Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 16 de noviembre de 2014 Num: 1028

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Revueltas y Paz:
la confrontación
postergada

Evodio Escalante

Pájaros de barro
Juan Antonio González León

Neoliberalismo,
educación y juventud

Miguel Ángel Adame Cerón

Ayotzinapa
Mariángeles Comesaña

Las normales
de Warisata y
Ayotzinapa: puentes

Boris Miranda

Columnas:
Perfiles
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Aeropuerto

Fabrica a un viajero. Llévalo a un aeropuerto, el que sea. Fórmalo con sus maletas en una fila, dos filas, cien filas. Pídele que explique quién es y a dónde va, que muestre los papeles una, dos, cien veces. ¿Trae líquidos en la maleta, trae explosivos, animales, plantas venenosas, bombas molotov? Que se quite el cinturón, los lentes, los zapatos. Que se tome un café y unos refrescos, que camine y camine y mire las tiendas, que se siente a mirar al infinito en su celular y luego siga caminando y mire los periódicos, que no porte líquidos explosivos, que enseñe el pasaporte al salir, al entrar, al saludar, al estornudar. Que se quite ese enorme sombrero comprado en Ajijic, esas maracas que le cuelgan del cinto. Que ponga sus maletas en la máquina de rayos equis, saque la computadora y la ponga en la charolita y que ponga sus llaves y su cinturón y sus dientes postizos en otra charolita y si puede ponerse él en una charolita mejor; que pase por el arco cuando le indiquen, no ahora, cuando le indiquen, no ahora. Y que levante los brazos para que le busquen armas, drogas y explosivos debajo de las axilas y entre las piernas. Y qué es eso que lleva en el portafolio, no lo puede llevar en el portafolio, nos lo tenemos que comer o untar o espolvorear aquí. No ahora, aquí. Que se dé cuenta de que el mundo es un lugar incierto. Que camine por largas bandas móviles y escaleras eléctricas y si le piden que lleve un bulto sospechoso contacte al personal de seguridad. Que mire a los demás viajeros como él como si fueran especies de un raro zoológico y recuerde que ya no son viajeros, ni pasajeros como románticamente se decía, sino clientes que exigen la cuenta por favor, como en cualquier restaurante.

Que mire las pantallas una, dos, trescientas veces, que el vuelo se retrase o se reterretrase o salga de la puerta más lejana de la que dijeron antes. Que siga tomando café y botellitas de agua y no traiga líquidos, explosivos ni perro que le ladre. Que contacte al personal de seguridad si porta un perro o una planta. O que se tome un tequila en algún bar y se deje perfumar en el duty free sin contactar al personal de seguridad.

Fabrica a un viajero al que vienen a despedir sus familiares, como si fuera antes, hace muchos años. Con abuelas que lloran porque no saben si lo volverán a ver, niños que ya no están interesados en ver despegar a los aviones porque saben que en un futuro les bastará con doblar un poco las rodillas para salir volando. Fabrica aviones que hacen cola para despegar y cola para volar, disciplinados como los patos cuando van al sur. Y un hombre al que va a despedir una secretaria o un asistente furtivo en el lugar de la mujer. Fabrica a una multitud cargada de carteles con nombres para ser leídos por viajeros huérfanos sin el transporte y sin el hotel de la convención, la feria o el festival. Fabrica a los taxistas que repiten de ida y vuelta la emoción de los viajes que no van a hacer y el cansancio de los que tampoco hicieron. Fabrica la incertidumbre y las maletas que giran y giran en la banda sinfín. Y la consigna que al final no se entrega. Fabrica las maletas que se pierden y muchas veces para siempre, en esa dimensión que existe detrás de la banda y los muros de cartón piedra. Imagínate esa dimensión que existe detrás del aeropuerto, llena de perros, policías, maletas perdidas y expuestas como mujeres con las piernas abiertas y muchas drogas, armas y explosivos, y unos cuantos quesos y vinos franceses que se toma el personal de seguridad. Contacta al personal de seguridad si ves una maleta olorosa a queso gruyere. Imagina una película de un hombre que vive en un aeropuerto, pero el hombre de la película vive bastante bien. Imagínate viviendo en el aeropuerto; mejor no te lo imagines. Imagínate también alguna bonita historia de amor o de lo que sea, para no perder la ilusión, algo apasionado y fugaz en medio de los asientos de vinil, los bares a mitad de los pasillos y los baños elegantemente alfombrados. Lugares hay de sobra para un poco de vida en el aeropuerto, mientras la voz gangosa del altavoz no los urja a terminar la historia.

Fabrica a un viajero: no te lo imagines porque el viajero pasa por puertas, bandas, pasillos y túneles, igual que los pastelillos de alguna extraña fábrica. Que entre por una puerta y salga por otra, que lo manden literalmente por un tubo volador. Pero que llegue al mar, por ejemplo.