentimientos de los desplazados de las alturas del poder político, o las ambiciones incontinentes de quienes pretenden alcanzar esas alturas por medio del contraveneno mediático; entre las patas de los caballos sobre los que cabalgan los herederos de la aristocracia pulquera y los de la Revolución que degeneró en gobierno. Comaladas sexenales de millonarios, diría en sus memorias Emilio Portes Gil. Añadir al secretario de Hacienda a la nómina de la sospecha de conflictos de interés, aumenta el escándalo y reduce al extremo la credibilidad de Peña Nieto y la aceptación, ya menor a 50 por ciento.

Nada hará posible recuperar la engañosa normalidad, asentada en la simulación (...) la indolencia y la falta de responsabilidad pública. Pero obliga a aceptar la responsabilidad del mandato, recordar que el funcionario público no goza de privilegio alguno, no tiene derechos, sino las facultades expresas que la norma constitucional señala. Vienen las navidades y el 6 de enero, Peña Nieto se reunirá con Barack Obama en la Casa Blanca. En Washington, no en las Lomas. Tiempo de volver a hacer política. Porque de inmediato habrá campañas electorales en 18 estados de la República; 12 mil candidatos de la pluralidad desoladora, de partidos fracturados, desprestigiados, despreciados por los votantes que ya culpan a la democracia de todos los males que en el mundo han sido.

Cada año, por estas fechas, recibo un regalo navideño de Julio Camelo Martínez: un libro. Julio es político de raza. Este año me obsequió Oficio de tinieblas, de la gran poeta chiapaneca Rosario Castellanos. Anatomía de un modo de vida, la poesía no pertenece exclusivamente a la intimidad; anticipa la urgencia de negar que lo político ha de ser, fatalmente, oficio de tinieblas. En Palenque se escucharía al gobernador Manuel Velasco Coello rendir su segundo informe de gobierno. Inesperado recuento de logros en crecimiento económico y en seguridad, pero lo notable estuvo en la sensibilidad política mostrada en plena crisis social por el desgarramiento en las relaciones del poder con los marginados: es necesario reconocer la presencia política y la fuerza social de los zapatistas del EZLN, diría el nieto del doctor Velasco Suárez.

Y la visión se hizo oficio político al poner el acento en la labor de apoyo a las mujeres de la tierra donde comienza la Patria. Oficio de luz, cuando se ejerce con capacidad de aliviar los efectos de la agricultura nómada, recuperar los bosques, reforestar donde los ganaderos asentaron sus pastizales para hacer permanente lo perdido con la roza y quema. Se puede si se entregan árboles a los lacandones para plantarlos y ocuparse de su cuidado y crecimiento: empleo, salario, acceso a la salud, educación y alimento. Política forestal y social, no un programa asistencial. Manuel Velasco milita en el Partido Verde, pero viene del tronco del viejo nacionalismo revolucionario. Aunque sea la viva imagen de los herederos de los finqueros que subían al cerro a lomo de Chamula.

Doce mil candidatos, entre los cuales seguramente predominan los saltimbanquis que pasan de un partido a otro. Algunos son o se hacen cómplices del crimen organizado. Ahí no hay conflicto de interés que valga: acumular dinero y envilecer la política. A medio sexenio vamos a elegir nueve gobernadores, 500 diputados federales, 700 diputados locales y algo más de mil alcaldes. ¿Cómo separar la paja del grano? No es fácil distinguirlos en el lodazal.

Silvano Aureoles, aspirante a gobernador de Michoacán, recibió a su compañero de partido Graco Ramírez Abreu, gobernador de Morelos, quien acudió a San Lázaro a proponer la legalización de la mariguana. Aureoles presentó al gobernador tabasqueño: les ganó la risa. Graco es nativo de Tabasco, para disgusto de Andrés Manuel López Obrador y desolación de la tierra de Zapata. Las cifras desconciertan. La economía estancada, baja el precio del petróleo y el peso se hunde ante el valor del dólar: Agustín Carstens se ríe. Y Aguascalientes crece 10 por ciento anual: burbuja bajo el gobierno de Carlos Lozano. Pero es constante en Querétaro, donde se despide el también priísta José Calzada Rovirosa.

Es imposible recuperar la engañosa normalidad. El resto es silencio.