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No sólo de pan...

De reconocimiento

E

l escritor peruano Vargas Llosa escribió en un reciente ensayo que la cultura está en crisis y ha entrado en decadencia, pues siendo quehacer de minorías y élites, sociólogos y antropólogos hemos sembrado la confusión al pretender que todas las culturas son iguales y disfrazar la incultura con el nombre de cultura popular, lo citó críticamente Tania Carrasco el jueves pasado en el Museo Nacional de Culturas Populares.

En la misma mesa, Sergio Raúl Arroyo abundó sobre lo que se creía era cultura-cultura y cultura-popular o semi-cultura, condenando el etnocentrismo del aparato oficialista desde el siglo XIX. Arturo Argueta Villamar habló de la homogeneización excluyente de los pueblos indígenas en los programas del Instituto Nacional Indigenista. Salomón Nahmad acusó la tardanza en elaborar la legislación secundaria del artículo segundo constitucional, donde se reconoce la diversidad cultural, ofreciendo datos duros sobre la desigualdad de recursos destinados a las comunidades. Carlos Navarrete, arqueólogo, afirmó que cada país tiene sus indígenas oficiales y que cuando la gente no tiene historia se la inventa con rasgos culturales de pueblos cuyos derechos no reconoce.

Marina Anguiano reportó la consulta-peritaje de 400 huicholes sobre los daños de la minería en su territorio ancestral y Lucina Jiménez evocó el tema de la biodiversidad en el centro de los derechos culturales, sin que hubiera quedado claramente establecida en nuestra legislación. Luis Alejandro Garza defiende los derechos de autoría comunitarios, afirmando que si los productos culturales se globalizan, no así las culturas étnicas donde está la memoria de su pasado, que les sirve para expresar sus sentimientos, enriquecerse y divertirse. Víctor de la Cruz, escritor zapoteca, remarca que a pesar de que hoy día hay escritores en 51 lenguas prehispánicas, no se las considera parte de la literatura mexicana. Leonel Durán dice que sin Carlos Montemayor no habría literatura profesional en estas lenguas.

Todo esto pasa en la clausura de las tres jornadas (Cuernavaca, Tijuana y ciudad de México) de homenaje a Rodolfo Stavenhagen (RS), factor seminal de lo dicho en ellas, por cuanto aquel niño alemán refugiado con su familia en México, habiendo aprendido por su cuenta a conocer y amar tanto al que es hoy su país y convertido en sociólogo, confió en 1975 a Porfirio Muñoz Ledo, entonces secretario de Educación del presidente José López Portillo, su idea de fundar una institución de salvaguarda y expresión de las culturas populares. La Dirección General de Culturas Populares (DGCP) fue creada en 1977 con el apoyo de Guillermo Bonfil Batalla, a la sazón director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y pudo haber desaparecido en 1982, cuando RS fue llamado por la Unesco para asumir la subsecretaría de Ciencias Sociales, pero quedó Leonel Durán al cargo, defendiéndola y continuando bajo la inspiración de su maestro y amigo, como se reiteró varias veces durante las jornadas.

Los siguientes 11 directores generales retomaron la bandera (no hay espacio aquí para enumerar a todos) y si cada quien ha puesto su sello, todos reconocen la vigencia del espíritu que dio nacimiento a la institución con frases como: la cultura es fundamental para la cohesión social; los valores auténticamente nacionales no son inviables fuera de las empresas; el país sólo será viable por su diversidad cultural; no a la separación de la cultura del territorio donde es creada y recreada; hay que favorecer la ventana sobre la bodega; universidades del país abrieron espacios a la diversidad cultural y a sus portadores; el reconocimiento de las culturas creó líderes indígenas… Conclusiones que, como dijo Carlos MacGregor, llevan el código genético de RS.

Lo reconozco en mí cuando descubrí el carácter de patrimonio cultural de las cocinas del mundo pugnando en el año 2000 por su reconocimiento ante la Unesco (Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas), y antes que yo, Cristina Payán, quien hizo la primera recopilación de este rasgo cultural minimizado entonces, en La cocina lacustre de Culhuacán, inaugurando la serie Cocinas Indígenas y Populares, cuyos más de 50 tomos mandó hacer otro sucesor de RS, José Iturriaga de la Fuente.

Varios han sido gobiernos y clases medias desinformadas que temieron la división nacional por reconocer el estatus de igualdad de las culturas populares y los derechos de los pueblos originarios, pero la semilla de RS es ahora un bosque imparable de logros colectivos y futuros árboles de la dignidad, donde el papel de la cultura no se asimila a la formación de consumidores y la venta de productos culturales, como en las ferias turísticas y particularmente las llamadas gastronómicas. La cultura es un medio de lucha que no permite hacer creer que su creación es papel exclusivo de las élites, sino que lleva su mensaje: cultura es también reconocer la creatividad de los pueblos y aceptar que el mestizaje cultural no desplaza a las partes, que la DGCP no creó las culturas populares sino sólo las reconoció, con los sujetos que la sustentan y quienes conforman el único México que puede detener la violencia, RS dixit. Ciertamente, reconocer al otro no le hace crecerse, sino nos hace crecer a quienes somos capaces de reconocerlo. Como a los desaparecidos de Ayotzinapa.