Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Creatividad
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esulta notable la creatividad del arquitecto italiano Adamo Boari, quien llegó a México a inicios del siglo XX contratado por Porfirio Díaz. Diseñó dos de los palacios más significativos de la ciudad de México: Correos y Bellas Artes. Casi enfrente el uno del otro, llama la atención que son totalmente distintos en formas y materiales. En esa época estaba de moda el eclecticísmo, esto es, la mezcla de estilos cuyo único límite era la imaginación del arquitecto.

En Bellas Artes prevalece en el exterior el estilo art noveau, recubierto con mármol de Carrara de Italia. El edificio de Correos también conocido como Palacio Postal, muestra un recubrimiento de cantera dorada de Hidalgo y conjuga múltiples estilos, entre otros: plateresco, gótico, morisco, renacentista y barroco. Todo un popurri arquitectónico.

Porfirio Díaz mandó construir ambos edificios como parte de los festejos por el Centenario de la Independencia.

Hoy trataremos el origen de Correos, cuya historia inicia en el siglo XVI. En 1580 se estableció oficialmente por cédula real el Servicio Postal en la Nueva España. Las primeras oficinas se localizaron en el número 28, de la calle que actualmente conserva el nombre de Correo Mayor, atrás del palacio Virreinal, hoy Nacional.

Por otro lado, la orden franciscana extendía sus dominios en la ciudad de México, por lo que fundaron en 1750 un hospital para la atención de religiosos e indigentes, que por cientos deambulaban por la capital. La construcción del llamado Hospital de Terceros, se realizó en un solar de la calle de San Andrés, hoy Tacuba.

Con limosnas y donaciones, tanto en trabajo como de materiales y dinero, se inició la obra que duró seis años. El inmueble según se aprecia en litografías de la época, era muy alto y espacioso. En estilo barroco, tenía una sobria y elegante fachada de tezontle y cantera. A raíz de las Leyes de Reforma, al igual que a las demás ordenes religiosas, a los franciscanos se les quitaron las propiedades y el inmueble se dedicó a usos diversos.

A fines del siglo XIX se mandó demoler para construir el nuevo Palacio de Correos. La construcción se levanta sobre una planta rectangular y su acceso principal está colocado sobre un corte diagonal o chaflán. De cuatro pisos, el garigoleado edificio recuerda a los palacios venecianos. Su fachada con originales labrados, presenta una bella y singular apariencia.

La cimentación se hizo sobre un emparrillado de viguetas de acero, que descansan sobre una loza de concreto armado –el modernismo total– al igual que el interior que contaba con elevadores y ¡teléfono! En la decoración no se escatimaron recursos; una gran bóveda de cristal cubre el edificio, el mármol y la escayola en variadas tonalidades luce por doquier. La elaborada herrería que prolifera en barandales, ventanillas y adornos, se realizó en la Fonderia del Pignone, en Florencia, Italia.

Desde su inauguración en 1907, la cual se celebró con fasto y pompa por don Porfirio, el majestuoso palacio ha padecido numerosas modificaciones, las cuales afortunadamente poco han afectado la construcción original. En el segundo piso se pueden apreciar unos amplios salones, decorados con hermosas pinturas de Bartolomé Galloti. El edificio está prácticamente integrado a la maravillosa plaza Manuel Tolsá, situada en la añeja Calzada de Tacuba.

A unos pasos en la calle de Allende número 3, se encuentra el restaurante Limosneros. El nombre obedece a que conserva un muro del siglo XVII, realizado con una diversidad de materiales en los que destaca el tezontle. Es una muestra de las obras que se levantaban con las limosnas que daban los fieles.

Brinda un interesante contraste con la decoración contemporánea; hay una vasta oferta de mezcales y vinos mexicanos que acompañan especialidades como el jugo de barril, que es una sopa muy especial, la tabla de quesos y mieles, y el filete Limosneros.