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Códices y diplomacia
E

ntre las diferentes manifestaciones para celebrar el 75 aniversario del INAH y el 50 aniversario del Museo Nacional de Antropología se presenta una magnífica exposición de códices mexicanos: Los códices de México, memoria y saberes. Es un acontecimiento excepcional por la calidad de estos documentos, pocas veces o nunca exhibidos al público por su extrema fragilidad. La mayoría de ellos viene de la biblioteca del INAH. Como se sabe, los españoles destruyeron gran cantidad de estos documentos en su voluntad de borrar la memoria de todo un pueblo. De los que escaparon al auto de fe, muchos se encuentran fuera de México: en Europa (París, Berlín, el Vaticano, Londres…) o en bibliotecas de universidades estadunidenses.

En la sala del MNA, uno de los primeros códices exhibidos es el Tonalámatl-Aubin (libro de los días y destinos). Por su tamaño (18 hojas, 5.5 m de largo, pintado sobre papel de amate) y por su excelente estado de conservación es una pieza realmente extraordinaria. Este códex tiene una larga historia. Probablemente es de Tlaxcala y es anterior a la llegada de los españoles. Fue adquirido en 1740 por Lorenzo Boturini como parte de las colecciones de su Museo Indiano. Cuando Boturini fue expulsado de México en 1743 su colección fue confiscada por la administración virreinal y se quedó prácticamente un siglo en estado de abandono. Una parte se perdió, otra se vendió. En el siglo XIX hubo una gran curiosidad de los viajeros europeos por la cultura y las antigüedades mexicanas. En 1835 un francés de origen checo, el conde Jean Fréderic Waldeck, compró una parte de la colección Boturini. Él la sacó ilegalmente de México por el puerto de Veracruz en 1840. En esta época ya había una legislación para proteger el patrimonio nacional. En París, Waldeck vendió el códex Tonalámatl a otro coleccionista, el señor Joseph Marius Alexis Aubin, quien lo registró en su colección de antigüedades mexicanas bajo el nombre de Tonalámatl-Aubin, nombre que conserva hasta nuestros días. En 1889 Aubin lo vendió a otro coleccionista, el señor Eugène Goupil. A su muerte en 1895, la viuda de Goupil, cumpliendo con las últimas voluntades del difunto, hizo una donación de toda su colección de antigüedades mexicanas al Estado francés, con la condición de mantenerla siempre completa. Por un decreto de 1898 del presidente de la república Félix Faure aceptó la donación y desde entonces el Tonalamátl-Aubin es conservado en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF).

Hasta que un día de junio 1982, este valioso documento es sustraído ilegalmente de la BNF por un supuesto investigador mexicano. Aparentemente su intención era venderlo a un anticuario, pero nadie lo quiso comprar porque había un aviso de Interpol. De hecho a su llegada a México en agosto del 1982 la PGR lo detiene y deja la custodia del códex al INAH. Empezó entonces una larga batalla diplomática entre Francia y México, que duró nueve años. Los dos gobiernos tenían posiciones muy intransigentes: Francia exigía la devolución del códex por México sin condiciones, México por diferentes motivos no podía aceptar la devolución. Sin embargo, a pesar de un deseo legítimo de conservar este bien del patrimonio de la nación, se trataba de un robo, y México no podía justificar a nivel internacional tal actuación. En esta época había grandes discusiones en la Unesco sobre la restitución de objetos del patrimonio a sus países de origen, discusión compleja e interminable que plantea cuestiones de principio, jurídicas, políticas, culturales, no resueltas hasta el día de hoy. Con el caso del códex existía el temor de crear un precedente, legitimando el robo como procedimiento de restitución de obras.

Cuando llegué a México como ministro de la embajada de Francia, en 1989, el embajador de la época exigía, como le pedía el gobierno francés, la restitución sin condiciones del códex. Él no entendía la extrema sensibilidad de los mexicanos sobre este asunto. La negociación estuvo paralizada varios años. Afortunadamente en 1990 llegó el embajador Alain Rouquié con otra visión: había que poner entre paréntesis los grandes principios y buscar una salida decorosa y pragmática para los dos países. Nos pusimos a trabajar con las autoridades mexicanas. Ellas también estaban en las mejores disposiciones para salir de este atorón diplomático, que afectaba mucho la cooperación cultural entre Francia y México. Finalmente el embajador y un servidor, después de semanas de negociación con Conaculta, el INAH y la SRE, llegamos a un fórmula muy sencilla, basada en la confianza mutua, que se tradujo en un acuerdo de pocas líneas (“ arrangement administratif”-arreglo administrativo) que aprobaron los dos gobiernos: 1) México aceptaba devolver el códex al embajador de Francia; 2) Francia tenía cuatro meses para reconocer la autenticidad del documento y analizar su estado de conservación; 3) al término del plazo, Francia depositaba el códex en el INAH, por un periodo de tres años renovable.

El 28 de febrero 1991 el director del INAH Roberto García Moll se presentó en las oficinas de la embajada, entonces en la calle Havre, con el valioso documento. Él lo entregó personalmente al embajador. Cumpliendo con lo acordado, la conservadora de los fondos mexicanos de la BNF vino con un fotógrafo y examinó el documento. Se encontraba en perfecto estado de conservación. El fotógrafo hizo un trabajo muy profesional, que se puede consultar hoy en la biblioteca electrónica Gallica de la BNF.

El 28 de junio del 1991, Francia tenía que entregar el códex al INAH. El embajador se encontraba fuera de México. Me tocó, como encargado de negocios de la embajada, presentarme en la oficina del señor García Moll para cumplir con el tercer punto del acuerdo. Yo estaba muy emocionado y orgulloso de haber sido el último actor de este largo y rocambolesco recorrido del códex Tonalámatl para finalmente regresar a su tierra de origen. Tenía conciencia de que se trataba de un momento con una carga simbólica muy fuerte. Tomamos una copa de tequila en la oficina del señor García Moll, conscientes los dos de la trascendencia del acto.

Hoy vivo en México y soy ciudadano mexicano. Cuando entré al Museo Nacional de Antropología, la semana pasada, vi el códex Tonalámatl-Aubin expuesto con sus colores resplandecientes y sentí otra vez una profunda emoción. Me siento muy orgulloso de pertenecer a la comunidad nacional mexicana y muy satisfecho de haber contribuido, a mi modesto nivel, a la restitución a mi país de adopción de un fragmento importante de su memoria colectiva. Cuando hay voluntad política de superar una crisis, grande o pequeña, entre dos países, la diplomacia permite encontrar fórmulas, a veces poco ortodoxas, pero eficientes. Ahora, tal como se acordó entre los dos países, todos los mexicanos lo pueden ver y apreciar. ¡Misión cumplida!

Felicito al INAH por sus 75 años, al MNA por sus 50 años y por ofrecer al público en general piezas de una extrema importancia que forman parte del patrimonio de una de las más grandes culturas del mundo.

* Miembro del Centro Tepoztlán Víctor Urquidi AC