Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XXII

E

ra una obsesión.

Tras sus sonados triunfos en Madrid y Barcelona, Carlos soñaba alternar con Manolete y se quedaba con las ganas pero, como suele suceder, un día se supo anunciado en Cieza –hermoso y pequeño pueblo– para alternar con el Monstruo de Córdoba y con Pepe Bienvenida; tremenda responsabilidad para el nuestro, ya que la expectación era enorme: la intelectualidad, toda, se peleaba los boletos, los periódicos habían dedicado muchas páginas a la ocasión y nuestro amigo volvió a ser presa de los nervios, temiendo lo peor: el fracaso y el desilusionar a los muchos partidarios que ya tenía.

En fin, no hay plazo que no se cumpla y llegó el momento; Manolete, arguyendo que al día siguiente torearía en alguna plaza del norte, pidió permiso para adelantar su turno en el sorteo y poder retirarse tras matar al cuarto toro y cuando lo despachó se fue del coso, con las orejas de sus enemigos, después de ver derrotado a Carlos en el tercero de la tarde.

¡Un desastre!

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Nuevo desiderátum.

A los partidarios del paisano no les calentaba ni el sol: una parte del público se metió con él de fea manera, gritándole cuantas majaderías le vino en gana y así se quedaron él y Pepe Bienvenida para vérselas con el quinto y sexto de la tarde y al terminar el festejo, el coso deliraba, las aclamaciones no terminaban, así como las vueltas al redondel ya que el señor don Carlos Arruza se había llevado, nada más y nada menos, que las orejas, el rabo y hasta una pata, tras un faenón de antología de principio a fin en los tres tercios.

Al llegar al hotel, Manolete apenas iba saliendo y, en son de burla, uno de sus acompañantes preguntó: ¿cómo se les dio? a lo que don Andrés Gago, chunga de por medio, respondió hasta patita hubo.

Vaya primer encuentro.

Las pasiones se desataron, los partidarios del cordobés afirmaban en el siguiente encuentro se acaba todo y los de Carlos que amenazaban, “si hay otra, que el Monstruo se apriete bien los machos”.

Y se desató una guerra.

Don Andrés Gago, apoderado de Arruza, a la hora de ajustar contratos decía: lo que gane el otro.

José Flores Camará, lo era de Manolete y exigía: al mío más que al otro.

Así que… cero arreglo, pero famosa era la caballerosidad del formidable periodista español don Ricardo García K-Hito (que, años más tarde, bautizaría a Carlos como El Ciclón), haciendo gala de sus buenas maneras convenció a los apoderados para que sus toreros actuaran en su pueblo natal, Villanueva del Arzobispo –¿dónde será eso?– llevándose Arruza la tarde con dos orejas por toro, en tanto que Manolete se fue sin peludas, lo que repercutió tan sonadamente que se puede afirmar que fue a partir de entonces que nuestro biografiado alcanzó en España la categoría de máxima figura del toreo.

Así cómo suena.

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Diciéndolo todo.

Por aquellos días, llegó a España, a requerimiento de Carlos, su gran amigo y peón de confianza Ricardo Aguilar Chico Pollo y en la primera tarde en que toreó a las órdenes de su cuate del alma, sorprendido por la gran transformación de su toreo, lo único que alcanzó a decirle fue ¡qué bruto!, palabras que, en su brevedad, encerraban un contundente elogio.

Triunfos por doquier.

Incontables eran los éxitos de Ruiz Camino (Arruza) que fue contratado para todas las ferias: grandes, medianas y chicas y en el mes de septiembre toreó ¡28 días!, pero cuando no dejó ya lugar a dudas su cumbre del toreo fue en Madrid el 20 de dicho mes.

Nuevo desiderátum.

Pepe Bienvenida, Alejandro Montani, quien tomaba la alternativa y él, con toros de don Alipio Pérez Tabernero, cortando Carlos las orejas de sus dos enemigos y, por vez primera en su vida torera, salió en hombros por la puerta grande de la Monumental de las Ventas del Espíritu Santo.

Al día siguiente, torearon juntos Manolete y Arruza, en Logroño, y ambos cortaron todo lo cortable –verdadera catarata de apéndices– y al finalizar la histórica corrida, todos toreaban, todos jaleaban y todos reconocían la grandeza de aquellos dos señorones de la más hermosa de las fiestas.

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¡Ay con el molón!

(AAB)