Opinión
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Reminiscencias milagrosas
E

n México tenemos el santuario católico más visitado del mundo, conocido popularmente como La Villa. Recibe alrededor de 20 millones de personas al año. Ahí se venera la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la virgen morena que, se dice, se le apareció en el siglo XVI a un indígena bautizado como Juan Diego, hoy reconocido como santo.

La Villa conserva varios sitios que nos remontan a la época en que se dieron las milagrosas apariciones. Una de ellas es la Capilla del Cerrito, que lleva ese nombre porque se encuentra en la cima del cerro del Tepeyac y, de acuerdo con el mito guadalupano, fue donde por primera vez se dio el venturoso acontecimiento.

La leyenda cuenta que al amanecer del sábado 9 de diciembre de 1531, la madre de Dios habló por primera vez con Juan Diego, quien iba a misa a Tlatelolco desde su casa de Tulpetlac. Por la tarde del mismo día y al atardecer del 10 de diciembre, nuevamente habló con él. No fue hasta el 12 del mismo mes que por la mañana, Juan Diego recogió en este sitio las rosas del milagro de la aparición.

En 1666, Cristóbal Aguirre, un renombrado panadero, y su esposa Teresa Pelegrina, para conmemorar las tres apariciones mandaron construir una pequeña capilla en el lugar donde Juan Diego supuestamente cortó las rosas. Al paso de los años se le hizo una ampliación, que fue una casa de ejercicios religiosos y un pequeño panteón, el cual posteriormente sería utilizado por las monjas capuchinas. Este camposanto es el único que resta de la época virreinal y se le conoce como cementerio del Tepeyac. En alguna ocasión escribimos una crónica en la que mencionamos los tesoros arquitectónicos e históricos que resguarda.

La Capilla del Cerrito se dedicó a san Miguel Arcángel custodio de María, con el propósito que desde las alturas protegiera la imagen de la Guadalupana, presente en la iglesia ubicada en el pie del cerro. La fachada de esta capilla, una vela de marino, y la escalinata oriente fueron diseñadas por el afamado arquitecto Francisco Guerrero y Torres. En el interior, el pequeño recinto se encuentra adornado con frescos realizados por el pintor Fernando Leal, miembro del movimiento muralista mexicano. Sus obras retratan los momentos más significativos sobre la historia de las apariciones.

Además de la capilla en sí misma y de sus pinturas interiores, vale la pena el generoso atrio con escalinatas. Aquí se pueden apreciar cuatro hermosos ángeles que realizó en mármol el escultor Ernesto R. Tamariz.

Es asombroso pensar que durante los casi 700 años que han transcurrido entre la fundación de México Tenochtitlán y el presente, el cerro del Tepeyac se ha caracterizado por ser un lugar dedicado al culto religioso. De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, entre otros cronistas, anteriormente a la aparición de la virgen de Guadalupe los indígenas veneraban en este lugar a Tonantzin. Según el insigne fraile se puede traducir como nuestra madre, que era la diosa de la tierra y de todos los dioses, además era la regidora del nacimiento y de la muerte en la cosmovisión mexica. Ya desde entonces había frecuentes peregrinaciones.

Dicho templo, que fue demolido inmediatamente después de la Conquista, fue remplazado hacia 1531 por la primera ermita dedicada a la virgen de Guadalupe. Esto dio nombre al lugar que surgió en torno al poblado y por su importancia recibió el nombramiento de Villa, igual que Coyoacán, Tlalpan, Mixcoac y muchos otros.

Hay tanto que comentar sobre los sitios de trascendencia histórica que guarda La Villa que merece varias crónicas. Por lo pronto vamos a comer unos ricos pastes hidalguenses que venden frente a la nueva Plaza Mariana, de la que ya hablaremos. De postre, las aromáticas gorditas cocinadas en comal y envueltas en papel de china.