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Le Onde Ludovico Einaudi
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Ludovico EinaudiFoto Beniamino Barrese
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Concierto en Verona, ItaliaFoto Beniamino Barrese
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Cecilia Chially Le Onde Ludovico Einaudi
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Periódico La Jornada
Sábado 23 de agosto de 2014, p. a16

La música de Ludovico Einaudi (Turín, Italia, 1955) es inspiracional, brillante, de luz muy brillante, lunar y lunática, pálida y rubicunda al mismo tiempo. Exulta, exalta, explota, implota. Su belleza y su ternura producen un efecto mesmérico. Cautivante.

Como suele suceder con muchos artistas de valía, a Einaudi suelen regatéarsele sus méritos. El terminajo new age basta a algunos para minimizarlo. En contraste, también como siempre, existe un público masivo que tiene a Ludovico en su lugar: uno de los grandes creadores de música transversal.

El término ‘‘transversal” lo inventó él mismo para definir su música, como un puente entre el ámbito pop y las sacrosantas salas de concierto de música ‘‘clásica”.

Y a propósito de salas de concierto. Sus presentaciones en Estocolmo, Londres (Barbican Hall, Royal Albert Hall), Japón, toda Italia, suelen ocurrir con localidades agotadas con muchísima antelación.

Ludovico Einaudi se graduó en el Conservatorio Giuseppe Verdi de Milán y perfeccionó su trabajo como compositor con Luciano Berio.

Su éxito comenzó en los años 90 del siglo pasado, cuando hizo mucha música para escena, principalmente danza y cine.

Con el tiempo, se ha ganado epítetos fantásticos como el siguiente: ‘‘minimalista contemplativo”, (asu).

Lo de minimalista sí, acepta Ludovico resignado. Y se remite a su gran maestro: Erik Satie (1866-1925), quien es en todo caso el inventor de todo, hasta del minimalismo (John Cage es uno de los pocos que realmente comprendieron a Satie, quien por cierto también tiene legiones de seguidores y nadie le dice ‘‘contemplativo”, aunque contemple, je).

El sistema de vasos comunicantes que sostiene el andamiaje secreto de la música ubica a Ludovico en un jardín de senderos que se bifurcan borgianamente (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius) y que en instantes tiende reflejos hacia el estilo y las ideas de Michael Nyman, o bien al inefable Wim Mertens.

En el hermoso álbum titulado Le Onde, porque está inspirado en la novela Las olas, de Virgina Woolf, Ludovico tiende una música de círculos concéntricos, una música-poesía, entraña y matiz. Fluye eólica, salta iceberg, se desliza como seda. En el track 3 se nota su hondura de pensamiento, su sentir: una suerte de romanticismo contemporáneo. Un soñador de sonidos.

En Le Onde uno escucha las olas sonar. Suaves, luego ríspidas, luego calmas y se alejan dulcemente como bailarinas de Degas, níveo su tutú de espuma marina, elegante su plié, rotundo su ronde des jambes.

Sus discos Divenire y Una mattina figuran entre los más vendidos en iTunes, mientras él, Ludovico, se solaza: ‘‘mis influencias: la música clásica, africana, folk y rock”.

Su despegue comenzó en 1990 con el bello álbum Stanze: 16 composiciones para arpa eléctrica, a cargo de Cecilia (bello nombre) Chailly. Luego siguió el ya mencionado Le Onde, donde ondea el espíritu romántico de Rachmaninof con su toque inspirado, sus ataques de teclado instantáneos, sus acordes inconfundibles, sus armonías. ¡Ah, las armonías! Arma de construcción masiva.

En el siguiente álbum, Eden Roc, de 1999, conjuntó un quinteto de cuerdas y la magia del músico armenio Djivan Gasparijan.

En ese territorio, el de las combinaciones instrumentales insólitas y las colaboraciones interculturales, destaca I giorni, hermosa disertación evocativa de un viaje a Malí, África, lugar de sus encuentros con la poesía mágica de la kora, ese instrumento de la divinidad vegetal (http://goo.gl/7H8VCk) y donde realizó colaboraciones extraordinarias con dos músicos gigantes: Toumani Diabaté y Ballaké Sissoko, de donde resultó otro álbum: Diario Malí. Un disco que desarma y nos vuelve a armar, dotados de luz interior, calma. Paz.

La diversidad sonora de Ludovico se extiende desde sus capacidades prodigiosas en el piano hasta el trabajo con orquesta sinfónica y aciertos como la versión de Lady Jane, de los Rolling Stones, en su concierto en vivo en La Scala, titulado con la fecha en que ocurrió: 03 03 03.

Los tres minutos que dura Love is a mistery (http://goo.gl/ekJ24L) son en realidad tres mil, 0.3, trigésimos, enésimos: vuelan tan rápido que, como el colibrí, parece que no se mueven las notas musicales.

El amor es un misterio. La música de Ludovico Einaudi indaga en el misterio, navega en los meandros oscuro-luminosos del amor, se vuelve Orfeo rescatando a Eurídice pero en esta ocasión, en esta rencarnación, no comete el mismo error. No voltea a verificar si ella sigue ahí, con él. Confía. Y entonces sí: hace nacer la música como una pincelada de blanco en un cuadro de Corot.

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