Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La economía política del desconcierto
L

as expectativas sobre el crecimiento económico que hacen los consultores privados siguen a la baja, como lo ha reportado el Banco de México, mientras que el Inegi nos informa que, por lo menos hasta marzo, vivíamos en recesión económica. Nada nuevo, a la vez que nada bueno, salvo la lluvia de esperanzas que el gobierno sigue regando una vez que se aprueben las leyes secundarias y empiece a llegar la inversión internacional. Igual, pero peor: nada nuevo y, por lo menos todavía, nada bueno.

Los requisitos institucionales y estructurales para que las benditas reformas contribuyan al crecimiento y el bienestar del país no están claramente establecidos y las intervenciones del oficialismo en el Congreso y el púlpito mediático no son ni convincentes ni concluyentes. Mucho menos conforman un auténtico paquete de crecimiento y redistribución que permitiera imaginar el arranque de un nuevo curso de desarrollo. Para empezar, el abandono de este estancamiento estabilizador que dejó de ser una mala broma para volverse una triste y dolorosa realidad.

La economía se obstina en moverse por debajo de la mitad de su potencial de crecimiento y, en consecuencia, la vida social más vincu­lada a la actividad económica sigue en ascuas, como esperando a un Godot evanescente, más que ausente. No todo depende de la economía, lo sabemos bien, aunque no lo asumamos plenamente. Pero por otro lado, es indudable que muchas familias trabajadoras, cuyos ingresos dependen del empleo y del salario, han tenido que aprender a vivir con menos, a posponer consumos esenciales y a educar a sus hijos en esta curiosa cuanto ominosa forma dizque moderna de mínima subsistencia.

También sabemos, o deberíamos, que si la economía falla y persiste en fallar, el orden existente abre y ahonda sus grietas mientras se implanta una suerte de estancamiento no reconocido que, sin embargo, inunda mentalidades y conductas y acosa la reproducción social y su cohesión. De esto nos hablan las tragedias de crimen y violencia que ocupan el trasfondo de muchas decisiones y expectativas económicas que, por segunda vez en el año, ubican a la inseguridad como un factor poderoso que pone en peligro el crecimiento de la economía. De hecho, junto con la debilidad fehaciente del mercado interno es la inseguridad la que marca el ritmo de las perspectivas del desempeño económico para lo que resta del año (véase la nota al respecto de Roberto González Amador, La Jornada, 08/5/14, p. 29).

A pesar de nuestra envidiable felicidad, en los últimos lustros hemos vivido con la esperanza en la llegada de los frutos y promesas de tanto cambio. Con una economía desprendida, en realidad nugatoria, de las ofertas políticas y de los anhelos de los grandes grupos mayoritarios de la sociedad, absurdamente atada a los ritmos del exterior. Una sociedad dispuesta a sostenerse a costa del autoengaño comunitario, que presume de ser feliz y gozar de un bienestar subjetivo intransferible que lleva a las élites a pensar que así somos y seremos hasta el fin de los tiempos.

En fin: una sociedad partida y cuarteada, cruzada por la injusticia social y ensimismada en la incredulidad y la desconfianza. Y encima, una costra plutocrática de oropel y una autodesignada clase política que se solaza en un verbo intrascendente y auto celebratorio, cuando no ridículamente autoritario, como viene ocurriendo con los supuestos responsables de las legislaciones secundarias de la reforma energética. Se trata de una economía política del desconcierto que es, más bien, la del desaliento.

Los libros sobre la mesa. El Fondo de Cultura Económica celebra su cumpleaños 80 y nosotros festejamos con entusiasmo algunas de sus primeras entregas de clásicos de clásicos: El Capital de Karl Marx, en una cuarta edición preparada por Ricardo Campa y con un espléndido estudio introductorio del profesor de la Facultad de Economía de la UNAM Ignacio Perrotini. Ahora, Economía y sociedad, de Max Weber, nueva edición revisada, comentada y anotada brillantemente por el doctor Francisco Gil Villegas, profesor e investigador de El Colegio de México.