Opinión
Ver día anteriorViernes 8 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tus senos, únicos obuses que amo
A

pollinaire, el vigía melancólico frente al dolor y la muerte, exalta el amor porque en las trincheras también se oye el canto sinfónico del amor.

En el maravilloso bosque donde vivo/ la ametralladora toca una especie de fuga/ hermosos cohetes iluminan la noche/ pero/ tus senos son los únicos obuses que amo.

Me invade un terrible dolor al observar la perspectiva mundial ante un conflicto tan complejo como incierto en la franja de Gaza. La contienda se prolonga, aumentan las cifras de muertos, heridos y prisioneros de guerra; la escasez de agua y alimentos está asolando a la población civil como las despiadadas bombas en racimo. Resulta estremecedor ver la desesperación y el miedo en los rostros, el silencio sepulcral y los estallidos de bombas y misiles.

La lucha es cada día más encarnizada. Israel victorioso alcanza el triunfo y el prestigio del poder. Quien gana, gana pero aún existe la posibilidad de ser derrotado siendo invencible. Claro está que este razonamiento en el mundo del capitalismo rabioso suena a carcajada. Lo que cuenta es el poder y el pragmatismo.

Lo que no aparece entre tanto estruendo es el contenido liberador de la palabra. La esencia y posibilidades de diálogo están abolidas y en peligro la paz mundial. No aparece la palabra puente que pueda lograr el entendimiento entre culturas y simbologías diferentes. La guerra en Gaza representa no sólo una guerra de armamentos sino, en lo más profundo, una guerra de palabras y de imágenes.

Los pueblos que se enfrentan no sólo son asimétricos en su poder armamentario sino que no pueden entenderse debido a que no comparten las mismas raíces ni cultura ni lenguaje y menos la misma simbología interior. Existe una desconfianza de ese algo inaprehensible, una ruptura que surge del interior mismo de las palabras, fisuras en la palabra por donde emerge un sentido no compartido; transformando lo real en expresiva mudez o grito atronante. Las palabras existen independientemente de lo que expresan, desligadas de su contenido, disociadas y escindidas de su significado y su sentido.

Cuando la visión que no encuentra representación se inmoviliza –el horror, el espanto, la impotencia–, la palabra desaparece, se congela y un penoso esfuerzo de querer decir, se desmorona frente a la negación cultural de la barbarie. La palabra es el signo de un pensamiento y la imaginación la dota de representación del objeto no presente, más resulta indispensable cierta disposición a querer entender, un reconocimiento del otro. No siendo así, la palabra opera de manera hueca, sin eco, sin resonancia, tumultuosa, desustanciada, sin referente y sin destinatario; y se traduce en actuaciones irracionales, verbalizaciones mera descarga, en lugar de actos racionales precedidos por la reflexión producto de un acto de pensamiento complejo.

Se incuba allí la desconfianza que impide reconocer que el lenguaje cubre la angustia y el miedo a lo incognoscible, al otro como extranjero, como diferente, como portador de otra tradición y de otra simbología que lo convierten en un amenazador enigma a descifrar. El poder de lo que está en juego excede, por mucho, al poder de lo que se dice. Cada palabra tirando de otra, creando una base de significación que la desplaza. Y las palabras sugiriendo, puntuando, haciendo sospechar…

“Los crepúsculos nunca vencerán a las auroras…”

El Vigía