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En ellos siembran, hacen fiestas y conviven con familiares

Los jardines comunitarios en EU, terapia para migrantes
 
Periódico La Jornada
Lunes 1º de septiembre de 2014, p. 17

En Los Ángeles, California, cientos de migrantes indocumentados mexicanos y centroamericanos han encontrado espacio para recordar a sus pueblos, sembrar maíz, frijol, pápalo o chipilín, celebrar fiestas de 15 años y el Día de Muertos, dejar que sus hijos jueguen y encontrarse con familiares y otras personas en la misma situación. Santuarios paliativos, los llama Pierrette Hondagneu-Sotelo, subdirectora del Centro para el Estudio de la Integración del Inmigrante (CSSII) de la Universidad del Sur de California (USC), quien pasó más de un año investigando lo que sucede en los jardines comunitarios urbanos, donde por 30 dólares al año se tiene derecho a sembrar una parcelita.

La socióloga, quien acaba de publicar un libro sobre el tema, participó hace unos días con una ponencia en el Seminario Permanente sobre Migración Internacional, organizado por El Colegio de la Frontera Norte en colaboración con la USC, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), El Colegio de México y otras instituciones.

Pierrette piensa que en los años recientes los sociólogos han hecho un muy buen análisis de la opresión, la explotación laboral y las múltiples marginalidades a las que están expuestos los migrantes en Estados Unidos. Pero estamos estancados en el debate. Necesitamos enfocarnos en las necesidades de los inmigrantes desplazados, en las que tienen que ver con la construcción de un hogar, de medio ambiente y de comunidad.

Aumentan las deportaciones

Como se sabe, el panorama para los que están allá no es nada halagüeño. Estados Unidos ya no es una nación de inmigrantes, sino de deportación. Entre 1997 y 2012, 4.2 millones de migrantes fueron repatriados, lo que representa el doble de las deportaciones realizadas antes de ese periodo. Para la investigadora, esta política ha sido un programa de eliminación racial y de género, como planteó en un artículo publicado el año pasado en la revista Latino Studies, pues 98 por ciento de los deportados, de los prescindibles, son latinoamericanos, y 88 por ciento de ellos son hombres.

Ante la posibilidad de ser expulsados y arrancados de la vida que llevan, asistir a los jardines comunitarios, opinó la investigadora, es terapéutico para los migrantes. Se encuentran con familiares y gente que está sufriendo los mismos problemas que ellas; ahí pueden buscar apoyo, soluciones y compartir. En estos jardines hay curaciones con yerbas medicinales y también sanación mental, social y emocional.

Los jardines comunitarios urbanos, explicó, surgieron en Estados Unidos en la época de la Primera Guerra Mundial y la gran depresión. En ciudades como Nueva York hay unos mil de estos espacios, que se desarrollaron en distintas épocas y por diferentes motivos.

En Los Ángeles, donde se enfocó la investigación, hay alrededor de 100. Uno de los más famosos fue el South Central Farm, donde cultivaban 300 familias mexicanas y centroamericanas, el cual se cerró en 2006, dijo la autora de Paradise Transplanted: Migration and the Making of California Gardens (Paraíso trasplantado: migración y la creación de jardines de California).

En estos jardines se producen alimentos como frutas, vegetales, condimentos y plantas medicinales. Pero también se cultiva algo social en ellos: Vengo aquí y siento que estoy de vuelta en mi país. En este pequeño terreno veo la tierra de mi casita. Veo las flores en la entrada y siento que podría estar en el pasillo de mi hogar en mi pueblo, dijo Gustava, una guatemalteca madre de cinco hijos –uno de ellos nacido en Los Ángeles–, a la socióloga.

En estos espacios comunitarios también se preparan comidas que se comparten entre amigos, se enseña a echar tortillas y se realizan mítines para buscar soluciones a los problemas comunes. Son también espacios para los niños, pues los parques no abundan en Los Ángeles, además de que las familias migrantes pobres suelen vivir en espacios muy apretados donde no se puede correr o jugar.

Son un consuelo en un momento de crisis, son terruños propios en otra nación. No son solo sitios de nostalgia, sino que sirven para recrearse en el nuevo país y crear el futuro, afirmó Pierrette Hondagneu-Sotelo.