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Vicente Fernández mostró que tiene voz para rato en el primero de 12 conciertos en el Auditorio

Hay quien dice que soy suertudo, pero más bien soy cojonudo...

El jilguero de Huentitán fue seguido por el coro formado por sus 10 mil fans congregados en el recinto

Acá entre nos, Mujeres divinas, Urge y Bohemio de afición, el momento cimero

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El ánimo se fue para arriba cuando Vicente Fernández cantó El rey, luego un homenaje a Felipe Arriaga; el éxtasis se alcanzó con La ley del monteFoto Chino Lemus
 
Periódico La Jornada
Viernes 12 de septiembre de 2014, p. 8

En el primero de 12 conciertos que ofrecerá en el Auditorio Nacional, Vicente Fernández, llamado El jilguero de Huentitán, Jalisco, demostró el pasado miércoles que tiene voz para rato, aunque el cuerpo ya no jale igual, menos la pierna derecha, que articulaba con cierta rigidez y, al final, incluso tuvo que ser auxiliado para no trastabillear; no obstante, el público salió feliz del foro, tras haber coreado las canciones famosas, dolorosas y profundas, tanto como lo puede ser una piedra en un río o un nombre de una amada en una penca de maguey.

Es la gira del adiós del llamado por Lupillo Rivera el máximo ídolo de la canción mexicana, que a sus 74 años ha anunciado su retiro para no andar dando vergüenzas ni arrastrar la cobija, ni la fama bien ganada, pues las fuerzas menguan, aunque la voluntad se resista.

Fue el retorno de Chente a los escenarios, en un regreso que el respetable espera sea largo y cuyo fin no llegue nunca. Es como si en su momento Pedro Infante hubiera anunciado que se jubilaba. Nadie le hubiera creído, pues los ídolos del pueblo no mueren.

Ha vencido al cáncer de hígado, o eso parece. Pero la batalla contra el tiempo no la gana nadie y la piedra filosofal sólo fue una quimera de alquimistas.

Sus seguidores saben que sí se va a ir a su rancho Los Tres Potrillos, en Jalisco, donde con sus familia, sus caballos, sus gallos, entrará en el ritmo de la cotidianidad alejada de los reflectores.

El que nace artista se muere en los escenarios

Hace unos días, Raphael, otro ídolo, comentó que ya había dado su opinión sobre el retiro anunciado por Chente, y contestó que el que nace artista se muere en los escenarios, por lo que eso de que el charro mexicano se vaya a ir definitivamente es poco creíble. Más bien, imposible.

Raphael precisó que cuando le llegue la hora no habrá lágrimas. Simplemente, un día la gente se preguntará dónde está el Divo de Linares. Por ahí anda... Será como alargar el misterio, eternizar el mito.

Vicente Fernández mira las cosas diferente. La enfermedad y los años van creando otro performance, otra proyección del artista. Eso hasta Mick Jagger lo ha comentado: un día los Rolling Stones tendrán que irse porque el rock es una música cuya fuerza requiere, mínimo, un coraje.

Mientras tanto... ¡a darle!

A las ocho y media entró el mariachi y la ovación rompió el ayuno de ¡ayayay! El actor de películas de temática de barriada lucía elegante y en las pantallas se le veía de complexión gruesa. Más años, más peso, otra talla.

Camina un poco a su estilo clásico, cadereando, pero ahora la vertical se está venciendo. Para volver a ver el modito de caminar es necesario asistir a un show de Gilberto Gless, quien imita sui generis a Chente, y hasta de reversa.

Poco a poco, como en su rola cachondona, le estorbó la ropa y se quitó la corbata, que fue entregada a una dama de no malas cachas de la primera fila. Luego obsequió su pañuelo. Más tarde pidió que le retiraran el cincho y la pistola, pues tenía calor. Eso, así. Ahora el pantalón. Ahora la bragueta. ¡Total! No me voy a pelear. ¿Para qué quiero esa chingadera? Y adiós fusca.

Comentó que su amigo Joan Sebastian tuvo ese día una recaída por el cáncer que padece. Solicitó un aplauso y un rezo para el autor de Maracas y Mariposas, así como en su momento lo hicieron por él, para que se curara.

Varias veces alzó el micrófono para que las casi 10 mil gargantas se desgañitaran. Así fue en Flor de azalea. Ante los coros, Chente se jaló las orejas o las dirigió hacia el frente para captar mejor la señal, como si fueran un radar. Cerró los ojos. Con los dedos índice y pulgar se apachurró el entrecejo y, según, escurrió chorros de lágrimas y sudor.

Vino un momento cimero: las rolas de Martín Urieta, que en voz de Chente son himnos a la mujer. Fue el rosario de Amozoc con Acá entre nos, Mujeres divinas, Urge y Bohemio de afición. El ritmo se fue con el vals Alejandra. Siguió con la que afirma es la que más le gusta de José Alfredo: Gracias, en la que lanzó una perorata sobre sí mismo: hay quien dice que soy suertudo, pero más bien soy cojonudo..., en referencia a que no se ha dejado caer y sus logros radican en el esfuerzo, en el trabajo.

Las llaves de mi alma, de su autoría, aunque muchos dicen es de José Alfredo.

Para arriba con El rey, luego un homenaje a Felipe Arriaga. El éxtasis llegó con La ley del monte, de Ferrusquilla, de un amor que se hizo planta. Algunos biólogos critican esa idea acientífica; no perdonan la licencia poética.

En las pantallas se proyectaron imágenes de su hijo Alejandro Fernández, El Potrillo, cuando comenzaba su carrera artística impulsado por su padre. Que un día le va a faltar... ¡No llore, aguántese, cabrón! De tal astilla tal palo, y viceversa.

La canción más beoda rompió el espacio: Hermoso cariño, que es la plenitud, la alegría del amor correspondido.

Entre la tos y el silbido, Chente se reventó las tradicionales, esas con las que da sed: De qué manera te olvido, Tu enamorado, Volver, volver...

La gente quería más de amor y contra lo que sea, pero se prendieron las luces y cada quien para su casa, y es que faltan 11 recitales de performance charril. Eso de que mientras la gente no deje de aplaudir, yo no dejo de cantar, es relativo.