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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Una carta sobre 
  Menahem Begin (1948) 
El asalto de lo extraño 
  Carlos Alfieri   
  
El pecado de la risa 
  Vilma Fuentes 
El Marruecos de 
  ellas: siete poetas contemporáneas 
El ojo más grande 
  del mundo dirigido 
  al Universo 
  Norma Ávila Jiménez 
  
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Columnas: 
        Bitácora bifronte 
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	 Miguel Ángel Quemain 
	   [email protected] 
    
    
    El corredor emocional de Víctor Carpinteiro 
    
   
    La danza circular de María, de Medardo Treviño , dirigida por Víctor  Carpinteiro, es la historia de un desencuentro, de un viaje hacia el centro  mismo de dos personajes que, equidistantes,  convergen para mostrar la dinámica entre un verdugo y su víctima. La ecuación fría de la intimidación y el abuso, del miedo que permite apoderarse gradualmente de la víctima; pero también  las posibilidades del sojuzgado de resistirse a la absoluta humillación.  
    En el corredor emocional, en ese  rectangular teatro de cámara que ha trazado la escenógrafa Mónica Kubli, viven  de un lado a otro de la escena dos personajes lo que parece el fin de un trayecto. Uno es un pollero y la otra una migrante que ignora el destino de su  hijo exilado de la violencia colombiana y que  encontrará la muerte en un escenario mexicano no menos violento que el suyo. 
    Si bien la obra de Medardo Treviño  tiene sonoridad y ritmo en diálogos cargados de metáforas que le dan contexto a  una lengua que viene del norte y baila en el sur, la dirección de Víctor Carpinteiro está dedicada a bordar sobre los  sujetos ese mundo de dolor que transmite cada gesto,  cada movimiento, cada pausa y su conversión, la transformación de la imagen en  esa palabra breve que sabe envolverse de silencio y espera, para que  ocurra así ese encuentro tan calculado, por momentos tan minimalista, entre los  personajes. 
   
    La intensidad que propone  Carpinteiro a sus actores no sólo está dada por la interiorización de un texto.  El discurso se agota pero su fuego permanece en el trabajo silencioso o  medianamente silencioso de un par de actores notables: Ángeles Marín y Javier  Escobar, capaces de encontrarse a pesar del retrato amargo que les imponen sus  personajes enemigos. 
     
    Ángeles Marín es una de las actrices  mexicanas de mayor solidez técnica e  interpretativa. Aunque el cine y la televisión no le son ajenos, su  rigor académico, su origen universitario, la  colocan en posibilidad de hacer un extraordinario trabajo actoral con  unos cuantos elementos que se fraguan al  calor de un encuentro signado por la inequidad, el abuso, la impunidad y  la infinita nostalgia que a cada uno de los  sujetos les provocan sus amores lejanos en el imprevisible reencuentro  fantaseado por un vallenato que junta los cuerpos irreconciliables. 
    Los  hijos, el terruño, el amor, los motivos para irse y para el regreso pródigo. La danza circular de  María fue creada bajo el impacto que produjo en 2010, en  San Fernando, Tamaulipas, primero, luego en  todo el país, la muerte de setenta y dos indocumentados centro y sudamericanos que pensaban llegar a salvo a Estados Unidos,  amparados con la promesa falsa de polleros asesinos que se reservan el derecho a mostrar su rostro.  
    La historia tiene como marco el  encuentro entre la madre colombiana de un joven que ha sido secuestrado primero  y asesinado después, con su verdugo. De la  frontera sur hasta el río que corre  fronterizo al norte, Carpinteiro matiza la palabra que signa al verdugo y  aquella voz que sólo puede ser de la víctima, esa condición  expansiva del crimen que nos  duele incluso a los más alejados del drama social. 
    Carpinteiro  sabe de exilios interiores, migraciones, transformaciones, pérdidas, y esos  elementos irrenunciables  en su concepción del teatro, el de sujetos en falta, monólogos de islas sin eco pero que  cuya ferocidad de sus palabras, de sus sentimientos e intenciones se muestran en el corazón mismo de la  dinámica social que también  crea el lenguaje, y es a su vez creada y modificada por él.  
    El texto  de Medardo Treviño crece sustancialmente bajo la  mirada cuidadosa del director, que lo desnuda, poniendo bajo la lupa las descripciones de unos espacios creados  cuidadosamente para que la palabra los cruce, los habite y circule en toda la  sala con el vaivén de una partida de tenis,  en ese ritmo que pone siempre a un jugador a correr en pos de una pelota  que termina por quedar demasiado lejos para devolverla.  
    Silencio,  entonces. Meditación que vuelve a la carga bajo el  orden de la pieza que exige la expansión de la conciencia. Un orinal, una  bolsa, una maleta, una silla. Repertorio minúsculo de objetos mínimos apostados  sobre una superficie de madera dividida en tablones como el piso de un vagón,  una bodega, la plataforma de un tráiler. Sostén provisional para seres  flotantes. 
    Desaparición  y secuestro son dos ecuaciones de la liquidación humana. Una esclavitud novedosa,  instantánea, que tiende a poner de su lado al cautivo que agradece la piedad  del verdugo. Cita en El Círculo Teatral.  
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