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Eclessia invisibillis: criptopolítica
E

duardo Córdova Bautista, sacerdote en la arquidiócesis de San Luis Potosí y una de las figuras nodales de la política local, fue denunciado esta semana ante la PGR por abuso de decenas de jóvenes en los últimos años. Lo singular de la demanda es que no sólo ha sido respaldada por algunos sectores de la Iglesia mexicana, como es el caso del ex sacerdote Alberto Athié (o del prelado Armando Martínez, a quien Carmen Aristegui entrevistó recientemente), sino que de facto coincide con los días posteriores de la intervención del papa Francisco ante los obispos y los clérigos que asistieron a Roma a la visita Ad lamina. En política las coincidencias pueden o no ser fortuitas, lo que importa es su efecto. La política sólo es inteligible como un orden efectual, sus causas permanecen siempre oscuras en el plano de la especulación. Y, más allá de cualquier conjetura, lo que coincide aquí es la campaña de Francisco para alentar que una parte de la Iglesia desmantele el viejo aparato heredado por Juan Pablo II (definido frecuentemente por la criptografía de la indiferencia frente a la pederastia) y la reprimenda que se llevaron los sacerdotes mexicanos en la Santa Sede.

No es sencillo descifrar un mensaje papal, sobre todo si no se cuenta con los códigos actuales de lo que siempre ha sido una narrativa criptográfica. Pero es evidente que se trata de un severísimo llamado de atención a los cuerpos responsables de mantener la integridad de la fe por haber abandonado las causas de la justicia y la dignidad.

Si se lee el documento que la Conferencia del Episcopado Mexicano dio a conocer el 30 de abril con el título Por México ¡actuemos!, se puede ya detectar el influjo del giro que el actual Vaticano está tratando de imprimir a la Iglesia mexicana. En el texto se rechazan rigurosamente las cinco reformas estructurales impulsadas por la administración de Peña Nieto. Dice así: Ante las recientes reformas constitucionales aprobadas hacemos nuestras las inquietudes de nuestro pueblo y nos preguntamos de qué manera serán benéficas, sobre todo para los que han estado permanentemente desfavorecidos, o si serán una nueva oportunidad para aquellos acostumbrados a depredar los bienes del país. Y a continuación refuta cada una de las reformas.

Qué parte de este statement es simplemente retórica (para cubrir el expediente que demanda la actual orientación en Roma) y qué parte define el intento de fijar una nueva actitud frente a los problemas nacionales, está por verse.

Nadie ha escrito todavía la historia de los obispos del PRI. La mayor parte del actual obispado mexicano (las excepciones son sólo dos: Raúl Vera, en Saltillo, y Arturo Lona, en Tehuantepec) pertenece a esa cultura clientelar y acomodaticia que ha sido leal a las necesidades y necedades de las elites que gobiernan el país. Para sus adentros, el documento de la CEM representa un acto estrictamente declarativo, sin mayores consecuencias. Y sin embargo, se trata ya de una concesión a la política papal. Una cosa es declarar, como lo hace la CEM año tras año, que los pobres han sido abandonados, y otra muy distinta impugnar directamente la política presidencial. El obispado mexicano se encuentra entre la lejanía del giro vaticano actual y la cotidianidad del tejido que lo ata desde hace más de medio siglo a los más poderosos del país. Uno no se imagina simplemente a Norberto Rivera encabezando una cruzada por la justicia y la dignidad.

Así es que el dilema es más bien para el Vaticano. ¿Logrará Francisco imponer cambios a una maquinaria que ha hecho del clientelismo uno de sus principales compromisos con el statu quo? ¿Y qué orientación es exactamente la que promueve el papa Francisco, que ha sido rechazado de una manera tan obvia por el arzobispado mexicano?

Definir al actual Papa como un católico peronista o como la llegada del peronismo al Vaticano, tal y como lo hacen la mayor parte de los articulistas nacionales, adelanta la inferencia de una extraña suerte de argentinismo (algo así como el orientalismo que Edward Said criticó con tanto denuedo). Un absurdo así como: ser argentino es ser peronista, Francisco es argentino y por ende, peronista. Nada más lejos del peronismo en la historia Argentina (a veces por las peores razones) que la Iglesia argentina. Y sin embargo la pregunta por la criptografía vaticana queda abierta.

La ironía de todo esto reside tal vez en la imagen de lo que Walter Benjamin observó alguna vez en un viaje a Nápoles. Un cura católico era llevado preso y esposado a un juzgado en una carreta por haber cometido abusos. La gente en la calle lo denostaba y le gritaba en disgusto. Súbitamente la carreta se detuvo y el cura se puso de pie. Esposado, pidió que todos rezaran, y la gente se hincó.