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El caso de Lady Chiles

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driana Rodríguez de Altamirano, residente de Cancún, y bautizada como Lady Chiles la semana pasada por miles de usuarios de las redes sociales, es una heroína involuntaria. Esta mujer y su marido tuvieron la mala ocurrencia de evidenciar, en un video publicado en Facebook, a su empleada doméstica, la cual pretendía llevarse en la bolsa un recipiente de plástico con un chile en nogada, sustraído de su sitio de trabajo. La escena del cateo, la reprimenda, la humillación y el despido fulminante fue grabada en celular, al parecer por el esposo, un Rafael Altamirano, gerente de no sé qué en la cadena hotelera Fiesta Americana. Bajo el título Entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro, la titular de la página y su pareja buscaron la simpatía y la comprensión de los internautas con esta argumentación, transcrita literalmente:

Se les da el desayuno y la comida en casa, sin límite alguno... pueden comer huevos frutas ensaladas pastas jamón que carne pastel... TODO, absolutamente lo mismo que nosotros comemos, es lo mismo que ellos pueden comer, sin restricción... si gustan tomar café, agua de frutas, lo que quieran! Y quiero saber cuántas señoras les convidan a sus muchachas un chile en nogada preparado esmeradamente en casa... abundante y sin escatimar nada de los 25 ingredientes que religiosamente tienen que llevar... ah! Pero no le importó hacerlo bolas y meterlo a fuerza en el recipiente. Le regalé sobres de Pedigree para razas pequeñas para sus perros y desparasitantes y hasta jabón asuntol... estoy hablando de que en un lapso de 10 días que estuvo conmigo, la ayudé de diversas maneras... para que me trate de ver la cara??!?

Pero en lugar de lo que esperaba –seguramente, expresiones de simpatía por haber impedido un robo en su domicilio y palabras de admiración por lo bien que trata a sus empleados–, Adriana Rodríguez de Altamirano generó una avalancha de críticas, burlas y abiertas agresiones, su caso se convirtió en tendencia en Twitter con la etiqueta #LadyChiles y la patrona, como también se le conoce, se apresuró a vaciar de contenidos su perfil de Facebook. La más reciente secuela del episodio es que la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) inició un procedimiento de queja contra la empleadora, por presunta discriminación. Si la falta se acredita, Lady Chiles deberá disculparse públicamente con su ex trabajadora.

Colocada en cuestión de horas en la más indeseable de las celebridades, Adriana Rodríguez de Altamirano no consideró que lo que se hace público en las redes sociales deja de pertenecer de inmediato al ámbito privado; es como presentarlo en plena calle y queda, por ello, sujeto al escrutinio de la opinión pública. Y como no estamos en tiempos del porfiriato, a casi nadie le resulta gracioso ni simpático que se humille públicamente a un individuo en castigo por una falta tan banal como sustraer un chile en nogada. No hubo, en las reacciones multitudinarias, una apología del robo, sino la reprobación de una manifiesta mezquindad y de un exceso, documentado y cometido, además, en forma ventajosa y desconsiderada. De esta forma Adriana Rodríguez de Altamirano se convirtió en una heroína involuntaria, porque puso bajo la mirada pública la situación de centenares de miles de trabajadoras domésticas, sean de planta o de entrada por salida, a las cuales se les escamotean sus derechos laborales básicos –salario, atención médica, aguinaldo, vacaciones y prima vacacional, por no hablar de jubilación– y se les obliga, además, a agradecer la generosidad patronal que les regala alimentos. De golpe, pues, el video de Lady Chiles puso sobre la mesa las tradicionales arrogancia y discrecionalidad con que las clases altas y medias del país tratan a sus empleadas en el hogar.

Adicionalmente, la difusión de una acción supuestamente justiciera –la revisión, la confiscación, la humillación, el despido y la exhibición pública de todo lo anterior– hizo ver la existencia de reflejos éticos saludables en la mayor parte de quienes, en México, participan de una u otra forma en las redes sociales: en vez de una simpatía cómplice con la denunciante, la gran mayoría optó por criticarla –fuera de maneras ingeniosas o con otras más que rudas, lindantes con el acoso social–, de modo que la que pretendía bullear a una empleada acabó siendo víctima de un mayúsculo bullying cibernético.

Pero también es significativo que el caso de Lady Chiles haya generado una respuesta mucho más copiosa y unánime que, por ejemplo, la atrocidad ambiental cometida por esos mismos días por Grupo México en Sonora; o que el dispendio de recursos con que se pretende ahora justificar un paquete de reformas demoledor para el país y que, aunque fue legalizado por la servil mayoría gobernante en los órganos legislativos, cuenta con la animadversión de la mayoría de la sociedad; o que las crecientes arbitrariedades y atropellos cometidos en Puebla por el incontrolable Rafael Moreno Valle; o que la desaparición de mil 500 millones de pesos de los fondos de jubilación y seguro de vida de los ferrocarrileros jubilados, un acto de magia a cargo de la dirigencia sindical que encabeza el sempiterno Víctor Flores; o que la exoneración, por parte del Instituto Electoral de Distrito Federal, de Cuauh-témoc Gutiérrez de la Torre, quien en su momento levantó una notoria polvareda cuando se descubrió que el ex dirigente del PRI en el DF mandaba reclutar mujeres –con recursos públicos o, al menos, en oficinas pagadas por los contribuyentes– para servirse de ellas como trabajadoras sexuales. Y muchos se preguntarán ahora: ¿quién es ese Gutiérrez de la Torre?

El hecho es que a mucha gente le resulta más fácil sumarse a la crítica –justificada– de una patrona mezquina, vengativa y cuentachiles, que involucrarse en acciones concretas de rechazo a la labor de destrucción nacional que encabeza Peña Nieto, ayudado por buena parte de la clase política del país. Y uno se imagina que esos gobernantes, charros y legisladores ladrones y traidores han de estar muy agradecidos con Adriana Rodríguez por su capacidad –también involuntaria, cabe suponer– de catalizar los hartazgos y los descontentos sociales.

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