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La Jornada en Brasil

El scratch necesita cambios, pero los únicos que ahora interesan son los del futbol

Felipao es testarudo, no le gusta alterar su esquema; sigue con dudosas certezas

El buen balompié de la verdeamarela aún no se deja ver y ha quedado muy por debajo de lo esperado

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En el pasado encuentro contra México, el técnico de Brasil, Luiz Felipe Scolari jugó su partido número 50 con la canarinhaFoto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 21 de junio de 2014, p. 7

Río de Janeiro, 20 de junio.

Brasil necesita algunos cambios en la política económica, en la gestión de ciertos programas gubernamentales, en muchas costumbres de la vida política. Nos urge cambiar e innovar en salud, educación, inversiones en proyectos estructurales, de seguridad. Hay que mejorar el diálogo entre gobierno y sector privado, tanto en el agro como en la industria.

Se requiere con urgencia una reforma política. Es decir: hay mucho para cambiar. No en vano, en un año electoral como 2014, dos de las palabras más usadas –y más malgastadas– son cambio y cambiar, variaciones sobre un mismo tema.

Los tres candidatos de la oposición usan y abusan de ellas. El neoliberal Aécio Neves, del mismo partido dizque socialdemócrata del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, cada tres minutos promete, con su aspecto de playboy, cuatro cambios radicales.

El dizque socialista Eduardo Campos, ex ministro de Lula y de Dilma, dice que los gobiernos a los cuales sirvió llevan el país a la ruina y promete cambiar todo. Y el autotitulado pastor Everaldo, uno de esos evangélicos fundamentalistas electrónicos, asegura, en nombre de Dios, que es el único que efectivamente significa un cambio y el único capaz de hacer que algo cambie de verdad.

Si a mí me diesen tres dólares cada vez que oigo las palabras cambio y cambiar, me jubilaría mañana mismo y me instalaría, sereno y contento, en alguna playa argentina (por las bondades del cambio, es decir, del dólar frente al peso). Si en lugar de tres me diesen cinco dólares, pues me quedaría por aquí mismo, en alguna playa brasileña.

Ocurre que por esos días de vísperas del juego contra Camerún y de la definición del cuadro de posiciones del grupo A del Mundial, los cambios que se discuten son otros, más urgentes.

En sus dos partidos disputados hasta ahora, la selección ha sido menos convincente que los discursos del ministro de Hacienda asegurando que todo está de mil maravillas en el país. Una pálida sombra comparada con las expectativas.

Contra los croatas, primer partido de apertura de la Copa del Mundo, tensión a flor de piel, es comprensible que Brasil no estuviese a pleno vapor: los nervios, se sabe, los nervios… Pero contra México, el futbolito opaco y la actuación mediocre dejaron en todos un gusto desagradable, el sabor de la desconfianza.

Es verdad que de no ser por la actuación portentosa de Guillermo Ochoa quizás el resultado fuese otro. Quizás, pero ojo: el resultado, no el desempeño. De todas formas es igualmente verdad que se esperaba mucho más del equipo dirigido por Felipao.

Se consolida la sensación de que la selección quedó muy por debajo de lo esperado. Y eso quizá nos sirva de alerta: una cosa fue la Copa Confederaciones, conquistada de buena manera hace un año, con un futbol creativo, ágil, alegre, a veces luminoso, y otra, muy otra, es el Mundial que ahora se disputa.

Hace un año decíamos todos en Brasil que tendríamos tiempo, hasta el Mundial, para corregir errores y hacer ajustes, y que una vez más seríamos favoritos para ser imbatibles. ¿Preocuparse? Claro, con España, Alemania, eventualmente Argentina, y uno que otro más. Todo el resto no iría a requerir más que los cuidados habituales en un Copa.

El brasileño, en el auge de su euforia, olvida que en una justa mundialista prácticamente no existen favoritos y que siempre hay sorpresas tremendas. Si no, que le pregunten a España…

Además, hay algo de bueno en lo que pasó hasta ahora: que el desempeño deslucido de la selección en estos dos primeros partidos nos sirva de alerta contra los aires plenos de patrioterismo que anduvieron inflando nuestros pulmones.

La perspectiva brasileña, fiestas y festejos aparte, es que el lunes derrotemos Camerún. El resultado de México y Croacia es una incógnita. Lo mejor para Brasil sería que los croatas ganen, lo que nos dejaría en primer lugar del grupo A.

Pero antes hay que pensar en cómo serán los octavos. Y, más concretamente, en qué condiciones nos presentaremos. Tal como venimos, no llegamos lejos.

Felipao es testarudo, muy reticente a la hora de hacer alteraciones en sus 11 favoritos. No le gusta modificar el esquema trazado y mucho menos hacer cambios en el equipo. Es un hombre al que le gusta tener certezas. Y hasta ahora nadie dudó de cuáles serían sus 11 preferidos.

Vacío por dudosas actuaciones

Hay un vacío provocado por las dudosas actuaciones de Paulinho. Oscar, que estuvo bien contra Croacia, casi no apareció contra México. Otro que no logró hasta ahora hacer su juego es el atacante Fred, pero nadie sabe si por falla de él o del esquema determinado por Scolari, que hace que ninguno de sus compañeros le arme las jugadas que podrían tenerlo como elemento clave en un partido.

Hacer que todo el equipo dependa básicamente de Neymar es aceptar un riesgo de consecuencias imprevisibles.

El humor siempre ácido de Felipao anduvo peor en los días siguientes al juego con México, que ha sido su partido número 50 al frente de la selección brasileña. Dijo que el equipo había evolucionado por lo menos 10 por ciento, en comparación con lo que se vio frente a Croacia.

La verdad es que para la mayoría de los brasileños, el buen futbol de la selección en la Copa Confederaciones, hace un año, todavía no se dejó ver. La sensación es que el equipo no se encontró en la cancha. No hay conjunto. Son 11 que no conforman un equipo.

Cambiar, cambiar, cambiar. Pero ¿cambiar qué? ¿La táctica, el esquema, la formación? Tiempos de dudas, de inquietudes, mientras Felipao parece dispuesto a seguir con sus dudosas e inquietantes certezas.