Opinión
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México SA

EU: éxodo latino

Migración y evasión

Zanahoria o garrote

P

ara Estados Unidos y sus sempiternas aspiraciones de dominio y expansión en América Latina, el llamado proceso de ajustes estructurales y el Consenso de Washington le resultaron más que exitosos: sin mayores obstáculos controla a la mayoría de los gobiernos regionales, exprime sus economías, garantiza sus necesidades de energéticos y materias primas, y mantiene fuera de sus fronteras los crecientes índices de violencia que se registran al sur del Río Bravo, la cual se alimenta con las armas que el propio vecino del norte suministra a precios razonables.

Pero con todo y éxito el precio a pagar ha sido elevado para los gringos, sobre todo si se considera su aspiración de sociedad perfecta y étnicamente limpia, porque para efectos latinoamericanos el proceso y el Consenso destrozaron los mercados internos, el tejido social, impulsaron la pobreza, promovieron la creciente expulsión de mano de obra y alentaron la violencia. Así, en las últimas tres décadas el coletazo ha sido brutal, pues en ese periodo la población latina en su territorio, como la llaman, se multiplicó casi por tres, al pasar de 14.6 millones al iniciar la década de los 80 a más de 52 millones al cierre de 2013.

Para el vecino del norte el problema siempre ha sido la abundante inmigración mexicana (legal e indocumentada), pero sus experimentos político-económicos y sus brutales consecuencias sociales en América Latina obligaron a millones de personas a mirar hacia al norte en búsqueda de la abundancia y el desarrollo que, según los gringos, gozarían los habitantes de la región tras los cambios sugeridos. Y si bien el problema mexicano se mantiene en primer lugar, la ola latinoamericana comenzó a pegar con toda fuerza y 30 millones de sus pobladores se instalaron en Estados Unidos, por las buenas o por las malas.

En el periodo de referencia, de esos 30 millones alrededor de 40 por ciento (12 millones) salieron de México, y el 60 por ciento restante (18 millones, en números cerrados) de otras nacionalidades de América Latina. Masivamente, llegaron oleadas de salvadoreños, peruanos, nicaragüenses, venezolanos, argentinos, colombianos, ecuatorianos, guatemaltecos y hondureños, y ya entrados en esa dinámica (porque a la madre patria también le llovió, y muy fuerte) hasta españoles, que se sumaron, todos ellos, a la tradicional inmigración de cubanos, puertorriqueños y dominicanos.

A estas alturas, y más allá del ostentoso cuan terrorífico costo social de la región producto de los experimentos político-económicos del gobierno estadunidense y sus operadores (como el FMI, el Banco Mundial y los gobiernos locales), de forma creciente América Latina exporta pobreza y ésta se instala en el dorado norte, cuyo gobierno le echa la papa caliente a los gobiernos regionales a su servicio, mismos que se culpan entre sí del creciente exilio económico-social generado por proceso y Consenso.

Entre lo más reciente destaca el explosivo arribo de menores de edad que viajan solos al territorio dorado, cuyas autoridades no tienen ni la menor idea de cómo tratar el problema, mucho menos resolverlo, limitándose a echarlos a palos y rapidito por donde vinieron y culpando a su más cercano cuerpo de seguridad fronteriza, el gobierno mexicano, por dejarlos cruzar. Éste, a su vez, responsabiliza a los gobiernos centroamericanos por la falta de control de sus fronteras, aunque ninguno de ellos ni siquiera intenta comprender de dónde vienen, por qué arriesgan el pellejo y de qué se trata todo esto (miseria, hambre, explotación, violencia, concentración del ingreso y conexos).

Las cifras citadas líneas arriba las aporta el estadunidense Pew Research Center, el cual detalla que al cierre de 2013 más de 33.5 millones de personas de origen mexicano vivían en Estados Unidos, de los cuales 12 millones eran producto de la llamada década perdida (los 80) y consecuencia de proceso y Consenso. Llegaron y se instalaron en el dorado norte, con todos los riesgos que ello implica, pero aun así el 28 por ciento se mantienen en la pobreza y 33 por ciento sin acceso a las instituciones de salud. Y sólo se mencionan los 14 principales grupos de latinos.

Y el problema que, según los gringos, se limitaba a los mexicanos, ahora incorpora a otras nacionalidades de América Latina: cerca de dos millones de salvadoreños; más de 1.2 millones de guatemaltecos; un millón de colombianos; alrededor de 700 mil hondureños; 650 mil ecuatorianos; 600 mil peruanos; 400 mil nicaragüenses; 260 mil venezolanos y 250 mil argentinos, quienes se suman a los dos millones de cubanos; un millón 600 mil dominicanos y 5 millones de puertorriqueños. Y de pilón, más de 700 mil españoles.

Cada una de esas nacionalidades se distribuye en la geografía estadunidense: los mexicanos, fundamentalmente, se asientan en California, Illinois, Texas y Arizona; los colombianos en Nueva York, Nueva Jersey y Florida; los salvadoreños en California, Texas y Nueva York; los hondureños en todos esos territorios, y donde se pueda, al igual que los de otros países latinoamericanos, por sólo citar algunos casos.

La pobreza campea en América Latina, crece la desigualdad, se pagan salarios de hambre, las economías regionales son más que generosas con los capitales foráneos, mientras el tejido social se desbarata y la única válvula de escape que visualizan millones de latinoamericanos se encuentra en Estados Unidos, cuyo gobierno quiere más y más, pero se niega a erradicar proceso y Consenso y, por si fuera poco, a encontrar soluciones al explosivo asunto migratorio.

El gobierno estadunidense puede aferrarse a ese esquema, cerrar los ojos, seguir con su política de palo y expulsión, apretar proceso y Consenso, y echar la papa caliente a sus gobiernos regionales, pero entonces que no reclame las consecuencias. No puede exigir que su casa permanezca limpia, mientras sigue mamando de América Latina y cómodamente avienta fuera de sus fronteras la enorme bomba social que decididamente ha contribuido a armar.

Las rebanadas del pastel

El secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, no pierde oportunidad ni tribuna para dejar en claro lo democrático, sensible y propositivo que es: el gobierno federal tiene dos líneas de acción: la zanahoria y el garrote (La Jornada, Susana González). Y fresco como una lechuga lo dijo a micrófono abierto en la toma de protesta del comité ejecutivo de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo. Lo mejor de todo es que hizo acto de presencia en representación de Enrique Peña Nieto.

Twitter: @cafevega