Sociedad y Justicia
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Muchos habitantes ya evitan el contacto estrecho

Monrovia, cubierta por el miedo a contraer la enfermedad infecciosa
 
Periódico La Jornada
Martes 19 de agosto de 2014, p. 33

Monrovia, 18 de agosto.

Los niños juegan en las calles de Monrovia y los habitantes de la capital de Liberia acuden a sus trabajos. Pero muchos evitan el contacto estrecho con los demás por un motivo: tienen miedo del ébola.

La enfermedad infecciosa cobró en pocas semanas cientos de vidas en ese país del oeste africano, y muchos temen que con sólo dar la mano a alguien se puedan contagiar. Monrovia parece cubierta por un velo de miedo.

La situación me da miedo, dice Fatu Ibrahim. Ni bien uno despierta por la mañana, recibe las primeras noticias de muertes. Por eso quiere dejar el país.

Para Thomas Quiah, del suburbio de Gardenersville, el ébola es como la guerra: La situación es como en los años 90. Nadie sabe lo que pasará al día siguiente.

Muchas veces la gente no se atreve a ocuparse de sus familiares enfermos, tengan ébola o no.

Una pariente, que era enfermera, murió. Estaba infectada. Yo no la visité, narra Sia Kettor, de 30 años.

Diariamente pueden verse cadáveres en las calles. Permanecen mucho tiempo allí, porque nadie los quiere llevar a la morgue. Las unidades de ébola oficiales no tienen tiempo de recogerlos, ante la falta equipo y personal.

La enfermera Mabel Saybay habla sobre los efectos de la epidemia en la comunidad: oyó del caso de dos niñas, de cinco y siete años, cuya madre falleció. Otros vecinos dejaron solas a las niñas con el cadáver, por miedo. Nadie quiso ocuparse de las pequeñas, hasta que alguien alertó a las autoridades. Tras ello, fueron llevadas a una estación de aislamiento.

El miedo al contagio hace aún más terrible la pérdida de un ser querido. El hijo de Joseph Tandanpolie murió, presumiblemente, a causa del ébola. Trabajaba en una clínica. Para alguien que pierde a un familiar es terrible no poder estar cerca de él y no ir al entierro por miedo al virus, relata el hombre, de 64 años. Su sobrino admite: No le di mi pésame. Tengo miedo de que él y otros familiares estén contagiados. Según me contaron, él cuidaba a su hijo.

Frente a muchas oficinas y negocios hay baldes con agua y cloro. Es obligatorio lavarse las manos. Las advertencias de las autoridades sanitarias están dando frutos. En algunos establecimientos, a los clientes se les mide la fiebre al entrar. También en muchas casas privadas hay baldes con desinfectantes frente a las puertas. La vida debe continuar. En mercados y tiendas el movimiento es menor al habitual, pero se sigue comprando y vendiendo.

El gobierno cerró las escuelas y algunas oficinas públicas, y advirtió que no deben efectuarse reuniones. Pero, sin embargo, hay encuentros para orar y de misas con cientos de participantes.

Además, no todos los liberianos están convencidos del peligro del ébola.

Algunos afirman que la enfermedad no existe. Cuando las personas enferman, es porque alguien las maldijo o son castigadas, según una creencia muy extendida. Otros presumen que el gobierno quiere hacer dinero con la enfermedad. Según una de las historias que circula, a los enfermos les roban los órganos.