Opinión
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Clase media y desigualdad
U

na de las grandes promesas que hizo la segunda posguerra fue convertir al mundo en un gran conglomerado de clase media. En cada país esta noción se refería a algo diferente: en el bloque socialista se diluía en lo que se denominaba proletariado, porque nadie era tan contrarrevolucionario como ella, así que todos preferían presentarse como miembros de la clase trabajadora (incluidos los trabajadores intelectuales); en Estados Unidos eran los trabajadores de cuello blanco, es decir, de manera fundamental empleados; pero con el tiempo, y dada la animadversión a cualquier concepto vagamente radical como el de clase obrera, la noción se extendió para incluir a los trabajadores de overol. De todas formas, su nivel de vida era muy superior al que sostenían –y sostienen– muchos que en América Latina se definían como de clase media. La misma diferencia los distinguía de esos grupos en Europa occidental, donde se seguía utilizando un concepto de obrero que encubría un estilo de vida que ya hubieran querido las clases medias latinoamericanas. Entre nosotros los niveles de desigualdad definen la fisonomía de toda estructura social, porque ser de clase media equivale a pertenecer a grupos de privilegio, separados de los trabajadores –o de las clases bajas– por una brecha mucho más amplia que la que existe en otras sociedades más igualitarias.

El ideal de construir una sociedad de clase media fue una de las claves de la estabilidad política en la segunda mitad del siglo XX; fue uno de los pilares del milagro mexicano y del desarrollo estabilizador que tanta nostalgia evoca. Es indiscutible que ese segmento de la población creció, en buena medida, gracias a un modelo de desarrollo que reconocía en el intervencionismo estatal el papel de detonador del cambio social que efectivamente tuvo. La educación pública, la política industrial, la política demográfica, para mencionar las más obvias, fueron una vía para que el Estado mexicano cumpliera con las funciones de agente de cambio social que le atribuía la Constitución. Paradójicamente, el crecimiento de las clases medias, diversas y complejas, trajo consigo los bloqueos a la movilidad social que tanto las benefició. Han sido un obstáculo a ese proceso crucial desde la posición de influencia política que mantienen desde los años 60, y que está por igual detrás de la democratización y del liberalismo económico que ha devastado los canales de movilidad social. Es como si la clase media, una vez que llegó arriba, se hubiera propuesto tirar la escalera que le permitió subir, para dejar a todos los demás abajo. Parecería que en ella se formaron segmentos que son discípulos de Margaret Thatcher, que se han integrado a las filas del PAN, del PRI, que trabajan en el sector privado o para el sector privado.

Cada vez que leo o escucho a los detractores de la acción positiva del Estado y defensores del mercado, me pregunto si han mirado hacia atrás, si se han preguntado los porqués del intervencionismo estatal. A veces me imagino sus recontrasabidos argumentos, que pueden resumirse en el más simple, que de tanto repetirlo se ha vuelto baboso: todo lo que tiene que ver con el Estado es corrupción. ¿Cómo? ¿También tu ascenso a la clase media?

En los años 60 se decía, y muchos lo creían, que la democracia vendría de la mano de la expansión de las clases medias. El régimen autoritario alimentó la venalidad profunda de muchos clasemedieros, y primero respondió en especie con exenciones fiscales, créditos baratos y mucho gasto público, que no inversión. Tuvieron que pasar varias décadas antes de que sus demandas de participación política fueran atendidas en forma directa y no por la vía oblicua de la expansión de la educación media y superior y de la burocracia, o por una política exterior artificialmente solidaria con otras revoluciones. También se decía que la existencia y el crecimiento –aun a cuentagotas– de la clase media traería estabilidad; y puede atribuirse a ellas que el cambio político haya ocurrido por la vía electoral y partidista, y no por el camino de la violencia.

Dado que la clase media se asociaba con democracia, se daba por sentado su compromiso con la igualdad. Sin embargo, por una parte, ha promovido el cambio cuando se trataba de rescatar y defender la libertad, sobre todo de la propia, pero, por la otra, lo ha frenado en lo que a desigualdad se refiere. Así ha sido porque en una sociedad como la mexicana la clase media es un grupo de estatus, y para quienes ocupan una posición de prestigio, una condición de privilegio, la igualdad es una amenaza mortal.