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Ver día anteriorDomingo 29 de junio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No hay de qué preocuparse
H

ay riesgos de volatilidad en el panorama, nos ha dicho el Consejo de Estabilidad, formado por Hacienda y Banco de México (BdeM) para supervisar a Hacienda y Banxico y al resto del sistema financiero, que por ley Hacienda y BdeM deben supervisar. Pero lo que importa es el mensaje, no el medio.

La economía mundial no logra encauzar sus voluptuosidades y su centro, que fue el epicentro de la crisis llamada Gran Recesión, hasta la fecha no sostiene al resto que se mueve sin concierto bajo el predominio de severas tendencias al estancamiento. Así están las cosas del mundo y nosotros con ellas, a pesar del optimismo intrigante que a coro nos traen de París y Washington una francesa que administra el Fondo Monetario Internacional y un ciudadano del mundo que encabeza la OCDE. Dos voces y tres idiomas pero una sola verdad: no hay de qué alarmarse; sin embargo, la cosa no va.

Hablar de economía es referirse al dinero, pero también de dónde surge y de cómo se reparte. En tierra azteca, la mayor parte proviene del trabajo asalariado, abierto o disfrazado de informal, pero se distribuye de abajo a arriba en favor de los habitantes de la cúpula y sus inmediatos subordinados. De aquí el drama, siempre al borde de la tragedia, de un país grande y no tan pobre, tal vez no tan rico como cuenta su leyenda pero sí potente, que pasa los años y los días postrado en la medianía y que sólo se conmueve cuando sobreviene el receso y suena la alarma del declive productivo y la caída del empleo formal. Porque del otro se encargan sus moradores y nada más.

La exclusión financiera redunda en la exclusión de origen, que es social y económica, y afecta a la mayoría de la población, se sienta o no de clase media. Éste es, debería ser, nuestro punto de partida para iniciar el giro indispensable en la política en general y en la política económica en particular. De ahí emanarían nuevas respuestas –distintas de las que han propuesto este gobierno y sus antecesores– a las grandes cuestiones de nuestro tiempo: la desigualdad convertida en magna inercia de las relaciones sociales, la inseguridad de personas y comunidades, el deterioro del entorno y la imparable guerra de los humanos contra el resto de la naturaleza. En este trípode habría que inventar y hasta soñar, pero de modo bien diferente a lo que vino a proponernos la señora Lagarde.

El secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría, desde su púlpito portátil dijo que México no requiere de acciones o políticas de emergencia porque en unos años se dejarán sentir los impactos bienhechores de las reformas. Bien, que así sea. Pero la emergencia se asoma todos los días y no sólo como cascada de cifras económicas desalentadoras, sino como noticia fúnebre que asuela a vastos territorios del país y no sólo a aquellos donde reinan la pobreza y la desolación.

El drama tamaulipeco deviene ya en tragedia humana y la comedia se queda en la imaginación de algunos ilusos que insisten en que vivimos una normalidad apenas alterada por algunos impertinentes. La criminalidad se alimenta de precariedad económica y social, y ésta se las arregla para sobrevivir echando mano a sus fierros para pelear un tajo de ingreso por la vía que sea. Éste es el gran caldero donde se cuece la desconfianza de unos respecto de los otros hasta llegar a desconfiar de uno mismo y abrir las puertas a la anomia más corrosiva que pueda imaginarse.

Son éstos más que sueños pesadillas, y no estaría de más que los economistas y estudiosos que acompañan a la señora Lagarde se lo hicieran saber a su regreso a la capital del imperio. La estabilidad financiera bajo su cuidado no puede separarse de la inestabilidad galopante que viven los mexicanos en su ingreso y ocupación, pero sobre todo en su vida cotidiana y sus imaginerías nocturnas o del alba.

Los reportes que en estos días han ofrecido el INE sobre la desconfianza ciudadana, el INEA sobre el aterrador rezago educativo y el Inegi sobre la zozobra económica no deberían dejar espacio para dudar de que el país se acerca a circunstancias peligrosas; llegar a ellas sólo requiere de un empujoncito económico o financiero que desate el pánico y nos lleve al centro de la emergencia. Los planes para la contingencia no debían estar tan en lo oscurito y ser objeto de la deliberación pública y detallada en el Congreso de la Unión, la academia y los medios de información comprometidos de verdad con la comunicación social.

Lo que reclama la situación actual son acciones inmediatas y lo más concertadas posibles. Así como en los grandes asuntos de la especie y su evolución, estas frases del doctor Sarukhán valen para nuestra atribulada circunstancia: (Que) el futuro individual de cada uno de nosotros y el comunitario de nuestra especie está en nuestras manos y no depende de nadie más, ni está sujeto a recompensas o castigos metafísicos, representa una responsabilidad que no hemos sabido (o querido) asumir por numerosas razones; las cuales, en buena parte, han hecho de nuestro mundo la debacle que ahora es (Darwin en San Ildefonso, El Universal, 27/6/14, p. A 15). Amén.