Opinión
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No sólo de pan...

Del otro devenir

G

andhi sufrió torturas, ayunos, cárcel y asesinato por la independencia de India; Nelson Mandela pasó 27 años en prisión hasta obtener la soberanía del pueblo originario sudafricano; Martin Luther King fue arrestado muchas veces y asesinado por los blancos estadunidenses cuando reclamaba al Congreso de Estados Unidos los derechos humanos de los descendientes de africanos; José Mujica estuvo preso 15 años y fue herido en diversas ocasiones por la Junta Militar de Uruguay, terminando por ser presidente de su país. ¿Cuál es la diferencia, salvo de número de víctimas y de años de duración de estos casos de injusticia y abuso de poder con el de Cuba, prisionera de Estados Unidos al interior de las barreras de su mar con un cuartel estadunidense encajado en sus costillas durante 54 años? No la hay, como tampoco hay diferencia de fondo entre las reivindicaciones de los citados hombres de lucha y las del pueblo cubano, ni entre las dignidades respectivas y la casta humana que cada cual debió mostrar ante la adversidad circunstancial y el adversario histórico, habiendo todos triunfado sobre el tigre de papel.

Porque Cuba, ese joven y pequeño amado país, es mundialmente reconocido por pasar las pruebas de educación más severas de la Organización de las Naciones Unidas, donde participan sus más poderosos enemigos sin poder dejar de reconocer la alfabetización del pueblo cubano, los niveles educativos de sus jóvenes, la competencia profesional de sus científicos y particularmente la de sus médicos, quienes suman una generosidad sin par cuando socorren gratuitamente a poblaciones de América y África (en ésta su última incursión contra el ébola). Pero, ¿qué tiene esto que ver con nuestro tema?

El tema es la paradoja de supervivencia inteligente y creativa, en casi todos los planos de su existencia, con los efectos nocivos que padece aún Cuba por su alineamiento circunstancial al dictado de los monocultivos en su de por sí reducido territorio y a costa de los policultivos campesinos. Pues, insistimos, las civilizaciones de Occidente (entre éstas la ex Unión Soviética) impusieron la forma de cultivar el trigo a productos que durante milenios otros pueblos permitían crecer de manera mixta sin necesidad de abonos.

Las islas del Caribe fueron ricas en alimentos desde épocas prehispánicas, sobre todo en tubérculos como la yuca, el boniato (Manihot aipi) con alto contenido en almidón y azúcares, rindiendo de 12 a 16 toneladas por hectárea, y la malanga (Xanthosoma), cultivada por sus tallos harinosos con regusto a nuez y cuyas hojas tiernas se comen hervidas. En Cuba se cultivaban también maíz, frijol, calabazas diversas, chiles poco picantes, jitomates, plátanos, aguacate, cocos, papayas, guayabas, mamey y otras frutas; consumían patos, manatíes, pescados y crustáceos como la langosta y, tras la llegada de los españoles, incorporaron los cultivos de ajo, cebolla y arroz, algunas especias de Oriente y la cría de aves, cerdos y vacunos. Con todo ello, la cocina cubana fue reconocida en el mundo por sus ajiacos, tubérculos asados, fritos o en puré, infaltables en pucheros y guisados, el congrí y los moros y cristianos con arroz y frijoles rojos o negros…, Nitza Villapol y M. Martínez publicaron en 1960 un recetario de comida y bebidas cubanas con casi 500 páginas cuya edición está agotada y, por desgracia, cuyo contenido está en gran parte ausente de la memoria colectiva, por desconocimiento entre las jóvenes generaciones y por rechazo a la nostalgia desmoralizadora entre los mayores.

El problema fue que el abandono de huertas y hortalizas para dedicar tierra y trabajo a la producción de caña de azúcar y tabaco, exigidos por la URSS y otros países ajenos al bloqueo, a cambio de alimentos exóticos para los isleños, transformó en parte una dieta tradicional que terminó por casi desaparecer durante el llamado periodo especial, el que comenzó a partir de 1990 con la integración de sus antiguos socios comerciales al bloqueo neoliberal liderado por Estados Unidos. Debido a éste, la población cubana conoció el peor racionamiento e insatisfacción gustativa durante casi un decenio, sin claudicar, pero afectando su cultura sensible. Así, por ejemplo, cuando el turista pide un pescado se le responde con humor que está desaparecido, sin detallar que la pesca no puede llegar a las costas, ser refrigerada y distribuida en el país por falta de combustible. Del mismo modo, el comensal nativo no se avergüenza frente al extranjero cuando en un restaurante pide, en vez del menú, un sólido y un líquido, los que existan ese día…

No hay duda de que las cocinas son el elemento fundacional de toda cultura, pero si Estados Unidos cree haber sometido por la vía del racionamiento al pueblo cubano, se llevarán un fiasco, pues su infame bloqueo sólo ha despertado la creatividad y fortalecido la resistencia cubanas, de tal modo que si hoy los niños pueden beber saludable leche de malanga cuando necesitan un sustituto de la materna, y nunca faltan platanitos, arroz, frijoles y cerdo en las mesas (lo que no puede decirse de México), Cuba no parece ir hacia el modelo neoliberal, sino retomar la producción familiar y colectiva de alimentos locales en policultivos. ¿Será laboratorio no sólo de una nueva humanidad (que ya lo es), sino de una alternativa al capitalismo depredador escogiendo un devenir que sea otro ejemplo para los pueblos de paz?