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La paz que exigen grupos armados
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n La Jornada del viernes 27 de junio se informa de la ocupación de La Mira por las autodefensas bajo el mando de José Manuel Mireles, quien afirma que avanzamos porque Michoacán sigue en llamas, y establece como siguiente objetivo el gobierno, aunque no define si se refiere al del estado o al federal.

En la página tres el reportero Arturo Cano, en un extenso y detallado paisaje, en el cual no deja pasar algún personaje que tenga relación con lo que tiene a la vista. Luego describe la ampliación del tipo clásico, normal, de las actividades de los soldados, quienes tomaban fotos de las placas de los vehículos, cosa que no sucede frecuentemente.

Muy poco tiempo duró el estado de cosas que se aprecia en la fotografía, de la agencia Esquema, de la página tres, en la que se ven incluso un grupo de soldados en la misma plaza principal en algun establecimiento de la tenencia de La Mira, en la que está almorzando con toda tranquilidad el doctor mireles que conversa incluso con uno de ellos, que está equipado para campaña.

El siguiente episodio, Mireles es detenido, y aunque las autodefensas bloquean carreteras en respuesta a la detención, nuevamente se plantea la disyuntiva al día de hoy, por parte de un jefe comunitario: ¿quieren paz o violencia en Michoacán.

Hoy domingo la información de primera plana da cuenta de que la Secretaría de Gobernación analiza documentos que contienen la descripción de la violencia que según parece se ha desatado en Morelos, mientras Mireles expresa: no quiero ser mártir, antes de ser detenido. Es decir, que parece completamente contradictorio y sin sentido lo que sucede en Michoacán, donde se quedan solos y sin líder, pues el dirigente de unos ya pasó su propio límite, lo cual es desconcertante para el ciudadano común, como su servidor, que se hace cruces y se pregunta: y ahora, ¿qué sigue?

Mientras, en Morelos, se genera un estado de cosas claramente fuera de la ley, de orden también evidentemente violento, en un territorio de la República en que, suponemos, habrá una adecuada reacción de la Federación ante la extremada urgencia que plantean los casos de agresiones flagrantemente violadoras de los derechos fundamentales de la gente que requiere la paz social como hábitat al que todos los ciudadanos tenemos en grado de indispensable para que exista la paz social, que sea una realidad, no una ficción de discursos de los actores políticos de quienes desde el sector público, en el más amplio sentido y su derrededor, más allá de donde la vista alcance, hasta más allá de quienes trabajan o simplemente viven al amparo de las leyes, y las respetan, aún en el seno familiar, donde, con todo derecho, tienen seguramente menores de edad, por decir lo menos, a quienes en la actualidad, en casi todo el planeta, todos los días se les reconoce un mayor ámbito a sus derechos.

¿Evidencias? Me parecen innecesarias y ociosas, salvo para los historiadores, y desde luego es obligatorio cuidar que los problemas chicos no se hagan grandes, sino por el contrario, se extingan, se les haga un zoom político y social, que los extingan en definitiva. Aunque esto parezca imposible, sin meternos a una estéril discusión, convengamos en que meta común es muy deseable.

El homicidio, dice la Organización Mundial de la Salud, rebasa en México, el comportamiento epidémico, y La Jornada lo consigna en su edición de hoy domingo, como lo hace con otros datos, que conviene reproducir igualmente: se cometen 33.59 por cada 100 mil habitantes, tasa muy superior a la nacional.

En otro tema, se llega a un nivel de barbarie, en la manera en que manejan este problema espeluznante: el de la emigración de los niños hacia Estados Unidos.

Esta es la paz que se ofrece a nuestra patria, a México, cuando se interpela por conducto de los medios y sin representación alguna que tenga alguna legitimidad, que la que ellos mismos se asignen, pero que nadie que tenga cinco centímetros de frente lo hace en su sano juicio.

Las “paces de ocasión no nos interesan, como no fuera para acabar con ellas adecuadamente y respetando la Constitución General de la República y, por supuesto, la carta de derechos humanos y los tratados que se hubiera firmado de gobierno a gobierno, y por el Senado.

No debemos aceptar, esas versiones de paz, que no son más que estados de guerra minimizados para que sean aceptados por quienes lo ven con vista muy corta.

Queremos sociedades en las que los niños, propios y emigrados, puedan jugar, pero sobre todo, como los seres humanos que son. Por lo que también queremos que se alimenten adecuadamente. ¡Que no les cuenten! En la actualidad los niños y los jóvenes de esta generación, saben, por lo menos, quienes pudieran ser los responsable para la historia, mucho más temprano ahora que en otros tiempos.