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El relámpago verde de los dólares
E

n el tercero y cuarto versos del primer acto, de su Suave patria, Ramón López Velarde dice: “… y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros”. El queridísimo Efraín Huerta en su poemínimo Cincuentenario del subdesarrollo –FCE, Poesía completa, 1988–, escribió la feliz paráfrasis que titula este artículo.

Un relámpago que ha incendiado por décadas el cielo de la finanza internacional, pero que ha empezado a palidecer muy a pesar suyo.

El 15 de agosto de 1971 Nixon anunciaba que el gobierno estadunidense desligaría, temporalmente, el dólar del oro. Esa liga era el pilar central de la reorganización del sistema financiero internacional llevado a cabo en Bretton Woods en 1944-45. Pero la decisión no fue temporal sino definitiva: el derrumbe del pilar central era un hecho consumado. Sin embargo, para agosto de 1971 Estados Unidos había conseguido un sistema para buscar mantener su hegemonía en el mundo: un acuerdo con Arabia Saudita de negociar cada barril de petróleo en dólares (sin respaldo en oro) de la Reserva Federal.

Con el acuerdo referido todos los países se vieron incustionablemente obligados a comerciar el petróleo en dólares, lo que daría grandes beneficios ilegítimos a Estados Unidos, dado que el resto del mundo tenía que cambiar sus mercancías y su propia moneda, por dólares –papeles verdes–, para acceder al comercio internacional, incurriendo con ello en costos financieros que Estados Unidos no necesitaba cubrir. Pero mientras la maquinita imprimía papeles verdes, la hegemonía estadunidense iniciaba una nueva historia.

No existe dominación sin hegemonía. Lo sabía muy bien Gramsci. La hegemonía que en el mundo había ejercido Estados Unidos a partir de la posguerra, procedía del enorme poder de su desarrollo tecnológico (incluida la industria armamentista), de su formidable fuerza productiva, de la cultura del confort, de la cultura del entretenimiento (cada vez más estúpida), Hollywood, Disneyland, la fast food y la Coca-Cola: el American way of life; un trozo de alta cultura, también.

Imperceptible y gradualmente, los componentes de la hegemonía estadunidense fueron apocándose o, si se quiere, duraron lo que un suspiro, si el proceso se ve en largo plazo histórico: en el curso de apenas algo más de medio siglo. Imperios hubo que duraron siglos, pero éste durará lo que un verde relámpago.

La hegemonía estadunidense ha llegado a su fin, y puede sospecharse que el inicio de esa caída arranca con el derrumbe del pilar del sistema financieo internacional en agosto de 1971, y el acuerdo entre el imperio y Arabia Saudita, que inventaron los petrodólares.

Son incontables los motivos de la expiración de la hegemonía del imperio. Las fracturas de los componentes de esa hegemonía fueron imperceptibles porque estaban encubiertas por el despliegue meteórico, a partir de los años setenta, de la revolución científico-tecnológica: la electrónica, la informática, los nuevos materiales, que entraron como vendaval en todas las actividades humanas.

Esa revolución ya no fue sólo estadunidense. Muchos otros países desarrollados han hecho aportes altamente signficativos a la misma, de modo que la tecnología estadunidense prácticamente no cuenta más como un elemento de hegemonía. De otra parte, grandes tramos del american way of life fueron apropiados y naturalizados por todos los países desarrollados y agregados a sus propias culturas históricas. Y aquí debemos incluir a la amplia zona del ex sistema del socialismo realmente existente.

En el heterogéneo mundo subdesarrollado es difícil saber cuál es la mezcla de aspiración y repudio del american way. Para este amplio mundo ha habido dominación en cueros; deshechos, residuos, despojos, migajas, patadas, discriminación, matazones de cientos de miles en línea continua, provisto todo por Estados Unidos y aliados. Estados Unidos como líder mundial de crímenes internacionales (Chomsky dixit). Y es preciso añadir que porciones ingentes de las clases dominantes de los países subdesarrollados son parte integral del mundo desarrollado.

A la par del despliegue meteórico de la revolución científico-tecnológica y productiva, se desplegaba también un tifón millones de veces más impetuoso, conformado por el enloquecido haz de los relámpagos verdes de los dólares, a base de las supercherías y timos financieros más descabellados e insensatos, que recalaron en crisis financieras recurrentes cada vez más destructivas, iniciadas por un imperio profundamente corrupto. Ha quedado así sólo la dominación internacional inaceptada del matón del barrio.

Ese tifón está empujando la conformación de un mundo multipolar en el que los papeles verdes están siendo desplazados, mientras su emisor ha empezado a tirar asesinas patadas de ahogado.

Revisaremos próximamente los hechos que han empezado a conformar un espacio financiero internacional distinto. Pero no hay optimismo posible. El mundo que viene parece, por hoy, un Frankestein hecho de pedazos de muertos. Otros parecen reclamar la hegemonía mundial para sí, desplazar el dominio criminal estadunidense. Pero ese mundo no está promoviendo otros valores, otros caminos. La sed insaciable de riquezas y el consumismo desenfrenado a todos abarca. La dilapilación de los recursos del mundo sigue. Especies vegetales y animales terrestres y marinas están siendo arrasadas. La desigualdad social crece sin freno, los beneficios de la ciencia y la tecnología no llegan a cientos de millones, parte de la tecnología del presente causa daños graves a esta especie que seguimos llamando Homo sapiens.