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La Jornada en Brasil 2014

Comparado con la tragedia de este Mundial, el maracanazo fue cosa de niños

El desempeño de la selección brasileña ha sido una decepción olímpica

Ninguna sorpresa, no nos masacraron porque Holanda estaba exhausta, algo es algo

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Tristeza ayer en la banca de Brasil, como en todo el país tras las derrotas en los dos últimos partidos del Scratch, que recibió 10 tantos –siete de Alemania y tres de Holanda– por uno anotadoFoto Xinhua
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 13 de julio de 2014, p. 5

Río de Janeiro, 12 de julio.

Ninguna sorpresa. O casi: no nos masacraron. Algo es algo. El de este sábado no fue el peor desempeño de nuestra selección en esta Copa –al contrario– ni ha sido esta la más catastrófica participación brasileña en un Mundial. Al fin y al cabo, llegamos a las semifinales, cosa que no lográbamos hace un buen rato.

Pero la verdad es que nunca habíamos sufrido semejante paliza como la que nos propinó Alemania, y salir de una disputa por el tercer lugar sin anotar un único, un solitario y miserable gol, ha sido el broche de oro de una jornada melancólica. Holanda estaba exhausta. De no ser así, habrían metido más tantos. Buena razón tienen los que dicen que, comparado con la tragedia de este Mundial, el maracanazo de 1950 es un juego de niños.

Para un país donde el futbol es religión de esas radicales, fundamentalistas, el desempeño de la selección en este Mundial fue una decepción olímpica. Hice cálculos y llegué a la conclusión –cada brasileño tendrá la suya– de que en el total de los partidos disputados fuimos lo que deberíamos ser durante alrededor de unos 42 minutos. Y nunca logramos ser lo que deberíamos ser por más de ocho minutos seguidos. Si no llega a ser una vergüenza, será definitivamente una decepción.

Llueven disparos de culpa y acusaciones contra los culpables. El blanco principal es, como suele ocurrir, Felipao, el entrenador. En segundo lugar, toda la Comisión Técnica, que cuenta entre sus integrantes con otro veterano entrenador de la verdeamarela: Carlos Alberto Parreira. Luego, los jugadores. Pero la verdad es que quedó absolutamente claro que hay que repensar toda la estructura del balompié en el país. De los dirigentes corruptos a una estructura fallida, del acomodo (al fin y al cabo, por añales seguimos creyendo que somos los mejores del mundo mientras no aparezca alguien que nos aplaste, y ahora apareció...) a la negación a entender que hay que innovar y renovar, nada de lo que está nos sirve.

Ahora ya no importa. Yo tenía dos años cuando lo del maracanazo, en 1950. Pasé la vida oyendo el mismo canto. Luego ganamos cinco títulos, y por fin tuvimos otra vez la alegría de organizar un Mundial.

Así es la vida: el gran temor era un problemazo en las calles, con manifestaciones violentas, turbulencias generalizadas, descontrol absoluto, pero que sería compensado con un desempeño digno de admiración de la selección en la cancha.

Ocurrió exactamente al revés. Los turistas extranjeros que vinieron –unos 700 mil, superando con creces la previsión de a lo sumo 600 mil– vuelven a sus países encantados con el mío. Los aeropuertos, condenados al colapso, tuvieron un desempeño equiparable a los de Alemania en su ocasión. La telefonía, que según los oráculos de la tragedia anunciada, entraría en colapso, funcionó: mal como siempre en mi país, pero al menos funcionó.

En unos días más será la hora de hacer un balance objetivo y sereno de todo eso. Pero de salida, se puede asegurar que para los brasileños fuera de la cancha pasó exactamente lo contrario de lo esperado. Y que en la cancha el desastre ha sido mayor de lo que se podía esperar. Podía esperar. Porque si pensamos en lo que se debía –debía– esperar, bueno, la verdad es que aún así hubo una sorpresa. Y no exactamente buena.

Ahora, a serenarse. Persiste en Brasil la gran duda: ¿con quién estar domingo, con alemanes o argentinos?

Esa duda es, en realidad, lo más inesperado. Porque al fin y al cabo, y por más realistas que quisiéramos ser, en cada uno de nosotros, en lo hondo más hondo del alma, quedaba aquel vestigio ínfimo de esperanza de que en la cancha, este domingo, estuviéramos frente a quien fuese. Perder sería triste, claro. Pero no estar es mucho más triste. Y no haber logrado apuntar más que un único gol mientras sufríamos 10 –siete contra Alemania, tres contra Holanda– bueno, eso sí ha sido tremendo.