Opinión
Ver día anteriorJueves 24 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un país con extrema desigualdad es un país enfermo
L

a ciudad de Liverpool en Inglaterra es famosa en el mundo por tres cosas principales: El equipo de futbol, los Beatles y un sindicalismo militante.  Así inició su discurso Len McCluskey, secretario general de Unite, el sindicato más grande y poderoso de Gran Bretaña, con más de 2 millones de miembros activos, durante la inauguración de la Conferencia de Política Internacional 2014, celebrada en el más grande puerto industrial de ese país del 30 de junio al 4 de julio del año en curso.

El análisis elevado y la participación  activa de los delegados y asistentes a esta trascendental conferencia, han contribuido a planear y tomar las decisiones más importantes que van a modelar el futuro del trabajo, las relaciones políticas, la viabilidad de las estrategias, pero, sobre todo, la capacidad para ejecutar las acciones que van a definir el porvenir de las relaciones entre todos los factores de la producción en el mundo entero.

Ahí se recordó cómo desde hace 40 o 50 años en esos mismos muelles del puerto de Liverpool, cada mañana se formaban largas filas de trabajadores sin empleo, esperando que los contrataran aunque fuera por un solo día y así continuar manteniendo a sus familias.

Los empresarios de entonces, de una manera arrogante caminaban entre los grupos de desempleados y al pasar escogían a los mejores, dando una palmada en el hombro y entregándoles una ficha de cobre que les garantizaba el trabajo de un día.

Cuando los empresarios se cansaban de repartir esas fichas o cupones, tomaban las que les quedaban y las lanzaban al aire para observar a los hombres pelearse por ellas. En realidad peleaban con fuerza, casi como animales, pues obtener un cupón equivalía a llevar comida para sus hijos y su familia, ante la mirada insensible o sarcástica de sus empleadores, que mucho nos recuerdan a algunos mexicanos llenos de avaricia, mezquindad y corrupción denigrantes.

Los tiempos han cambiado y las condiciones también. Ahora la explotación se hace de manera más sofisticada a través de contratistas ( outsourcing), reducción de salarios y prestaciones con el apoyo de traidores y serviles líderes sindicales, así como también de sindicatos fantasmas y de políticos que imponen decisiones siempre en contra de los derechos de los trabajadores y a favor de las empresas, lo cual fomenta la concentración de la riqueza cada vez más en favor de los pequeños grupos privilegiados y reducidos del país.

Durante la Conferencia de Política Internacional en Liverpool se dejó muy en claro que los trabajadores necesitan un sindicato fuerte, que frene las injusticias y los actos indignos que se cometen en el trabajo. Que esa es la razón principal de que todas las organizaciones que participamos en esa conferencia nos reunamos para crear, fortalecer o consolidar los sindicatos del siglo XXI para beneficio de la clase trabajadora, de la tranquilidad laboral y la paz social de naciones como México, Inglaterra, Italia, Francia o cualquier otra. 

Eso es lo que hemos venido haciendo los mineros mexicanos durante los últimos años, así como ayudar a organizarse a aquellos que en su trabajo no pertenecen como socios a un sindicato. Para darles el marco legal, laboral y político y la mano solidaria que permita obtener reconocimiento, respeto, justicia y dignidad. Estamos para darles esperanza, para que no se desesperen y para evitar abusos que provocan confrontación y un desgaste que a nadie conviene.

Cuando revisamos los acontecimientos de los pasados ocho años en México, no podemos desconocer que los mineros hemos estado bajo un constante y perverso ataque que no se había visto en la historia del movimiento obrero. Los empresarios más cerrados y conservadores del sector minero y siderúrgico nos tienen miedo, porque trabajamos convencidos de lo que es justo y digno, y porque con nuestras acciones confrontamos y retamos la posición privilegiada de unos cuantos y eso no les gusta.

Por eso su histeria y su furia contra los mineros y contra nuestra gloriosa organización sindical, que no han podido destruir, ni tampoco a los líderes.

Su frustración y pérdida de fuerza, energía, imagen y dinero es su mayor coraje. Nuestra lucha y nuestra resistencia, en cambio, han estado y estarán siempre por encima de su avaricia, su ambición y su corrupción insultantes.

En la actualidad, el reto para los gobiernos del mundo es que está probado que el capitalismo no sólo conduce a una mayor desigualdad, sino a acrecentar la distancia entre los ricos y los pobres. De ahí que la democracia en los países donde realmente se ejerce, demanda de una pelea más equilibrada y de un proceso más transparente y equitativo de acumulación del capital.

Incluso el Papa ha dicho que el capitalismo ha fallado y que la desigualdad afecta a todos. Tiene que haber límites, porque un país desigual es un país enfermo. Las sociedades tienen que ofrecer oportunidades crecientes para asegurar mayor bienestar a las mayorías.

Tenemos que construir una comunidad de naciones de ciudadanos y trabajadores, no solamente de consumidores o de mano de obra barata. Esta es la aspiración de toda la gente democrática para el presente siglo, una sociedad más justa, más igualitaria y más digna.

La Conferencia de Liverpool, organizada por Unite sentó las bases y la perspectiva de que la lucha continúa, ahora con más fuerza que nunca, para construir un mundo mejor, de racionalidad económica y política, que conduzca a una verdadera transformación de las relaciones productivas hacia una mayor democracia, justicia y seguridad.