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A la mitad del foro

La lumbre en los aparejos

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Despliegue de cientos de policías en las inmediaciones de la Casa Blanca del presidente Enrique Peña Nieto y su esposa, Angélica Rivera, en Sierra Gorda 150, de Lomas de Chapultepec, ante el anuncio de que jóvenes marcharían ayer de la Estela de Luz a ese sitioFoto Pablo Ramos
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on el desprecio tecnocrático a los nostálgicos del nacionalismo revolucionario, se anticipaba un fin de época. Ajeno y a contracorriente del fin de siglo a que llegábamos los mexicanos con la Revolución Mexicana como signo de identidad. La sana distancia se manifestó en despreciativo olvido de la efemérides. Sin memoria del pasado se perdían el horizonte y la expectativa bajo el manto del sufragio efectivo que tanto nos eludió al favorecer lo social, sobreponer la democracia real a la formal, con el afán de crear instituciones y consolidar el poder constituido.

La derecha extrema, de raíces clericales y troncos falangistas, nazi-fascistas, se hizo del poder y redujo el 20 de noviembre a jura de conscriptos; vagas sombras del servicio militar obligatorio que mucho antes dejó los cuarteles donde los hijos de los riquillos y de los políticos tenían contacto con los de abajo, con los mexicanos del común. Entre ellos, hijos de campesinos, incorporados a la mexicanidad por el reparto agrario y el impulso social de las normales rurales; con el horizonte de la educación para superarse y auxiliar a sus compañeros de clase a enfrentar la marginación y abatir la oprobiosa desigualdad. Doce años y volvimos a las guerras intestinas del siglo XIX. La guerra de Calderón cobró miles de víctimas. Y la violencia sigue.

La derecha fue derrotada en las urnas en 2012. La derecha enemiga de la República laica, de la educación pública y gratuita. No volvieron los fantasmas del autoritarismo sexenal de partido hegemónico y Tlatoani como dueño y señor del unto de la expectativa. El PAN que no se come absorbió todo el veneno de la corrupción que pretendía destruir en su brega de eternidad. Y la violencia desatada por la derecha antañona y mocha no cesa, se multiplica bajo el gobierno de la generación heredera del priísmo que desdeñó ser partido de clase y adoptó la metafórica bandera de primero crear riqueza y después distribuirla; eso y la fidelidad fetichista al capitalismo financiero del mercado sin regulación alguna, del Consenso de Washington y el afán de reformas estructurales como contrafuerte neoconservador, falso repuesto de las instituciones demolidas. ¿Y la izquierda? ¿Qué se puede decir después de la vergonzosa exhibición de los dirigentes del PRD?

20 de noviembre y los mexicanos anticipan la conmemoración, celebrando... el Buen Fin. No es por la semejanza con la frase festiva que anunció la victoria definitiva del consumismo sobre el comunismo. A duras penas hay para amanecer mañana. Y el fuego del impune incendio de la puerta central de Palacio cunde por las mal llamadas redes sociales y se reproduce en los medios de la globalidad; con sesudas condenas en voces que hace unas cuantas semanas elogiaban al estadista del año y anunciaban el arribo feliz del mexican moment. Las marchas masivas de solidaridad con los normalistas de Ayotzinapa, en sorprendente unidad de clases, edades, género, coinciden en demandar justicia, en condenar a las autoridades de todo nivel. Pero el fuego del caos anarquizante ha devorado el palacio de gobierno y el Congreso de Guerrero; arden las oficinas de los partidos políticos y el saqueo se manifiesta en acto redistributivo: esto para el pueblo, esto para la lucha.

Los representantes de los dueños del dinero se asustan de la lumbre que ya les llega a los aparejos. Mano dura, exigen ante la ausencia de autoridad; reclaman acción a las instituciones que ellos o sus peones de brega se encargaron de desmantelar durante ya más de tres décadas. Las voces autorizadas de la ONU y organismos defensores de los derechos humanos, pero sobre todo del estado de derecho, del imperio de la ley, nos lanzan al rostro la incontestable denuncia: impera la impunidad; no llega ante un juez, no hay condena alguna en 95 por ciento de los crímenes cometidos en México.

Hace un par de años se hablaba de gobierno débil, de un Estado fallido. Hoy, ante el fuego que enciende la violencia, ante el desquiciamiento de la comunidad nacional, del desgarramiento del tejido social, Arturo Zaldívar, en nombre del pleno de la Suprema Corte, afirma que estos son momentos en que la zozobra y la desesperanza parecen ganar terreno. Es hora de encender las farolas, aunque brille el sol, o se alcen las llamas alimentadas por la desigualdad, la injusticia, la marginación. Y por el oportunismo político de rupestres imitadores del blanquismo; endemoniados como los surgidos del genio dostoyevskiano; activistas gemelos de los que traman fraudes financieros en las alturas, semejantes a los que son legión en la criminal tarea de privatizar lo social.

Es hora de encender los faroles. Enrique Peña Nieto vuelve de su visita a China y su participación en la reunión del Grupo de los 20 (G-20) en Australia. No puede aislarse en la soledad de Palacio, de Los Pinos, del poder que devora a quienes no lo ejercen, en estricto cumplimiento del mandato expreso del voto popular y como lo expresa la norma constitucional: El Supremo Poder Ejecutivo de la Unión se deposita en un solo individuo.... La crisis social y política trascendió las fronteras y alimenta las ambiciones desorbitadas de poder, así como la ignorancia supina de aquellos que piden su renuncia inmediata. Sin precisar que no hay sucesor directo, que el Congreso tendría que elegir un interino o suplente, que deberá convocar a elecciones presidenciales. ¿Los mismos que han desdeñado a los legisladores y condenado las maromas de los partidos políticos, los creen capaces de ponerse de acuerdo, por encima de ambiciones mezquinas o servidumbres al poder del dinero?

Y sin embargo, se mueven. Es la hora de ejercer el poder y asumir el liderazgo político. No el de la mano dura, por la que claman los ricos, como las ranas pidiendo rey en los Episodios nacionales, de Victoriano Salado Álvarez. Es hora de manifestar la voluntad de poder, de convocar a un acuerdo nacional; sin exclusión de fuerza social alguna, sin acento corporativista, sin concesión alguna al poder real de la Iglesia y el gran capital, los activos y las rentas del uno por ciento de la población que se multiplican geométricamente, mientras pierden capacidad adquisitiva los salarios. Ante todo: justicia, la que demandan los padres de los normalistas de Ayotzinapa y las multitudes que se manifiestan en todo el país.

Y el sistema de justicia todo. Más allá de las reformas en marcha de los procesos penales, la limpieza del sistema carcelario, la conciliación de los principios de justicia y de equidad para paliar la desigualdad. Acudo a la Teoría de justicia, de John Rawls: Así,(...) para dar trato igualitario a todas las personas, para proporcionar genuina igualdad de oportunidades, la sociedad debe dar más atención a aquellos con menores activos naturales y a aquellos nacidos en las condiciones sociales menos favorables. Aquí, donde el discurso del método excluye una política social de Estado para los millones al filo de la hambruna; donde la democracia es fetichismo electoral y quienes debieran ocuparse de la cosa pública la han convertido en un mercado.

El retorno a Ítaca no es arribo a buen puerto. Todavía arde la imagen de la puerta incendiada de Palacio Nacional. El presidente Peña Nieto seguramente ofrecerá un mensaje al pueblo de México. Podría ser el 20 de noviembre, buen día para responder a la demanda de justicia, y a los cargos de corrupción por el escándalo de la llamada Casa Blanca. Dura tarea, pero la impone el mandato. Y el liderazgo no se da por decreto.